De anillos y espejos rotos
El anillo tenía un gran valor, solo que no todos lo conocían. Algunos lo infravaloraron pensando que era de latón brillante, solo una baratija llamativa.
El anillo tenía un gran valor, solo que no todos lo conocían. Algunos lo infravaloraron pensando que era de latón brillante, solo una baratija llamativa.
Ofrecieron poco por él, fueron tan nimias sus ofertas que rayaron en el absurdo, en el escándalo.
Mas el maestro joyero, lo miro con detenimiento sopesándolo en la palma de su mano, lo observó al detalle a través de su lupa de alta potencia, comprobó la calidad de su oro y su consistencia, reparó en su gema preciosa, brillante y bien cortada. Después de mucho dilucidar, argumentó que tenía un enorme valor para asombro de todos.
Ellas me observaban contar la historia del verdadero valor del anillo, con agrado, asentían complacidas cuando el anillo fue reivindicado, y después de ser tasado por manos expertas se supo su valor real.
Al terminar el cuento, todas guardaban silencio dubitativas, después, escuchando sus opiniones, resultó ser que sus historias no diferían mucho unas de otras. Así que de cierta manera, empatizaban con el anillo que les hablaba de sus existencias devaluadas.
Y no es que ande uno por ahí buscando su valor que está unido a nuestras personas simplemente por el hecho de existir, sino que aprendimos a mirarnos en los ojos de los demás, a observarnos en esos espejos distorsionados que mentían. Tal vez minimizaban o ignoraban nuestros logros, probablemente usaban la burla o la descalificación como artificio para desaparecernos del todo, en un afán cruel de eliminarnos de la tierra. Pero no admitíamos aún la maldad de sus intenciones.
O tal vez solo era una especie de poda, como se hace con los árboles bonsái que les impiden el crecimiento, cortando una rama, truncando los nuevos retoños, poniendo un armazón de alambre a su tronco, acotando las raíces en una maceta apretada. Mas la duda, se incubaba en tus pensamientos, se alimentaba a diario de esas palabras que resonaban falaces hasta el hartazgo, hasta que completó su desarrollo y eclosionó.
Pasaron los años y te diste cuenta de que mentían, cortaste lazos, pusiste distancia, rompiste espejos, y finalmente te observaste, y aseveraste que nunca más pondrías tu valor en manos de un usurero.
Desde ese día, te ves con respeto, porque te libraste de sus argucias, porque te levantaste y descubriste tu verdadero valor, como el anillo.
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