Solemne promesa
La promesa solemne de Kamala fue “poner siempre adelante a su país por encima del partido y de sí misma y ser presidenta para todos los norteamericanos”. Son palabras que escuchamos de todos los políticos pero, en el caso de la candidata demócrata lo podemos dar por cierto.
Lo que perdimos ayer en el país es el derecho a la justicia frente al poder; lo más paradójico es que, quienes lo perdieron primero fueron quienes hoy imparten justicia. Ministros, magistrados y jueces fueron despojados de sus derechos humanos como lo marca la Constitución. La Suprema Corte de Justicia cedió su poder constitucional al avalar el despojo, uno peor que el económico o material, el despojo de sus carreras y esfuerzos. Una tristeza.
La otra batalla que puede marcar nuestro destino sigue en EEUU. Al momento de escribir, lo más reciente es el chillido de Donald Trump quien declara falsamente fraude en Filadelfia, ciudad liberal de Pensilvania, estado clave para la elección. Más tarde conoceremos el resultado y la estrategia de Trump si pierde la elección.
De todo lo que vimos y escuchamos en la campaña electoral, queda marcado en la mente el discurso final de Kamala Harris precisamente en Filadelfia. Su solemne promesa: palabras de envidiable convicción democrática. Promete acabar con una década de temor y división, “hemos terminado con eso, estamos exhaustos de eso, queremos un nuevo comienzo donde veamos a nuestros compatriotas no como enemigos sino como vecinos”.
La unidad y la promesa de un gobierno incluyente fueron el sentido de sus palabras: “Sabemos que estamos listos para un presidente que sabe que la verdadera medida de un líder no está basada en a quién puedes golpear sino a quien puedes elevar”.
La solemne promesa de Kamala es que como presidenta “buscará un campo común… escuchar a aquellos a quienes mis decisiones puedan afectar… prometo escuchar a expertos… prometo escuchar a la gente que no esté de acuerdo conmigo…porque no los considero mis enemigos y tendrán una lugar en la mesa, porque eso es lo que hacen los verdaderos líderes, lo que hacen los líderes fuertes”.
Estados Unidos vivió una era negra con Donald Trump, cuyo estilo de gobierno era denostar a todos y pelear con todos. Lo mismo combatía a sus aliados de la OTAN, que amenazaba a México; igual denigraba a los países africanos o a los europeos a quienes acusaba de aprovechados. Departía con dictadores como Putin y ensalzaba a “gente decente” como los neonazis de su país.
Aún sin saberlo a esta hora, podemos tener fe en que el pueblo norteamericano, sobre todo la mujer norteamericana, no caerá en el fanatismo trumpista, ese que promete todo para EEUU y nada para el mundo, ese que denigra, insulta y miente. En la misma campaña, mexicanos, puertorriqueños y haitianos fueron denigrados. La misoginia de Trump fue tan burda que insultó a Kamala diciéndole retrasada mental (low IQ) y a Nancy Pelosi la calificó de perversa y malvada.
La promesa solemne de Kamala fue “poner siempre adelante a su país por encima del partido y de sí misma y ser presidenta para todos los norteamericanos”. Son palabras que escuchamos de todos los políticos pero, en el caso de la candidata demócrata lo podemos dar por cierto. Ella es producto del esfuerzo personal, de la lucha de la mujer por ampliar sus libertades, del mejor atributo que puede tener su país: un lugar de oportunidades para todos. Si su nación decide elegir a una mujer, será un nuevo avance para la democracia norteamericana y un ejemplo mundial de sensatez ante la irracionalidad y el fanatismo de personajes autoritarios como Trump.
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