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DE SALVADORA

Agresores o agredidos.- Salvadora Álvarez

No se que sea peor, ser el agresor o el agredido. Existen muchos argumentos al respecto, hay quien dice que es mejor dar primero a esperar ser golpeado...

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Agresores o agredidos.- Salvadora Álvarez

No se que sea peor, ser el agresor o el agredido. Existen muchos argumentos al respecto, hay quien dice que es mejor dar primero a esperar ser golpeado, quien organiza su venganza con lujo de detalle o planea sus atropellos sintiéndose una mente brillante que no se le escapa un solo detalle para hacer el mal.

En esta parte, no estoy de acuerdo, no es mi caso y no va conmigo. Muchas veces me he preguntado ¿Cómo podría vivir con el remordimiento a cuestas? Se me haría imposible abrir los ojos y ver la culpa sentada esperándome en el sillón, mirándome con su mirada acusadora y hueca, y sin darme opción a ponerla o no sobre mis hombros, acorralada, comenzar con ella mis actividades del día.  Con el transcurrir de las horas ir absorbiendo su veneno, sentirlo escurrir como una miel espesa y corrosiva por mis venas, transportar el repudio hacia mi misma en cada segundo transcurrido. 

Claro que, dimensionando los odios y agravios del mundo, la lista sería interminable, y cada caso sería objeto de análisis y discusión. No, yo hablo del odio cotidiano, de ese que se gesta en el corazón de las familias, que hace su aparición en el día a día, que se molesta por la felicidad del otro, que repudia su asertividad o su alegría.  Hablo de ese sentimiento irracional e incomprensible que crece parasitando los espíritus, que se alimenta en las horas calladas de la tarde, que va aumentando su tamaño hasta causar la ceguera del entendimiento, que repleto de rencor, le resulta imposible poner en una balanza lo que está bien, o mal.

Ya a estas alturas, enceguecidos actúan, piensan que argumento usar para agredir porque no pueden hacerlo de la nada.   Así que escudriñan el motivo por usar.  Finalmente, después de mucho pensar, planean el ataque, encuentran una rendija y por ahí, lanzan su dardo venenoso con fuerza, que da justo, directo en el blanco. Ante esto, primero que nada, experimentamos la sorpresa, creíamos que todo marchaba bien. Después vino el dolor y el desconcierto que nos acompañó dividiendo nuestros pensamientos.  Porque ante el cariño no se tiene defensa, no se cavan trincheras, no se espera. ¿Como, como es posible explicarnos esto?

Personalmente, desconozco las razones del odio, imagino que al igual, entró en ti por una rendija. Primeramente, se acercó mostrándote una cara inocente, hasta que contamino tu corazón y lo fue pudriendo lentamente como lo hacen las manzanas. 

Pero volvamos, después de la sorpresa llego el desazón de la duda ¿Por qué no recurriste al dialogo primero, me pregunto?  Si es tan sencillo el recurso de las palabras, nos permite exponer nuestros puntos de vista, sin embargo, preferiste atacar a mansalva como los filibusteros. 

Claro, esto solo me lo he logrado explicar admitiendo que la peor ceguera la que produce la acumulación prolongada de resentimiento.  Después, aparecieron dos personajes en mi escenario; el coraje y la tristeza. Entablaron un largo dialogo, y finalmente descubrieron las preferencias de tu corazón, que ingrato, no dudo en echármelas en la cara: ¡tú no ¡dijo ensordeciendo mis sentidos ¡sábetelo bien de una vez por todas, no me importas, que te quede bien clarito ¡

En estos días en que la sensibilidad esta a flor de piel, tu preferiste el ataque y el desacuerdo, ignoraste las palabras que unen y reconcilian, porque en el fondo, tristemente eso buscabas y pretendías.  Me pregunto si estas disfrutando de tu mezquino triunfo, si aun te regodeas en tu acto de ruindad.    Pero, volviendo a la pregunta inicial sobre los agresores o los agredidos, creo que ya la he respondido.  Yo no podría andar por ahí sabiendo que te he herido en el alma. Por contraparte, estas fechas se me presentan como una gran oportunidad para convivir, abrazar  a los míos y permitirle a mi corazón renacer de nuevo.

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