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De Salvadora

Las voladoras

Hay recuerdos querida Juli que se guardan en diversas partes del cuerpo, texturas que nos hablan de un tiempo, como  unas sábanas frías o una almohada que almacenó nuestros sueños. Tengo a buen resguardo, sabores que recuerdan mis papilas gustativas con agrado y me llevan a un campo lleno de risas

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Las voladoras

Hay habilidades que se nos han dado como especie, en el caso de los humanos; hablar, pensar, comprender, decidir, etc. Algunas nos hubieran gustado y no se nos dieron, como por ejemplo desplazarnos por las ramas con la fuerza de unos brazos hercúleos, o sumergirnos en la profundidad del mar en unos segundos.  Por contraparte, se nos dieron las palabras y no los trinos, ladridos o maullidos, y sobre todo y lo más valioso a mi criterio, poseemos un espíritu que trascenderá y vivirá por siempre. Me siento muy feliz y muy conforme, sin embargo, siempre anhele poseer el don de volar, hubiera sido maravilloso. ¿Te imaginas? subir o bajar aprovechando las corrientes de aire, alcanzar las copas de los árboles y dar piruetas en las alturas. 

 

Esto que te estoy contando con tanta facilidad, a mí me costó mucho trabajo asimilar, puesto que, durante mucho tiempo, probablemente meses que a mí se me hicieron años, yo asumí tenerlo. Fue tan real que me resistí a creer que no era cierto. Pero llegó la gran desilusión y hasta ahora, te confieso, no sé si lo imaginé o lo soñé. Y así, he permanecido viviendo mi vida, aunque ese sueño nunca se disipó del todo, muy dentro de mis pensamientos, vive, permanece latente como mi mayor tesoro. 

 

Hasta aquí, todo podría tener una explicación, puesto que el ansia de volar me aprisionaba el entendimiento, de tal manera, que, a base de soñarlo tantas veces, creí que era cierto. Mas la vida suele reservarnos sorpresas, y a mí, me la obsequió de la manera más simple. Por pura casualidad. 

 

El otro día en una plática con Silvia, mi amiga, salió el tema del vuelo, las dos nos reímos al identificar que compartíamos la misma añoranza, mas rápidamente cambiamos el tema por resultar a los demás inverosímil y extraño.

 

Mas no para nosotras, así que por la tarde le llamé y le dije que me contara con plena libertad lo que sucedió en esos años con total precisión y sin omitir detalle. 

 

Ella me cuenta que subía a un lugar alto, y una vez ahí, brincaba al vacío y se elevaba por el cielo, me contó que movía sus brazos como si estuviera nadando y el cielo azul fuera una enorme alberca. Primero sus travesías eran cercanas y no se aventuraba a ir más lejos que a lugares conocidos como la escuela. Como dato curioso, entre risas, admitió que respetaba las señalizaciones, cosa que ahora le parece por demás ociosa y absurda, porque el cielo no tiene avenidas ni más tránsito que el de las aves, que son libres de girar a derecha o izquierda sin usar direccionales. 

 

Cuando llegaba al patio de la escuela, dice, solo dejaba de bracear y poco a poco descendía sin precipitaciones. Hasta que sus pies tocaban con seguridad el suelo.

 

Conmigo, le platico, era distinto, tenía mis rutas de vuelo que abarcaban otros puntos y poseía mi estilo propio. ¿Qué cómo lo hacía? Yo, corría por el lateral de la alameda enfrente de la entonces mi casa, y tomando impulso me elevaba. No necesitaba bracear, simplemente extendía mis brazos y les daba la dirección deseada, como un cóndor que dominara el espacio con su mirada, veía a los transeúntes frágiles y diminutos. Después, bajaba con fuerza los brazos y retomaba el impulso que me permitía adquirir mayor velocidad. Traspasaba sin dificultad la barrera de las nubes, luego, planeaba en ese inmenso cielo azul sin ningún obstáculo hasta que decidía descender lentamente, y la ciudad aparecía lejana y segura. 

 

Pero mira, me estoy adelantando, porque te estoy hablando del vuelo avanzado, pero no siempre fue así. Primero comencé mis prácticas en el cuarto, y entonces si aleteaba para subir o bajar. Con las palmas hacia arriba me elevaba hasta tener muy cerca el techo. Entonces, descendía hasta posarme sobre el colchón, y ya cuando creí tener dominada la técnica, me aventuré a probar en la alameda.  

 

Respondiendo a tu pregunta de si alguna vez fui vista, te digo que no, porque yo, escogía las horas de sopor de la tarde cuando la gente evitaba ir al parque. Una vez ganando altura, me ponía fuera del alcance de cualquier mirada volando alrededor de mi casa. Daba vueltas en las araucarias de la tía que en ese tiempo eran dos, y recorría la ciudad orientada por los templos que eran mi punto de referencia. Cualquiera que hubiera levantado los ojos, tal vez me hubiera confundido con un papalote solitario o un ave migratoria extraviada. ¿Pero a ver, dime tú, a cuántos has visto mirar al cielo?

 

Para el aterrizaje, debía tener mis piernas listas y prestas a tomar carrera para no rodar y rasparme. Esto tenía que ser rápido y necesitaba tener espacio suficiente para hacerlo, a diferencia de Silvia que solamente descendía como una hoja.

 

Un día, intenté el ascenso, me lancé veloz con el pelo al viento, y en el momento del despegue no pasó nada, así que me lancé nuevamente una y otra vez hasta que comprendí que era un imposible y desistí. Regresé a la casa en un estado de confusión que aun ahora me persigue. 

 

Hay recuerdos querida Juli que se guardan en diversas partes del cuerpo, texturas que nos hablan de un tiempo, como  unas sábanas frías o una almohada que almacenó nuestros sueños. Tengo a buen resguardo, sabores que recuerdan mis papilas gustativas con agrado y me depositan en un campo lleno de risas. Aromas de bosque que evocan una piel blanca, fresca, una risa volátil, que me parece volver a oír. 

 

Todo esto que te digo, tú lo irás comprobando y ya lo comentaremos, porque los seres humanos somos más que un cuerpo, llevamos en nuestra piel revuelto el polvo lunar, nos observan a la distancia las estrellas. 

 

Y ya sé querida, que parece mentira esto que te estoy contando, mas es muy cierto y en esos años nunca lo puse en duda. 

 

Así pues, Silvia y yo somos del gremio de las voladoras, porque estoy segura de que hay muchas como nosotras, solo que lo omiten en sus conversaciones para no ser objeto de burla o miradas indiscretas. O tal vez, para evitar la burla a esos recuerdos que creímos reales, que sean del dominio común y pasen de mano en mano como monedas de cambio.

 

Desde el día que descubrí que Silvia también pudo volar, me sentí más acompañada, y aunque ni ella ni yo tenemos evidencias o fotografías que lo atestigüen, para nosotras es irrelevante. Simple y llanamente, lo sabemos.

 

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