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Las siete vidas de los nuevos edificios

En España diversas construcciones están cambiando de uso a pocos años de inauguradas, o incluso antes de abrirse

Escrito en Opinión el

En Zaragoza, junto al puente de la Almozara, el edificio ideado para la Unidad de Montes tiene un huerto en la cubierta. El inmueble ha cambiado varias veces de uso -la propia Unidad de Montes se desmontó cuando todavía no se había inaugurado su sede- y ahora funciona como sala de exposiciones temporales.
La reconversión de los edificios es un clásico urbano. Históricamente se han transformado admitiendo todo tipo de usos: de iglesias a discotecas y de hospitales a museos. Piensen en la Tate Gallery de Londres -que nació de una antigua central hidroeléctrica junto al Támesis- o en el Museo Reina Sofía de Madrid, que transformó en centro de arte el hospital general de esta ciudad que Francesco Sabatini había levantado en el Siglo XVIII.
Esa transmutación se da en todas las ciudades con inmuebles de distintos periodos capaces de mantener no sólo la estabilidad, sino también la calidad arquitectónica a pesar de los cambios. Así, lo extraño no es el cambio, lo extraordinario es que se acorten tanto los plazos de esa transformación y que algunos edificios ni siquiera lleguen a estrenarse con el objetivo con el que fueron proyectados y construidos.
Recientemente, la Cúpula del Milenio, ahora llamada 02 Arena, que Richard Rogers diseñó en Londres para dar la bienvenida al año 2000, fue recuperada. Sucedió durante los pasados Juegos Olímpicos y hace unos días ha sido el rutilante escenario de la Final Four de baloncesto.
Construcciones viajeras
En Valladolid hay otra cúpula del Milenio. La diseñó Enric Ruiz Geli como Pabellón de la Sed para la Exposición Universal que Zaragoza dedicó al agua en 2008. Entonces, costó 1.4 millones de euros. Luego pudo desmantelarse y remontarse en otro destino, junto al río Pisuerga, cuando el consistorio de Valladolid la adquirió por 12 mil euros. Hoy se utiliza para conciertos.
Los edificios renacen cuando están bien diseñados. Lo que es más extraño -pero abre una vía de futuro- es que se requiera, y sea posible, una mudanza para devolverles la vida. Sin embargo, las últimas Olimpiadas así lo indicaron. Y las próximas, en Río de Janeiro, sopesan reciclar la cancha de baloncesto desmontable que los arquitectos de Wilkinson & Eyre idearon para Londres 2012.
Con todo, frente a esos escasos renacimientos, España continúa sembrada de edificios que, como en lista de espera, aguardan su oportunidad.
A las viviendas adosadas se unen centros de salud, oficinas y hasta estudios cinematográficos abandonados. Muchos no han llegado a estrenarse porque no queda presupuesto público para su gestión y mantenimiento. Con el parque arquitectónico vacío disponible en España casi nadie se atreve a poner otra piedra.
Cambio de hábito
Puede que no sea para menos. Muchas de las obras más importantes de la última década retratan la ambición ciega de antaño y la ruina difícil de reparar que atravesamos hoy, pero sería peligroso que el próximo lustro nos retratara de nuevo despistados, sin saber qué hacer con lo ya construido. Por eso, frente a ese paisaje irresponsable, algunas instituciones han optado por adaptar los inmuebles para evitar que una arquitectura tan icónica como a veces hueca termine por constituir el paisaje más revelador del presente de nuestras ciudades.
Es el caso del MUNCYT de La Coruña. Inaugurado hace poco más de un año, el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología nació de un vientre de alquiler: el edificio que debía albergar el Centro de las Artes y el Conservatorio de Danza de la diputación coruñesa.
Esa flexibilidad también la está demostrando, finalmente, uno de los emblemas de la Expo de Zaragoza. Tras años sin un futuro claro, los edificios de esa muestra conforman hoy la incómoda ruina de un proyecto inaugurado el año que estalló la burbuja. En ese escenario, el polémico pabellón-puente que ideó la arquitecta Zaha Hadid por casi 70 millones de euros ha sido, por fin, abierto al público hace unas semanas.
Si no es museo, como se había pensado en 2011, por lo menos sí es puente, y quienes atraviesan el río pueden acortar el camino que une la margen derecha del Ebro con el recinto de la antigua Expo.
No lejos de ese singular pabellón, la solitaria figura de la Torre del Agua, el edificio hueco que el arquitecto Enrique de Teresa construyó como reclamo de la Expo, ha corrido peor suerte. La Caja Inmaculada (CAI) anunció, en 2009, que se hacía cargo de esa infraestructura, donde pensaba inaugurar, en 2012, otro museo de ciencia e investigación.
Lo que ocupó la torre, en 2012, fue una discoteca, temporal, que Volkswagen montó para presentar su Golf 7. Estamos en 2013 y la investigación continúa para decidir qué uso podrá dársele a una torre de 73 metros sin forjados -es decir, sin división por pisos- que costó cerca de 50 millones de euros.
En Sevilla, otra caja de ahorros sí es protagonista de la reconversión, anterior a la inauguración, de un edificio emblemático y no exento de polémica. La antigua Torre Cajasol, llamada a ser el rascacielos más alto de Andalucía, hoy se llama Torre Pelli y pertenece al grupo Caixabank. Tal vez por eso, y teniendo en cuenta el 12% de oficinas desocupadas que soporta la capital hispalense, sus nuevos dueños hayan decidido ocupar parte de su torre de 40 plantas con la futura sede del centro cultural Caixaforum que estaba previsto construir en las antiguas atarazanas de la ciudad.

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