Importancia de los caparazones
Nadie pone en duda la utilidad de los caparazones, la asombrosa versatilidad de esas casas hechas a la medida. En el reino animal las hay de todos tamaños y formas, se adaptan agrandándose en el trayecto, como una piel que se estirara adaptándose a la estatura
Nadie pone en duda la utilidad de los caparazones, la asombrosa versatilidad de esas casas hechas a la medida. En el reino animal las hay de todos tamaños y formas, se adaptan agrandándose en el trayecto, como una piel que se estirara adaptándose a la estatura.
Pienso que no son exclusivas, y si se nos concediera observar más allá de lo que ven nuestros ojos, las miraríamos adheridas, adaptadas a nuestra forma humana como una muy particular armadura.
Tal vez no posea la forma de los crustáceos, de los caracoles que se arrastran por los jardines, o la dureza de los armadillos, ni la de esos caracoles marinos que corren de prisa en la arena cuando pareciera que el sol se está despidiendo.
Pienso que los caparazones humanos tienen nuestra misma figura y se adhieren a nuestra piel como una invisible membrana protectora, en lo particular, siento que tiene la suavidad de la piel que me cubre, se renueva volviéndose cada vez más resistente sin perder su elasticidad e invisibilidad. En silencio me alegro de su transparencia porque me permite moverme a discreción y ligereza sin perder mi fisonomía.
A veces suelo preguntarme en qué momento de mi vida fue necesario portar una coraza, si en un principio fue impenetrable, o si tenía rendijas de ingenuidad por las que se asomaba mi alma niña. Después, fue perfeccionándose para evitar golpes arteros hasta que me blindó por entero. Y no sé decirte si esto me entristeció o me alegro. Me quedo con lo primero.
Tal vez opines que te estoy mintiendo, porque esto no te lo explicaron en tus clases de biología, pero yo te aseguro que es inherente a nosotros como la dignidad al ser humano.
Pensando así, agradezco que mi cuerpo asegure mi sobrevivencia. Si, en la vida cotidiana, al igual que en la naturaleza, existen depredadores y carroñeros, por contraparte, también los descomponedores que permiten que la vida surja de nuevo. Bien entonces, lo acepto sin objeciones.
Así pues, tranquila y segura, me muevo como un pez en una pecera, que aunque no distinga el cristal de sus paredes, sabe que lo contienen y lo protegen.
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