Atisbo
Nuestras vidas no nos pertenecen, estamos repartidos en otros campos como las semillas que esparció el viento, florecemos en otros pensamientos, sin saberlo, germinamos en otros corazones.
Soy un árbol que se extendió en ramas, soy un río que se prolongó en afluentes, soy una historia que se seguirá contando escondida en la memoria de mis células.
Me pongo a pensar en las que cargo conmigo, en las promesas que no se cumplieron y replican escondidas, en esas voces que no conocí y nunca esperaron que hoy las mencionara, en las que probablemente hubieran dialogado conmigo y me cuestionarían con interés sobre mi vida.
También, conservo las que quisieron prolongarse más allá del infinito, esas que se distinguieron por su amabilidad y empatía y siguen resplandeciendo como las estrellas que se negaron a desaparecer. Cuando las evoco, me doy cuenta de que permanecen de una forma misteriosa, son manantiales de luz, blancos, iridiscentes.
Soy un almacén de sueños, un refugio sonoro. Algunas, quisiera borrarlas, reducirlas hasta el más completo olvido, pero me resulta imposible. Así que las he silenciado, solamente prestando atención sería posible captar su sonido. Similar a un batir de alas furiosas, incapaces de escapar y hacer más daño, buscan una salida, después, resignadas, se acurrucan en los resquicios de mi mente con la ponzoña quebrada.
Desecho las voces que imaginé escuchar, a las que quise otorgarles facultades de las que carecían, observo su egoísmo árido que nunca me dirigió una mirada en su afán de volverme invisible, y consciente de mi victoria, camino a su lado indiferente.
Mi vida se adhiere a otras con pensamientos, con fuertes hilos se han entretejido, amanecen conmigo en mi almohada, las bebo en el café del desayuno, las reconozco como parte indivisible, como mi piel o mis sentidos.
Y pensando así, me alegra haberme fragmentado, entrego agradecida los trozos que me componen, distribuyo gustosa las palabras sanadoras. Por consiguiente, en esa apertura que brilla como un rayo de sol entre las nubes, escucho las confidencias que me permiten atisbar su corazón latiente, que se descubre confiado y sincero. Resulta ser para mí una recompensa, el mejor e invaluable mejor regalo.
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