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Comprender al Papa, no sólo aplaudirle

Francisco podría ayudar a transitar de la ley y la doctrina, al amor y la misericordia; de una fe heredada, a una fe elegida libremente; de una iglesia clerical, a una de laicos activos; de una igl

Escrito en León el
Comprender al Papa,  no sólo aplaudirle

I. La Iglesia en México

 

En estos días que se habla tanto de la Iglesia, veo y oigo que para algunos es algo así como una sucursal de la Jerusalén celestial y para otros no pasa de ser una trasnacional como la Coca-cola (“Dios bendiga este negocio”, leí ayer en la pared de un templo). Es por eso que me parece pertinente partir de una clara conceptualización: la Iglesia no es la jerarquía, ni el clero, ni el templo, ni el culto.

Hace 50 años, el Concilio Vaticano II declaró en el capítulo II de la Constitución sobre la Iglesia (Lumen Gentium) que la Iglesia (Eclesia=asamblea)  es todo el pueblo de Dios bautizado que quiere libremente seguir los pasos de Jesús y su proyecto del Reino de Dios, es decir, de construir un mundo en paz, justo y fraterno (Lumen Gentium #5). Además, sus miembros no son ángeles ni santos, sino que “nos reconocemos como una comunidad de pobres pecadores mendicantes de la misericordia de Dios” (Aparecida #100). Cuando leemos los periódicos, escuchamos los medios audiovisuales y oímos hablar al hombre y a la mujer de la calle, es claro que la mayoría habla porque tiene boca.

¿Qué significa esto en números? Que de mil 200 millones de católicos en el mundo sólo el 1% es formado por la jerarquía y el clero: el resto es el gran ejército de fieles laicos. Que de los 120 millones de católicos en México, 99% somos laicos. Además, es importante aclarar que la fe no se vive solamente una hora cada domingo, sino las 168 horas de la semana, en los diferentes ámbitos de la vida.

Es necesario un poco de historia para entender a la Iglesia en México. La fe católica llegó junto con la conquista española. La cruz y la espada vinieron de la mano. La buena noticia y la mala noticia se fundieron. Mesoamérica vivió en el siglo XVI la peor crisis poblacional de la historia: en 1517 había una población de unos 20 millones de indígenas y en el censo de 1600 sólo se registran 2 millones de habitantes. En 80 años, mientras se realizaba la primera evangelización, murió el 90% de la población por guerras, epidemias, explotación laboral, etcétera (1).

Por otra parte, de acuerdo a las costumbres de entonces (culpa es de la época y no de España) México fue sacramentalizado (bautizado) pero no catequizado. La “conversión” de las masas al catolicismo fue más sociológica que por un acto libre, personal e ilustrado. Se convertía el jefe máximo y bautizaban a todo el pueblo (cuius regi, cuius religio). Así fue también “evangelizada” Europa en la alta edad media. Este dato explica el auge de la religiosidad popular en toda América Latina, con sus grandes valores, pero también con sus carencias. Esta religiosidad “de barniz y no de raíz” (2) explica también la facilidad con que mucha gente deja el catolicismo y se inscribe en otras Iglesias o en otras sectas, como por ejemplo, la de la Santa Muerte, que en unos cuantos años llegó a dos millones de adeptos.

La jerarquía de la Iglesia Mexicana está constituida por 170 obispos, que integran la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM). Dado que tienen influencia sobre al 84% de las conciencias del país, son un gran poder económico, social, político e ideológico. En general, podemos afirmar que en cuestiones de moral sexual (control natal, aborto, homosexualidad, divorcio.) su postura es radicalmente conservadora. En cambio en cuestiones de moral social han sido críticos y participativos, aunque su práctica no está a la altura de sus documentos. Pastoralmente falta mística, creatividad, capacidad de liderazgo para mover y organizar los enormes activos que tiene la institución.

Entre muchas otras orientaciones coyunturales y estructurales, destacan dos significativos documentos: la carta pastoral Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos ( 2000), que no sólo acompañó la transición de terciopelo del fin de la era priísta, sino que hace un buen análisis de la historia de la Iglesia en México y de los desafíos de la nueva evangelización; la exhortación pastoral Que en Cristo nuestra paz México tenga una vida digna (2010), excelente directriz para iluminar y dar consuelo sobre la crisis de inseguridad y violencia que ha vivido el país en los últimos años.

Frutos granados del Concilio y de Medellín, en la segunda mitad del siglo XX México tuvo varios obispos proféticos que interpretaron y vivieron la historia con radicalidad evangélica: Sergio Méndez Arceo, Samuel Ruiz, Bartolomé Carrasco, y el todavía vivo y emérito, Arturo Lona, entre otros. Actualmente la más reconocida es la voz de Don Raúl Vera, obispo de Saltillo.

Ojalá que el Espíritu Santo ilumine al Papa Francisco para que entienda que el mejor regalo que le puede hacer a la Iglesia mexicana es nombrar obispos “a su imagen y semejanza” (de él, de Francisco). Tal vez cambiar la curia romana no está en sus manos ni le dé tiempo de hacerlo, pero nombrar obispos sí depende totalmente de su voluntad. La Iglesia mexicana necesita una cabeza con más sabor evangélico que administrativo, cuya característica principal no sea la gris obediencia, sino el carisma del liderazgo. Si México tuviera un episcopado como el que tenía Brasil en los 70, otro gallo nos cantara.

El clero secular o diocesano está formado por 12 mil 500  sacerdotes que atienden a 6 mil 750 parroquias. Tal vez la mayoría practica una pastoral muy cultual y sacramentalista, aunque se ha reducido mucho la asistencia a la misa dominical. No obstante hay numerosos casos -como el P. Aristeo de la Vega en Oaxaca, quien murió el año pasado- de pastores verdaderamente evangélicos que con un gran liderazgo guían al pueblo para tener una sólida formación bíblica que lleva a un compromiso social muy significativo. Al catolicismo mexicano le faltan muchos pastores para poder atender a toda la grey: la mies es mucha y los obreros pocos.  El futuro se vislumbra todavía peor por la miopía de monopolizar la tarea pastoral en un clero cada vez más escaso, sobre todo por el celibato, que en muchos casos ni se cumple. El padre Alejandro Solalinde es la voz más escuchada a nivel nacional, por su admirable trabajo con los migrantes.

En el clero religioso (3 mil 900 sacerdotes religiosos, mil 700 religiosos no sacerdotes y 28 mil religiosas), que agrupa a más de cien congregaciones en la Conferencia de religiosos mayores de México, están las élites mejor formadas de la Iglesia y socialmente más comprometidas, como gran parte de los jesuitas, algunos dominicos, claretianos y maristas, religiosas del sagrado corazón y de otras congregaciones, etcétera. Aunque también hay otras comunidades, sobre todo de religiosas, que da la impresión que no se han enterado que hubo un Concilio hace 50 años. Dos ejemplos de compromiso, entre muchos otros, son el dominico Miguel Concha, con los derechos humanos y la religiosa Consuelo Morales, quien acaba de recibir el premio nacional de derechos humanos 2015 por su infatigable búsqueda de desaparecidos.

Esa es la Iglesia jerárquica y clerical de México: 46 mil 270 hombres y mujeres con vocación, llamados por Dios, dedicados de tiempo completo, incluso renunciando a formar una familia, para dar su vida entera por “la causa”. Además, como herederos de una época de cristiandad, cuentan con poderosos medios materiales y presencia social. Éste es el “equipo del Papa” para evangelizar nuestro país. Es la cara visible de la Iglesia, la que tiene templos y escuelas, la que aparece en los periódicos. Sin embargo, no es ni el 1% de la Iglesia.

El laicado, los otros  99 millones de miembros (84% de la población), son como un río subterráneo y descalzo que atraviesa y surca el país sin hacer ruido. Son esas 25 millones de familias que están ahí, invisibles pero reales como los mantos freáticos, para quienes la fe es el centro de su weltanschauung (visión del mundo), el sentido primero y último de su vida y de su muerte. Un gran porcentaje del gran árbol del pueblo, que no son católicos de segunda categoría, practica una fe tradicional alimentada por la religiosidad popular, pero hay también un creciente sector de nuevos católicos que leen y estudian la Palabra de Dios como nunca antes en la historia de la Iglesia, que se inician en la fe con una vida de comunidad y que tienen un creciente compromiso social.

Un ejemplo significativo: hubo hace poco un programa de televisión que se llamó Iniciativa México. Daba un premio de 10 millones de pesos a la asociación civil que hiciera el mejor trabajo de servicio social. En el primer año se inscribieron 50 mil asociaciones y en el segundo 60 mil (¿cuántas no se inscribieron?). Cooperativas, servicios de empleo, de salud, de educación, organizaciones de derechos humanos, promotores del agua, de la ecología, orfanatos, etcétera. ¿Dónde se oculta ese México consciente y organizado? ¿Quién ve esas entregas a veces heroicas? Sean o no proyectos de inspiración cristiana, todos apuntan a construir el Reino.

Ante la desesperante y dolorosa situación de las familias de los 25 mil desaparecidos, fueron dos laicos católicos (Emilio Álvarez Icaza y el poeta Javier Sicilia, a quien el crimen organizado le arrebató a uno de sus hijos) quienes recorrieron el país para visitarlas, escucharlas y abrazarlas, y luego sentaron al presidente Felipe Calderón en una audiencia pública para pedirle cuentas.

También en el mundo del trabajo hay miles de signos evangélicos, como el exitoso empresario católico Lorenzo Servitje (3) cuya “panadería” Bimbo es la cuarta empresa empleadora más grande de México, con más de 100 mil trabajadores, esmerándose en dar condiciones favorables en salario y prestaciones (nadie que  sea contratado puede ser despedido). Don Lorenzo financia, además, el Instituto Mexicano de Doctrina Social Católica (Imdosoc) que busca entender y explicar científicamente la realidad mexicana a la luz de la fe.

Manuel Arango y Jorge Villalobos, otros dos laicos comprometidos, promueven desde el Cemefi (Centro mexicano de la filantropía) a empresas socialmente responsables. La Caja Popular Mexicana, fundada por el sacerdote Manuel Velázquez, del secretariado social mexicano, hace más de 50 años, es organizada y dirigida totalmente por laicos ofreciendo ahorro y crédito a más de dos millones de socios cooperativos. Su lema: “por un capital en manos del pueblo”. No podemos extendernos más, pero también el mundo de la política y de la cultura están enriquecidos por la levadura católica.

Ya viendo las estructuras de la nueva evangelización, hay gran variedad de movimientos en el que miles de laicos viven integralmente su fe, como las comunidades eclesiales de base o el movimiento familiar cristiano, que da una formación de tres años a más de 50 mil familias. La Iglesia mexicana cuenta con un ejército laico de 286 mil catequistas, la mayoría de niños, pero que poco a poco puede irse orientando hacia los jóvenes y adultos con modelos iniciáticos y liberadores que ya existen.

El laicado, ese gigante, está despertando.

II. En esta hora de gracia (4) 

 

El jesuita Ignacio Ellacuría, teólogo de la liberación y mártir en El Salvador en 1989, escribió un libro cuyo título lapidario es el programa del catolicismo para el siglo XXI: “La conversión de la Iglesia al Reino de Dios”.  Es a la luz de ese gran movimiento histórico que cobra toda su relevancia la visita del Papa Francisco al segundo país con más católicos en el mundo. Más allá del folklore, su visita nos ayudará a transitar de la ley y la doctrina, al amor y la misericordia; de una fe heredada, a una fe elegida libre y personalmente; de una Iglesia clerical, a una Iglesia de laicos ilustrados y activos; de una iglesia patriarcal, a una iglesia fraterna y con igualdad de género; de una Iglesia rica y con los ricos, a una Iglesia pobre con opción por los pobres.

Francisco es un pontífi-che latinoamericano, cercano y comprensible, que encarna ese nuevo modelo de Iglesia. Es un Papa tricolor como la bandera mexicana: blanco por fuera y verde y rojo por dentro. Para su visita ha elegido tocar las fronteras de la marginalidad y el dolor: al sur verá cara a cara el rostro de nuestros hermanos indígenas, los más pobres entre los pobres; al norte, en la ciudad que fue la más insegura del mundo hace unos años, tendrá un encuentro con los migrantes, los trabajadores de las maquiladoras y las familias de las mujeres asesinadas; en Michoacán estará en contacto con la frontera del narcotráfico y la inseguridad; en la ciudad de México, con los problemas ecológicos de una ciudad que está en la frontera del colapso (aire, basura, agua).

Para que la visita del Papa Francisco no sea algo efímero, que se disuelva con la emoción del momento, debería organizarse una gran campaña en parroquias, escuelas, movimientos y empresas para que en todo el país se escuche su mensaje y, además, se lean esas dos cartas que ya nos escribió: “La alegría del Evangelio” (Evangelii Gaudium), que nos enseña un nuevo estilo de ser iglesia, y “Alabado sea” (Laudato sii), un innovador mensaje bíblico-ecológico para cuidar la naturaleza. Si así fuera, los frutos de comprensión de la fe y de conversión al Evangelio serían más duraderos que sólo llorar por ver pasar al Papa o echarle una porra.

La Iglesia es como un larguísimo tren. Cuando la máquina toma una curva, pasará mucho tiempo para que el cabús gire también.

 

Notas:

1. García Martínez Bernardo. El saldo demográfico y cultural de la conquista. Revista Arqueología Mexicana, número 74.

2. Paulo VI. Evangelii Nuntiandi, 1975.

3. Enrique Krauze. La fe del panadero. Reforma, 29 de noviembre de 2015.

4. Así tituló don Samuel Ruiz  su carta pastoral de 1993 con motivo del saludo del Papa san Juan Pablo II a los indígenas del continente en Izamal, Yucatán, justo cuatro meses antes del levantamiento zapatista. “La hora de gracia” hace alusión al año de gracia del jubileo judío.

 

*El autor es maestro en Teología Pastoral por el Instituto Católico de París.

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