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Ante feminicidios, mujeres bordan por la paz en Cancún

Un grupo de mujeres se reunió este domingo en el Parque de las Palapas, en Cancún, para bordar por la paz, luego de los recientes feminicidios ocurrid

Escrito en León el

Un grupo de mujeres se reunió este domingo en el Parque de las Palapas, en Cancún, para bordar por la paz, luego de los recientes feminicidios ocurridos en la ciudad. 
El ejercicio ciudadano busca dejar testimonio, llevar un registro, mantener la memoria, rescatar el espacio público, conversar y sanar como comunidad, dolores comunes o diversos, entre ellos la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa en 2014, el homicidio de algún familiar, el asesinato de alguna mujer. 
“Somos una voz de hilo y aguja que no se calla”, se lee en un pañuelo, con hilos de colores, colgado de un improvisado tendedero que se colocó en el Parque de las Palapas, ubicado en la zona centro de la ciudad, en medio de puestos de artesanías, nieves, esquites, quesadillas y marquesitas. 
En otro pañuelo con hilos de color rosa y motivos de flores, se aprecia: “Saraí Isabel Poot Valle de 25 años. Independiente, oriunda de Yucatán. Es encontrada por su hermana dentro de su casa en la Región 251 en Cancún, Q. Roo el 17 de septiembre de 2014. Asesinada de asfixia por estrangulamiento. Trabajaba como secretaria. Le gustaba escuchar música, estudiar y estar con sus amigas”. 
Sentada en una banca, junto con su pequeña nieta, María de Jesús Ortiz Medina, viuda de Osorio –quien radica en Cancún desde hace 44 años- borda un pañuelo para Rosa Margarita Pérez Oliva, la mujer de 52 años que recibió más de 30 puñaladas el 15 de febrero de este año. 
“Estamos bordando por la paz, porque ya es demasiado la situación que estamos pasando en Cancún. Tanta inseguridad, tanta violencia, tanto asesinato de jóvenes, de niños; ya no podemos salir a las calles con nuestras hijas, con nuestros nietos, por el peligro que hay. A ciertas horas no se puede salir. 
“En los lugares que están solos, sin alumbrado, cazan a las muchachitas para hacer sus fechorías. Yo vivo en el centro y ya no me siento segura. Cancún era seguro, despuntaba como paraíso y lo fue, pero ya no lo es. Hay miedo y temor. Ha habido gente que se ha ido de aquí por lo mismo y no queremos que muera este polo turístico por este tipo de situación”, dice en entrevista con EL UNIVERSAL. 
La iniciativa tiene origen en la Ciudad de México y proviene del colectivo “Bordamos por la Paz” que, desde 2011, reúne a hombres y mujeres en las plazas públicas de diferentes ciudades del país -como Jalisco, Puebla, Oaxaca, el Distrito Federal, Ciudad Juárez, Saltillo y ahora Cancún- para bordar por las víctimas de desapariciones forzadas, secuestros, asesinatos y ahora, feminicidios. 
Aquí, quien comenzó a bordar en solitario fue Teresa Carmona, cuyo hijo Joaquín García Jurado Carmona fue asesinado en el Distrito Federal, el siete de agosto del 2010, lo que la llevó a unirse en 2011 al Movimiento por la Paz, la Justicia y Dignidad, fundado por el poeta y activista, Javier Sicilia. 
“Que el árbol de nuestra vida quede profundamente enraizado en la tierra del amor. Que las buenas obras sean las hojas de ese árbol. Que las palabras amables sean las flores, que su fruto sea la paz”, se lee en el pañuelo que le dedicó y que incluye la figura de un frondoso árbol, con hojas, flores y un corazón. 
Carmona Lobo, residente en la ciudad desde hace más de 20 años, se convirtió poco a poco, a partir de ese episodio, en la presencia del Movimiento por la Paz en esta ciudad. 
Inspirada por el colectivo “Bordamos por la Paz”, trajo ese ejercicio a esta ciudad y este es el tercer domingo en que instala el tendedero para bordar, junto con otras mujeres y hombres, las historias de dolor de Cancún. 
“Estamos construyendo memoria. Primero comencé a bordar en solitario, porque temía que no hubiera respuesta en Cancún, que es una ciudad muy difícil para encontrar eco y solidaridad. Me aventé la primera vez el 21 de septiembre pasado, porque días después se venía la conmemoración de la desaparición de los 43 Normalistas de Ayotzinapa”, expresó. 
El primero de noviembre, Tere Carmona pensaba instalarse nuevamente, pero decidió unirse a la marcha pacífica convocada por estudiantes de la Universidad del Caribe y de otras casas de estudio, a propósito del feminicidio de Karen Carrasco, la joven de 19 años quien fue asesinada en un paraje de la Región 217. 
“Fuimos a la marcha a expresar un reclamo de justicia y a llamar las cosas por su nombre: Feminicidios. 
“Lamentablemente después de eso, tuvimos una respuesta muy virulenta por parte del gobierno estatal. Yo fui una de las oradoras, porque así me lo pidieron los estudiantes, pero nunca pensamos que habría esa reacción de llamarnos enemigos de Quintana Roo”, indicó.
El ocho de noviembre se instaló por segunda ocasión en Las Palapas. Hoy, ha vuelto a hacerlo e intentará replicar la iniciativa de “Bordando por la Paz”, cada domingo, dice en entrevista con EL UNIVERSAL. 
Uno de los pañuelos más vistosos, en el que se aprecia de fondo en hilos de varios azules, un cielo y un sol amarillo, es el dedicado a Marifer: 
“15 de abril del 2015 se encontró sin vida a la niña de 13 años María Fernanda Vargas Sánchez. Fue violada y estrangulada en un camino de terracería en la Región 251, en Cancún, Quintana Roo. ‘Todos vamos a morir dice su madre ¿pero por qué así?’”, se lee en ese pañuelo. 
Tere borda ahora el recuerdo de la universitaria, cuyo asesinato, logró unir en vida a más de cinco mil personas que marcharon en Cancún, para repudiar ese y los crímenes de otras mujeres. 
“Cancún, 26 de octubre 2015. María Karen Carrasco Castilla de 19 años, estudiante de turismo en la universid (…)”, es lo que lleva bordado en letras rosas, azules y moradas. 
Carmona Lobo añade que los pañuelos de Cancún hablan de feminicidios, de hombres y mujeres desaparecidos, de varones que dejaron morir en alguna clínica. 
“Debemos visibilizar la violencia porque sí, las playas son muy hermosas, pero la mayoría de los cancunenses no tenemos acceso a ellas. La gente trabaja mucho, hay mucha desigualdad y las condiciones de vivienda no son buenas; los sueldos tampoco, eso crea un clima de frustración que se traduce en violencia. 
“Aquí tratamos de tejer ese tejido social que se ha ido desgarrando con este ritmo que nos permite poco vernos a los ojos, reconocernos y establecer relaciones de confianza. Tenemos que cambiar eso”, concluye.

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