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El espía que nunca regresó

El gobierno estadounidense dejó atrás a un espía que fue capturado en una misión en Irán.

Escrito en Guanajuato el
El espía que nunca regresó

Este artículo contiene material adaptado de “Missing Man: The American Spy Who Vanished in Iran” (Desaparecido. El espía estadounidense que se esfumó en Irán) por Barry Meier, publicado el 3 de mayo por Farrar, Starus & Giroux.

A principios de marzo, un grupito de investigadores privados, incluidos dos exagentes de la FBI, se reunieron a cenar en el Old Tbilisi Garden, un restaurante en Greenwich Village que se especializa en comida georgiana.

Fue una ocasión sombría. Dos meses antes, Estados Unidos e Irán habían intercambiado prisioneros, incluidos varios estadounidenses que habían estado en la notoria prisión Evin en Teherán. Otro estadounidense, Robert A. Levinson, desaparecido desde hacía mucho tiempo en Irán y amigo de los presentes, no formó parte del acuerdo. Levinson, un exagente de la FBI que se hizo investigador privado, también tenía otra vida: era consultor de la CIA.

En marzo del 2007, Levinson, a la sazón con 59 años, desapareció en la isla Kish, en el golfo Pérsico, frente a las costas de Irán, cuando trataba de reclutar a un asesino fugitivo, nacido estadounidense, como fuente de la CIA dentro de Irán. La última vez que se le vio vivo fue en 2010, en un video de rehenes que pedían ayuda y en una fotografía en la que llevaba puesto un overol anaranjado, parecido a los de Guantánamo. En la imagen no se revela quién lo tenía cautivo. No se sabe si Levinson, quien estaba ansioso de expandir sus funciones en la CIA y quien, al parecer, decidió por cuenta propia ir a Irán, sigue vivo.

La reunión en el Old Tbilisi se llevó a cabo para conmemorar el noveno aniversario de su desaparición. Antiguos colegas brindaron por él e intercambiaron anécdotas. Levinson, como los presentes, había pasado su carrera en la tierra de las sombras, una donde los espías, agentes e investigadores privados persuaden a los informantes para que derramen sus secretos a cambio de dinero o un trato. Es un juego peligroso que puede redituar a lo grande o puede salir muy mal, como sucedió con el viaje de Levinson a Irán.

Los dos exagentes de la FBI en la cena, Joseph F. O’Brien y Andris Kurins, estaban familiarizados con el terreno. Aquél había encabezado la investigación de la FBI sobre Paul Castellano, el afamado jefe de la familia delictiva de los Gambino, a quien acribillaron afuera del restaurante Sparks Steak House en la calle East 46th, a mediados de los 1980. 

Después de la desaparición de Levinson, los exagentes habían tratado de ayudar a la FBI a encontrar al amigo desaparecido. O’Brien reclutó a un exgeneral del ejército iraní para ir a Teherán a buscar información. Sin embargo, al igual que con otros investigadores que conocieron a Levinson, la FBI rechazó el ofrecimiento. 

“Me dijeron: ‘No te metas en lo que no te importa’”, recordó Kurins, quien trabajó con O’Brien en el caso Castellano.

Levinson y su esposa Christine vivieron durante años en Coral Springs, Florida, y criaron a siete hijos allí, pero él era neoyorquino en todo lo demás. Creció en Long Island, fue al City College, conoció a su futura esposa en el bar para solteros, por antonomasia, en Manhattan, el T.G.I. Friday’s y trabajó en Nueva York en casos como agente de la FBI y como investigador privado

Antes de desaparecer, Levinson también llegaba con frecuencia a Nueva York para reunirse con clientes o para tratar de conseguir nuevas misiones. James Mintz, quien encabeza una firma de investigación privada, dijo que Levinson llegó a su oficina en Manhattan no mucho antes de desvanecerse, para ver si tenía algún caso de traficantes de cigarros falsos, un área en la cual se especializaba. Levinson también trabajaba para una importante firma corporativa de investigación, SafirRosetti, cuyos clientes incluían a The New York Times.

A Levinson, a quien sus amigos conocían como Bob, le gustaba intercambiar información con periodistas interesados en el espionaje y en las intrigas. Algunas de sus pistas redituaban; otras eran búsquedas inútiles. Brian Ross, el corresponsal en jefe de investigaciones de ABC News, quien tenía décadas de conocer a Levinson, dijo que se presentó en las oficinas centrales de ABC antes de su desaparición con lo que sonaba que era una gran primicia.

Levinson le dijo que sus fuentes habían localizado a un importante agente de Al Qaeda en Venezuela y estaban observando al hombre que iba a una mezquita local dos veces al día. ABC despachó a un empleado a ese país, donde rentó una habitación en un hotel enfrente de la mezquita y esperó a que apareciera el terrorista.

“Pasamos una semana apostados ahí”, contó Ross no hace mucho. “No pasó nada”.

Levinson les dijo a sus hijos que desde que tenía ocho años supo que quería ser agente de la FBI. Tuvo la revelación, contó, cuando estaba viendo una película titulada “The House on 92nd Street”, una cinta de suspenso, hecha con poco presupuesto, sobre un estudiante universitario que trabaja para esa dependencia como agente encubierto en la Segunda Guerra Mundial para desmantelar un grupo de espías nazis.

De adolescente, a Levinson le gustaba reunirse con amigos en el ático de la casa de la familia en New Hyde Park para representar dramas judiciales. Para los diálogos, utilizaba transcripciones de juicios reales que su madre mecanografiaba porque era estenógrafa de medio tiempo en un juzgado.

Desde el inicio de su carrera, Levinson se vio como un coleccionistas de informantes, alguien con la habilidad de extraerles información a personas ansiosas por conseguir un respiro de la ley o que necesitaban un favor, como una visa estadounidense. Para finales de los 1970, ya tenía el empleo ideal trabajando en la oficina en Nueva York de la FBI, donde ayudaba a coordinar la inteligencia sobre la Mafia que recopilaban los agentes en la zona metropolitana.

O’Brien, quien también quería investigar a la mafia, supo que había encontrado a su mentor cuando conoció a Levinson. Su oficina, recordó O’Brien, estaba cubierta con fotografías de gánsteres y gráficos en los que se mostraban las jerarquías de las principales familias criminales de Nueva York. “Era un maestro, y me enseñó mucho”, comentó O’Brien.

En 1983, los dos hombres compartieron un premio de la FBI a los logros, y, no mucho después, O’Brien aprehendió a Castellano. Sin embargo, la carrera de Levinson en la FBI casi terminó a causa de la forma en la que manejó a un informante en otro gran caso de la mafia; uno en el que, al final, estuvo involucrado Raymond J. Donovan, quien fuera el secretario del Trabajo del expresidente Ronald Reagan.

Su fuente era Michael Orlando, quien fuera alguna vez maestro de escuela y se había vuelto ladrón. Cuando se vio ante la perspectiva de pasar más tiempo en la cárcel, estuvo de acuerdo en cooperar con la FBI, como informante pagado, en relación con otra familia criminal local, la Genovese.

Levinson creía que Orlando era crítico para armar un caso contundente, cuyo resultado sería la formulación de cargos en contra de políticos, dirigentes sindicales y policías. Sin embargo, algunos funcionarios de la Oficina sospechaban que el agente había caído en la clásica trampa del informante, en la que Orlando le pasaba chismes, mientras que usaba su estatus de protegido para cometer delitos. Incluso, se oye a un integrante de la familia Genovese en una escucha de la FBI cuando habla de cómo Orlando se ha convertido en sicario.

Levinson y otros agentes pelearon para seguir utilizando a Orlando. Sin embargo, cuando los supervisores de la FBI decidieron aprehenderlo y terminar la investigación, estalló una amarga disputa dentro de la dependencia que le costó a Levinson su cargo en Nueva York y lo llevó a decidir mudarse a Florida.

Allá, se convirtió en el experto de la oficina de la FBI en Miami en los carteles colombianos de la droga y en el crimen organizado ruso. Después de retirarse en 1998, siguió un camino conocido, uno que siguen muchos exagentes, en el sector privado trabajando para firmas corporativas de investigación y estableciendo su oficina de un solo hombre.

La investigadora privada que organizó la cena en marzo, en Nueva York, dijo que  ella había asistido a una comida, muchos años atrás, con Levinson y un analista de la CIA especializado en el crimen organizado ruso. El analista de la CIA ayudaba a que Levinson consiguiera su trabajo en el organismo de espionaje.

Cuando Levinson desapareció, se propagaron, entre sus amigos, teorías sobre lo que le había pasado. Algunos de ellos pensaron que gánsteres rusos lo habían agarrado. Otros creyeron que lo habían matado contrabandistas de cigarros. Otros más sentían que Dawud Salahudin (o Teddy Belfield, como se lo conoció alguna vez), el hombre con el que fue a reunirse en Irán, lo había llevado a una trampa.

“Era imposible que él hubiera ido a las isla Kish por un caso de cigarrillos”, dijo Kurins.

Varios meses después de la desaparición de Levinson, otro de sus conocidos en Nueva York, John Moscow, un abogado, revisó su correo electrónico y encontró lo que parecía ser una pista. Moscow, quien fuera un importante fiscal en la oficina del fiscal de distrito de Manhattan, fue uno de varias personas que recibieron una copia de un correo electrónico en el que Levinson, o alguien que fingía ser él, pedía ayuda a los funcionarios estadounidenses.

Moscow dijo que le había entregado el correo electrónico a la FBI y agregó que nunca oyó nada de los funcionarios de la Oficina. “Me dijeron que ellos se encargarían”, dijo.

Funcionarios de la FBI le dijeron a la familia de Levinson que pensaban que el correo electrónico era falso. Sin embargo, tres años después, cuando llegó otro que contenía un video en el que aparecía como rehén, pareció que la Oficina pudo haber cometido un error crítico. El correo del 2007 que recibió Moscow y el mensaje del 2010 con el video se enviaron desde cuentas en Gmail con nombres casi idénticos, según un libro nuevo sobre Levisnon y los esfuerzos para encontrarlo.

Lindsay Ram, una portavoz de la FBI, declinó comentar.

Al paso del tiempo, la FBI empleó a un grupo insólito de personajes para buscar a Levinson, incluido el multimillonario y oligarca ruso Oleg Deripaska. Frustrado por la falta de avances, O’Brien decidió actuar.

Primero, trató de contratar a un investigador en Teherán para que buscara en periódicos y expedientes públicos cualquier mención sobre Levinson. Esa línea de acción nunca se pudo implementar. En el 2009, dos agentes de la FBI en Washington lo llamaron y le dijeron que querían verlo.

O’Brien contó que se reunió con ellos en la cafetería Gracie Mews Diner en el Upper East Side. Al principio, los hombres mantuvieron la explicación gubernamental sobre la presencia de Levinson en Irán. Sin embargo, cuando O’Brien presionó a sus visitas, empezaron a abrirse con él.

Los agentes de la FBI le dijeron que había una lucha interna en la CIA por cómo se debería reaccionar pública y privadamente ante la desaparición de Levinson.

“Esto iba a avergonzar a la CIA”, dijo, “y estos agentes sentían que el organismo no les estaba diciendo la verdad”.

Los agentes también le dijeron, añadió, que el Consejo Nacional de Seguridad estaba considerando emitir una protesta oficial en la que acusaría a Irán de retener a Levinson como rehén, un paso que el gobierno de Obama nunca dio. Ram, la portavoz de la FBI, declinó comentar, al igual que la del Consejo de Seguridad, Dew Tiantawach.

En el 2012, no obstante, O’Brien vio una apertura. Antes, él había exhortado a uno de sus vecinos en su casa para fines de semana en Poconos, un exgeneral del ejército iraní, que preguntara sobre Levinson en un viaje que hizo a Irán. A su regreso, el hombre le había reportado que su mejor amigo allá, un general iraní bien conectado, había tenido miedo de hablar. Sin embargo, pronto, O’Brien pudo usar una táctica conocida para Levinson: usar a su favor la desventura de una fuente.

Cuando O’Brien visitó a su amigo iraní-estadounidense para felicitarlo por el Día del Padre, encontró al hombre desconsolado porque la FBI acababa de detener a su hijo bajo cargos de fraude. Sintiendo que podría haber un trato, O’Brien se ofreció a buscar una reducción en la sentencia del hijo en el Departamento de Justicia, si regresaba a Irán y le decía a su excolega allá que necesitaba información sobre Levinson para salvar a su hijo.

El hombre estuvo de acuerdo y regresó a Irán, donde esperó luz verde cuando le dijeran que habían llegado a un acuerdo. Sin embargo, esa señal nunca se envió, contó O’Brien, porque todos aquéllos a los que contactó en el Departamento de Justicia y en la FBI le pusieron obstáculos.

“Hemos tratado de llegar a acuerdos y ellos no han producido nada creíble”, contó que le dijo un funcionario de la FBI.

Cuando los amigos de Levinson salieron del Old Tbilisi Garden, sentían tristeza y pesar. Muchos de quienes fueron sus colegas y conocidos siguen enojados por la forma en la que los funcionarios federales han manejado el caso.

Durante casi un año, la CIA engañó a la FBI y al Congreso en cuanto a la relación con Levisnon y dejó a su familia abandonada a su propia suerte. Hoy, la Casa Blanca todavía se niega a confrontar directamente a Teherán por el investigador desaparecido, aun cuando muchos expertos dicen que creen que fueron elementos dentro del extenso aparato de inteligencia de Irán los que lo capturaron y detuvieron.

El gobierno de Obama ha dicho que está comprometido a encontrar a Levinson. O’Brien dijo que Kurins y él planearon dedicarles a la esposa de Levinson y a sus hijos, “Boss of Bosses” (El jefe de jefes), el libro de seguimiento al de grandes ventas en 1991 sobre el caso Castellano. (Tanto O’Brien como Kurins renunciaron a la FBI en medio de la controversia por el libro.) Sin embargo, aquél nunca aceptará el hecho de que el gobierno estadounidense no insistiera en el regreso de Levinson _ o, al menos, tener información sobre su destino _ como parte del intercambio de prisioneros a principios de año.

“Yo no sé qué estaban haciendo allá estas otras personas”, observó. “Pero no eran patriotas que trabajaban para su gobierno”.

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