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Nuncio apostólico pide a jóvenes trabajar a favor de la justicia

Durante su mensaje a 32 mil jóvenes reunidos en Cristo Rey, el Nuncio Apostólico pidió el compromiso de trabajar a favor de la justicia y de la paz aq

Escrito en León el

El domingo, miles de jóvenes católicos provenientes de diversas Diócesis del país visitaron Cristo Rey para exigir paz y justicia.
El Nuncio Apostólico Christophe Pierre dio un mensaje especial a los 32 mil jóvenes que participaron en la Marcha Nacional Juvenil.
Aquí el mensaje íntegro:

Justicia y paz en México, compromiso y exigencia de la juventud: XXXII Peregrinación Juvenil a la Montaña de Cristo Rey
 
Homilía de
S.E.R. Mons. Christophe Pierre
Nuncio Apostólico en México
XXXII Peregrinación Juvenil a la Montaña de Cristo Rey
“Justicia y paz en México, compromiso y exigencia de la juventud”
(Montaña del Cubilete, Silao, Gto., 31 de Enero de 2015)

Muy queridos amigos y amigas:

Conscientes de la situación que atraviesa la nación mexicana, experimentando en carne propia lo que es vivir en la incertidumbre y en medio de la violencia, desde la fe en Cristo Jesús ustedes, jóvenes católicos de México, haciendo eco y acogiendo el llamado que han hecho sus Obispos, están aquí simbólica y tangiblemente reunidos para asumir cristianamente el compromiso de trabajar a favor de la justicia y de la paz aquí y ahora. Así lo dice el lema de su peregrinación “Justicia y paz en México, compromiso y exigencia de la juventud”.

Están aquí, ante la imagen de Cristo Rey para manifestar su disponibilidad incondicional de colaborar eficazmente en la búsqueda de la paz y en la construcción de una nación más humana, a través y ante todo, de su testimonio de vida que, en Cristo, llama a vivir el verdadero amor, y con acciones concretamente proyectadas y difusivas, vividas desde la esperanza de que sí es posible edificar un país más justo y pacífico.

Ya el año pasado, su slogan decía “Por la paz, dejaremos nuestra huella”. Preguntémonos, ¿han efectivamente logrado dejar su huella a lo largo del año transcurrido?, ¿en qué modo?, ¿con cuáles frutos? Cada slogan cuestiona. ¿Lo hemos verdaderamente asumido y hecho vida? Es este el reto que se afronta también hoy con el nuevo propósito que presentan en su lema: “Justicia y paz en México, compromiso y exigencia de la juventud”.

Y es que, en nuestro mundo, en el que el orgullo, el honor mal entendido y el estar por encima de los demás son los valores más buscados, Jesús dice a ustedes que no es ese el camino; que no va por ahí la solución; que es, en cambio necesario elegir algo que ciertamente para muchos está devaluado y que, sin embargo, es lo indispensable, esto es, que hay que buscar el bien de todos, también de quienes nos tratan mal. Jesús nos invita a un cambio radical en nuestra vida, a nacer de nuevo, a aceptar a Dios como Padre y a organizar este mundo como un mundo de hermanos. Y para que este cambio sea posible; para organizar este mundo de modo que todos estemos en grado de alcanzar la propia porción de felicidad -y la auténtica felicidad consiste en la experiencia del amor compartido-, es necesario que empecemos por no negar a nadie esa posibilidad, ni siquiera a los que se empeñan en hacer de nuestra vida una constante desgracia. Para que nazca un mundo nuevo, es necesario demostrar que es posible vivir el verdadero amor.

Jesús, durante toda su vida pasó haciendo el bien a todos, y por todos los medios buscó manifestar el verdadero sentido de la existencia. Su trabajo más intenso consistió en lograr que el grupo de sus seguidores asumiera nuevos criterios de relación y de fraternidad que ayudaran a sacar este mundo de la oscuridad a donde lo había introducido el egoísmo humano. Jesús enseñó una nueva forma de concebir la vida, y Él mismo, con su propia vida, con su comportamiento y con sus acciones, ratificó que era posible actuar de forma diferente a lo establecido y asimilado como normal dentro de la propia cultura. Así, Él cambia el curso de las relaciones establecidas proponiendo un modelo de vida que a nuestro pensar podría parecernos utópico, pues invita a sus discípulos a superar el egoísmo y a construir una nueva existencia, en la que la justicia, la fraternidad, la igualdad y el amor sean la norma reguladora de la vida de todo hombre y de toda mujer.

Al instinto de venganza -en cierto modo innato en el hombre- Jesús opone la actitud consciente y decidida de la no violencia; pero no de una no violencia pasiva, fruto del miedo o de la cobardía, sino con una actitud activa que procure instaurar un nuevo tipo de relaciones humanas que vayan más allá de las exigencias de la mera justicia conmutativa, distributiva y vindicativa; Jesús propone que hagamos frente al adversario, pero respondiendo a su coacción con la bondad que muchas veces es capaz de doblegarlo.

Cierto. Lo que Jesús pide a los suyos no es cosa fácil. Ya es a veces un triunfo lograr amar a los nuestros. Amarlos cuando sus gustos, su modo de ser y su sensibilidad no coinciden con las nuestras. Amarlos cuando nos piden hacer buen uso de nuestra libertad y nos exigen sacrificio. Amarlos cuando están ya viejos y nos parece que poco o nada sirven, cuando se ponen melancólicos, cuando hay que dedicarles el tiempo que quisiéramos emplear en otras cosas más placenteras y más apetecibles. Pero esto, -dice Jesús-, no es nada. Porque de lo que se trata es de amar a los que están contigo, pero también a los que están contra ti.

Se podría argumentar, por otra parte, que lo que Jesús pide es todo, menos razonable. Porque lo razonable, lo humanamente razonable, es pagar con la misma moneda. De suyo es ese el fundamento del derecho y de nuestra discutible justicia: el que la hace, la paga. Pero, ¿no ha sido precisamente lo humanamente razonable de nuestro actuar lo que nos llevado la situación de violencia que hoy vivimos? Porque así, razonablemente, hemos fabricado una convivencia inaguantable, equiparando nuestra justicia a la injusticia que queremos vencer y así hemos producido enemigos por todas partes. En consecuencia, si efectivamente queremos salir de ese círculo de violencia y delincuencia, hemos de dejar nuestra razonable y prudente manera de actuar y decidirnos a seguir la locura del evangelio, la locura del amor, que es la locura de la cruz: ¡dar la vida por amor! ¡Sí!, amigas y amigos. Amar al enemigo a la manera de Cristo y según el querer de Cristo, es salirse de la prudencia humana, de la razonable prudencia humana, para entrar en el ámbito de la prudencia cristiana, de la prudencia de Cristo Jesús.

“La experiencia del pasado y de nuestros días –escribió San Juan Pablo II-, demuestra que la justicia sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si la forma más profunda de justicia, que es el amor, no puede plasmar la vida humana en todas sus dimensiones”. Y “si vivimos de acuerdo a la ley del ‘ojo por ojo, diente por diente’, -dijo a su vez el Papa Francisco-, no salimos nunca de la espiral del mal. El Maligno es listo, y nos hace creer que con nuestra justicia humana podemos salvarnos y salvar al mundo. En realidad –añade el Papa Francisco-, solo la justicia de Dios nos puede salvar”. “Y la justicia de Dios se ha revelado en la cruz: la cruz es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre este mundo. ¿Pero cómo nos juzga Dios? Dando la vida por nosotros. Éste es el acto supremo de justicia que ha derrotado de una vez por todas al príncipe de este mundo y este acto supremo de justicia es precisamente también misericordia”.

Para el creyente en Cristo una cosa es por tanto clara: en él no puede haber espacio para el odio. El odio engendra odio y concibe muerte. El odio destruye a la persona y a la sociedad. El que odia, -dice San Juan-, permanece en la muerte. El creyente en Cristo está en el mundo para amar, ¡también a sus enemigos!

Pero, ¿cuál es la razón para que Jesús nos pida amar con total generosidad? La razón no nos la da una falsa y desencarnada espiritualidad, ni la cobardía de quien no sabe o no quiere defenderse. Tampoco puede ser la falsa bondad de quien espera ser aplaudido por la sociedad. El motivo es solo uno: hay que poner amor donde no lo hay, simplemente porque eso es lo que hace Dios: ¡eso mismo es lo que hace nuestro Padre Dios! Jesús precisa que Dios es “nuestro Padre celestial” y que nuestro comportamiento -¡de hijos!- debe ser, por eso mismo, un comportamiento de hermanos, de hermanos universales.

Así, la palabra de Jesús, antes de ser una exhortación moral es revelación del misterio íntimo de Dios: del Dios que hace salir su sol sobre malos y buenos. Del Dios que manda la lluvia a justos e injustos. No es la justicia humana la que determina la justicia de Dios. Es la lluvia de su misericordia la que produce sobre la tierra la verdadera justicia que es, a fin de cuentas, el rostro del amor.

Amar al enemigo, por otra parte, tampoco puede entenderse como complicidad con él ni como aceptación del mal. Amar al enemigo es querer su bien, querer que se convierta y viva, que deje de ser enemigo y que vuelva al amor de la comunidad, igual que el amor de Dios, que no es solidaridad con el pecador sino con el hombre que debe arrepentirse y dejar el camino del pecado y hacer el bien.

Queridos amigos y amigas. El Papa Francisco decía que todos los discípulos del Señor tenemos como propia la misma vocación que Santa Teresita del Niño Jesús logró identificar como suya. “En el corazón de la Iglesia –escribió ella-, yo seré el amor”. Los animo entonces a que, siendo el amor en el corazón de México, se entreguen con pasión y sinceridad a la gran tarea de renovación de la sociedad y ayuden a construir una Patria mejor.

En este retador momento de su historia, ustedes tienen que demostrar que el amor es la gran, la única fuerza transformadora del universo. Sean, pues, también ustedes el amor en el corazón de la Iglesia y de la sociedad, demostrando con hechos que la fuerza del amor al enemigo es más creativa que el odio hacia quienes nos hacen daño.

El reto es grande y es grandioso. Más porque –como decía el Papa Francisco-, “uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan los jóvenes es el de aprender a amar. Amar significa asumir un riesgo: el riesgo del rechazo, el riesgo de que se aprovechen de ti, o peor aún, de aprovecharse del otro. ¡No tengan miedo de amar! Pero también en el amor mantengan su integridad”. “Es esencial –insiste el Papa-, que no pierdan su integridad. No pongan en riesgo sus ideales. No cedan a las tentaciones contra la bondad, la santidad, el valor y la pureza. Acepten el reto. Con Cristo serán, -de hecho lo son ya-, los artífices de una nueva y más justa cultura”.

Queridas muchachas y queridos muchachos: “Hace veinte años, San Juan Pablo II dijo que el mundo necesita «un tipo nuevo de joven», comprometido con los más altos ideales y con ganas de construir la civilización del amor. ¡Sean ustedes de esos jóvenes! ¡Que nunca pierdan sus ideales! Sean testigos gozosos del amor de Dios y de su maravilloso proyecto para nosotros, para este país y para el mundo en que vivimos”.

¡Adelante! En el corazón de México sean ustedes, el Amor. Cristo Jesús, Cristo Rey está con ustedes! ¡Adelante entonces con valentía!

Amén.

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