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Entre pasadizos y calabozos

San Felipe del Moro es el ícono capitalino de la isla de Puerto Rico, sus muros cuentan la historia boricua de batallas contra corsarios y visitas ari

Escrito en León el

Algunos rayos de luz se cuelan por las rendijas. Pero aún así está oscuro, y justamente esto provoca cierta adrenalina al caminar por los pasadizos y calabozos del Castillo San Felipe del Morro.
Ubicado en la Bahía de San Juan, al norte de la capital de Puerto Rico, comenzó a construirse en 1539 por mandato de la corona española, colonizadora de la isla caribeña por más de 400 años.
Su misión era alojar nobles, de ahí que se le nombrara castillo, pero en realidad, con sus 28 hectáreas y seis niveles, fungió como fuerte y protegió al país de incontables ataques de corsarios, como el de Sir Francis Drake, en 1595.
Navíos estadounidenses abrieron fuego contra sus murallas durante la Guerra hispano-estadounidense, en 1898, cuando Puerto Rico, con sus 9 mil 104 kilómetros cuadrados, pasó a ser territorio norteamericano (a partir de 1952 es considerado Estado Libre Asociado al tener un autogobierno).
Atrás quedaron las batallas; hoy el fuerte puede ser explorado para conocer parte de la historia de esta tierra y, de paso, sentirse en una película de piratas.
La mejor manera de recorrerlo es dejándose guiar por el instinto, caminar por pasillos que terminan en pequeños balcones o alguna salida a la playa. En cada área existen fichas que explican los acontecimientos más importantes ocurridos ahí.
Como están en el nivel subterráneo del edificio, los calabozos se mantienen fríos; sólo los valientes querrán internarse en ellos. En realidad no hay nada de qué asustarse, pero el silencio y penumbra del lugar resulta intimidante.
La fortificación, declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1983, resulta todo un laberinto. Del segundo piso, de pronto subimos por altos escalones que nos llevan directo al quinto nivel. Sólo los más expertos soldados dominaban estos pasadizos para moverse con facilidad al momento de algún ataque.
Algunas de las áreas del castillo están vacías, otras fueron adaptadas como museo.
Hay que prestar atención a los remaches de las puertas y las herrería de las ventanas, pues nunca han sido reemplazadas: llevan aquí más de 400 años.
A pesar de que están junto al mar, la madera con las que están construidas no se ha hinchado, pues son de ausubo, árbol de la región, que entre los habitantes es conocido por su fortaleza: soporta la humedad y, dicen, hasta balas.
A los boricuas les gusta decir que gobiernos van y vienen, pero El Castillo de San Felipe del Morro siempre estará aquí para compartir un poco de su historia.
Una historia de colores
Son las siete manzanas más antiguas de toda la isla caribeña, donde se fundó la ciudad hace más de 500 años. Conocida como el Viejo San Juan, la zona destaca por sus casas de colores, que datan de los siglos 16 y 17, perfectamente conservadas, y por su piso adoquinado.
Hay que bajar la vista para percatarse de que tiene una tonalidad azul, y ser curioso para conocer su posible origen. La historiadora Aída Caro, una de las profesoras eméritas de la Universidad de Puerto Rico, aseguró, luego de muchos años de investigación, que los adoquines fueron traídos de Liverpool en 1890.
Sin embargo, entre algunos boricuas existe la creencia de que cuando la isla fue una colonia española se encargaron cañones a Sevilla para el Castillo de San Felipe del Morro, y que el acero que quedó en los hornos se utilizó para cubrir los adoquines. De ahí su color y durabilidad.
Lo cierto es que embellecen al Viejo San Juan, que se deja recorrer a pie: caminar de una punta a otra no lleva más de 20 minutos. En el camino aparecen estrechas calles y balcones con flores brillantes, desde los que se alcanza a ver el azul del Atlántico. Y también aparecen edificios con mucha historia.
La Catedral Metropolitana de San Juan Bautista es uno de los atractivos del paseo. De estilo neoclásico, construida hace más de 400 años, aquí yacen los restos del explorador español Juan Ponce de León.
Su tumba de mármol se encuentra a unos metros del altar mayor. Es famosa porque muestra a la Reina Isabel la Católica besando el ataúd. De acuerdo con algunos guías de turistas, este detalle habla de un posible amorío entre el conquistador y la soberana.
Junto se encuentra una urna de cristal. A simple vista lo que guarda parecería una estatua, pero en realidad son los restos de San Pío, uno de los primeros mártires de la persecución romana.
Enfrente de la catedral se encuentra uno de los hoteles más famosos de la metrópoli, El Convento, que, como su nombre indica, albergó un monasterio carmelita en el siglo 17.
Se antoja tener más tiempo para encontrar esas pequeñas historias boricuas que, irremediablemente, seducen al viajero. O planear otro viaje, y otro, y otro. En el Viejo San Juan siempre habrá algo nuevo que descubrir.

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