Paisaje lunar
Las palabras que no pronuncié las escribí en mis palmas y caminan conmigo. Por eso, cuando te saludo y palmeo tu espalda lo hago por doble partida. Tú, solamente crees percibir ese lenguaje encriptado sin darle un significado preciso, como sílabas indiscretas que escuchas al pasar y se pegan al oído
Las palabras que no pronuncié las escribí en mis palmas y caminan conmigo. Por eso, cuando te saludo y palmeo tu espalda lo hago por doble partida. Tú, solamente crees percibir ese lenguaje encriptado sin darle un significado preciso, como esas sílabas indiscretas que escuchas al pasar y se te pegan en el oído.
Almacené las opiniones que no expresé, esas que sentía como una masa de aire polar bloqueando el suministro del oxígeno vital. No puedo cuantificar las veces que escuché mi corazón crujir, como una puerta enmohecida detenida de sus goznes balanceándose indecisa. Después, venía el portazo de la verdad, y entonces, se cerraba con violencia insólita. Así pues, ese sentimiento lejano, se emparedó dentro de mí, con la argamasa del silencio.
Esas lecciones que aprendí a base de vivencias crearon capas de carcoma, me parasitaron como a una tortuga marina infectada de percebes, que aun a pesar de cargarlos sobre su caparazón, podía desplazarse por el océano aun sin verlos.
Sin embargo, los sentía roer su concha horadándola silenciosos. Mustios, abrían un ojo siniestro, como un cíclope que filtrara la luz del día y se lavaba de espuma blanca. Avanzaba de forma anónima en los días, en los años, adherido como un huésped maldito.
Así sucedía conmigo, no tenía las armas de la adultez, y el hubiera en estos casos ya no aplica. Mas decidí darles nombre a esas acciones y dejar al descubierto el egoísmo absurdo.
Finalmente, se abrieron paso las palabras, y ese lugar incierto quedó vacío. En un principio, dubitativas como libélulas que afianzaran sus alas, probaban su libertad extendiéndolas al sol. Después de cerciorarse de su fuerza contenida, con seguridad y destreza, se aventuraron lejos hasta que ya no las puede ver. Algo similar pasó con los percebes, se desprendieron de la concha y perecieron sin alimento alguno en el fondo marino.
Y la tortuga, nadó confiada sin su peso desplazándose en las corrientes profundas. Aunque, si se mirara con detenimiento, estaba cubierta por un rastro extraño, como si un pintor hubiera dibujado un indeleble paisaje lunar sobre su concha.
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