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Los hombres italianos y el regreso a la elegancia

Fue la vulgaridad y no la elegancia la que rigió en Italia cuando el entonces primer ministro Silvio Berlusconi estaba simultáneamente dirigiendo al país y protagonizando sus bacanales "bunga bunga".

Escrito en León el
Los hombres italianos y el regreso a la elegancia

Fue la vulgaridad y no la elegancia la que rigió en Italia cuando el entonces primer ministro Silvio Berlusconi estaba simultáneamente dirigiendo al país y protagonizando sus bacanales “bunga bunga”. Berlusconi fue un suplicio para los valores culturales italianos tradicionales, y sus años en el poder un prolongado desmantelamiento de los logros intelectuales y estéticos de altos principios que definieron a la arquitectura, el arte y el diseño industrial italianos, y, no menos, a su moda durante gran parte del siglo XX.

Si todo lo que usted supiera sobre el país se derivara de las excentricidades cómicas de su ex primer ministro, sería difícil creer que La Dolce Vita hubiera existido alguna vez. ¿Y no fue esa, después de todo, la premisa en la cual la película de 2013 “La Grande Bellezza” basó su lamento fellinesco de un mundo ya ido?.

El tono cansino adoptado por Jep Gambardella, el protagonista de la película ganadora de un Premio de la Academia - quien vaga en sus trajes de lino color pastel por una Roma social alterada casi más allá de todo reconocimiento - tocó una fibra sensible en las audiencias italianas.

“Teníamos que matar a nuestros maestros en algún momento”, dijo Carlo Borromeo, un diseñador industrial milanés, en una entrevista reciente, refiriéndose al legado estético sin paralelo de Italia. “Teníamos esta enorme herencia del pasado, y entonces en algún momento a lo largo del camino teníamos que deshacernos de ella”.

Sin embargo, según resulta, lo que el periodista especializado en el estilo italiano Angelo Flaccavento llamó recientemente el “lento envenenamiento del pasado” no fue irreversible. Seguro, una generación que alcanzó la mayoría de edad en la era de Berlusconi podría haberse quedado atrapada en el uso de zapatos puntiagudos y jeans con marcas de pliegues en las ingles. Al igual que los hombres estadounidenses nacidos bajo la sombra del viernes de vestimenta informal repentinamente descubrieron las maravillas del zurcido invisible y los zapatos oxford de punta rematada, así una cantidad creciente de hombres italianos han salido en busca del rico legado sartorial de su nación.

“Los chicos, por ejemplo, son superelegantes”, dijo Borromeo, quien tiene poco más de 30 años. “Están descubriendo los códigos antiguos, adaptándolos y modificándolos a su manera”.

Para sorpresa de Flaccavento, quien organizó una exhibición en verano en el Museo Marino Marini en Florencia dedicado al guardarropa personal de Nino Cerruti - el diseñador de moda masculina de 85 años de edad que personifica a la elegancia masculina italiana -, la mayor respuesta provino de los jóvenes.

“Fue una reacción enorme”, dijo por teléfono desde Milán. “Todos se maravillaron con lo contemporáneos y elegantes que eran los atuendos del señor Cerruti, cuán frescos y poco ostentosos”.

Con su énfasis en las líneas elegantes y los colores pastel, y en los incontables refinamientos hechos posibles por un profundo legado de sastrería, el estilo de Cerruti está a años luz de los atuendos de caricatura de los pavo reales que han dominado el escenario en los últimos años en Pitti Uomo, la feria semestral de moda masculina que atrae a unos 1,200 exhibidores y 30,000 compradores a Florencia.

“Pitti se convirtió en un circo por completo”, dijo Flaccavento. “Es triste pero cierto”.

Raffaello Napoleone, director de Pitti Imagine, la organización matriz de las ferias comerciales florentinas, dijo: “Por mucho tiempo, las cosas se pudieron bastante feas”, refiriéndose a los años de Berlusconi. “Gradualmente, eso se está corrigiendo”.

Cada vez más, un avatar de estilo diferente ha sido detectado en Pitti y en todas las capitales europeas de la moda, un hombre que parece ser el heredero de otra variante del gusto italiano. Piense en él como un hombre con un traje adaptablemente confeccionado como los creados por los sastres napolitanos de los años 20, cuyos clientes anglófilos los enviaban en viajes de espionaje a Savile Row.

Piense en él como ese tipo en un calle milanesa cuyos zapatos de cordones suavemente pulidos denotan un nivel de mantenimiento cuidadoso que no tiene nada que ver con aparecer en algún hilo de redes sociales. Piense en él como un hombre como Borromeo, quien evita los abrigos a favor de las chamarras o los chalecos mullidos y las corbatas a favor de las bufandas, y quien tiene lo que parecería ser una capacidad singularmente italiana de usar pantalones de colores que se pensaba que solo Gianni Agnelli, el heredero de Fiat e ilustre playboy, podía usar.

El de Agnelli es un nombre útil en este contexto, ya que la suya es la imagen reflexivamente evocada cuando surge el tema de los grandes epítomes de la moda italiana. Sin embargo, como su nieto Lapo Elkann, quien heredó y aún usa cosas del guardarropa de su abuelo, Agnelli fue tanto una creación de la maquinaria publicitaria como llegarían a ser habituales de Instagram como Nick Wooster.

Y los gestos de estilo por los cuales llegó a ser mejor conocido Agnelli - botas Tod’s dejadas desatadas, reloj de pulsera usado encima del puño de la camisa, corbata dejada ondeando por fuera de un suéter - fueron un poco demasiado considerados para ser verdaderamente elegantes, después de todo.

Si la elegancia es rechazo, como dice la famosa fórmula, se puede decir todo a favor de un grupo de hombres que incluyen al diseñador Stefano Pilati, quien desde que se unió a Ermenegildo Zegna en 2013 ha hurgado profundamente en las tradiciones de esa marca y la historia sartorial de su país nativo con cada temporada sucesiva; o a hombres genialmente informales como Borromeo, el diseñador industrial; o Gianmaurizio Fercioni, un famoso artista tatuador milanés cuyos espléndidos tatuajes se desvían de un estilo sobrio inspirado por “el duque de Kent, el duque de Windsor y Coco Chanel”; o personas como Flaccavento, quien aprendió a vestir, dijo, a través de la observación de hombres de la generación de su abuelo en una pequeña ciudad siciliana.

“La elegancia italiana”, dijo Antonio Rummo, descendiente de una dinastía de la pasta, se “define por la capacidad de mezclar pequeños gestos, usar prendas que son sencillas y no ostentosas y que muestran respeto por los materiales, la textura y el corte”.

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