Emociona en León la Filarmónica Juvenil de Boston con Mahler
La Boston Philharmonic Youth Orchestra recibió una ovación de pie por su intensa interpretación de la Sexta Sinfonía del compositor austriaco en el Teatro del Bicentenario.
León, Guanajuato.- La Orquesta Filarmónica Juvenil de Boston (BPYO) debutó en México con rotundo éxito: la energía de sus músicos y la dirección apasionada de Benjamin Zander conquistaron al público del Teatro del Bicentenario Roberto Plasencia Saldaña la noche del sábado 14 de junio, en León.
Tras la tercera llamada y luego de que más de 120 jóvenes afinaran sus instrumentos y repasaran los pasajes más exigentes, Zander, de 86 años, apareció en el escenario junto a Alfonso Piacentini, director asistente de la orquesta y originario de Puerto Rico, para ofrecer una introducción al concierto.
Piacentini sirvió de traductor durante los primeros minutos y luego se retiró para que el maestro pudiera ofrecer una charla más fluida y cercana a la audiencia. Zander explicó que acababan de llegar de Boston y que habían elegido el Teatro del Bicentenario por su excelente acústica. También agradeció la colaboración y presentó a los 15 músicos invitados de la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata (OJUEM).
A continuación, ofreció una breve “sinopsis” —como él mismo la llamó— de la extensa obra que interpretarían esa noche: la Sinfonía No. 6 en la menor, del compositor austriaco Gustav Mahler, escrita entre 1903 y 1904. Explicó que, aunque es considerada la primera gran sinfonía del siglo XX, fue concebida en la forma clásica de cuatro movimientos. Con sencillez y entusiasmo, describió los temas y motivos principales de cada uno, e incluso invitó a algunos integrantes de la orquesta a interpretar fragmentos para ilustrar sus explicaciones.

Recordó que la Sexta Sinfonía es conocida como la “Trágica” por su carácter oscuro y dramático, especialmente en el cuarto movimiento, donde aparecen los famosos tres golpes de martillo. Estos golpes simbolizan las tres tragedias que Mahler anticipó: la muerte de su hija menor, Maria Anna —apodada cariñosamente “Putzi”— a los cuatro años; su renuncia como director del Teatro de la Ópera de Viena; y la enfermedad cardíaca que, años más tarde, le provocó la muerte.
Aunque Mahler eliminó el tercer golpe de martillo de la partitura final —pues, supersticioso, temía atraer la tragedia—, Zander aclaró que él sí lo restituye en sus interpretaciones. También explicó que prefiere el orden original de los movimientos, con el Scherzo antes del Andante, ya que considera que el segundo comparte el mismo carácter marcial del primero.

Tras el comentario sobre la sinfonía, Zander tomó la batuta y se giró hacia los violonchelos para iniciar los primeros compases del movimiento Allegro energico, ma non troppo. Desde el ritmo incesante que abre la obra, quedó claro el enfoque interpretativo: un tempo vivo, sin llegar a ser apresurado, pero lo suficientemente firme para transmitir el carácter amenazante del primer tema.
El llamado “tema de Alma”, en referencia a la esposa de Mahler, sonó grandioso y apasionado, especialmente en su segunda repetición. Desde esos primeros momentos, Zander destacó no solo por su cuidado en la amplia dinámica de la obra y la claridad con que delineó las texturas, sino también por ofrecer una lectura intensa y emotiva, impulsada por el ímpetu de los músicos.
Aunque la orquesta presentó algunos fallos menores, principalmente en la sección de vientos durante el suave coral, el sonido de las cuerdas fue sedoso y las trompetas exhibieron un timbre incisivo. Asimismo, la coda resultó poderosa y triunfal.
El Scherzo representó un reto significativo para los jóvenes integrantes de la BPYO, especialmente por la orquestación ligera y transparente, que exige precisión y control. Zander logró transmitir con eficacia el carácter bizarro y macabro de este movimiento, subrayando los contrastes entre la marcha enérgica del primer tema y la danza sutil del trío. Si bien, por momentos, el timbal inicial pareció un poco excesivo en volumen, el resultado general fue impactante. Entre las intervenciones solistas sobresalió la del primer violín, con un sonido amplio y brillante. En contraste, la sección de vientos enfrentó algunas dificultades durante el trío, que logró superar con solvencia.
Sereno y lírico resultó el Andante moderato. Zander atenuó la fuerza mostrada en los movimientos anteriores y delineó un trazo tranquilo, incluso contemplativo, en este tercer episodio. Las bellísimas melodías conservaron su encanto, a pesar de algunas imprecisiones en el corno. Aun así, gracias a su maestría en el manejo de las tensiones, el director condujo a la orquesta hacia un clímax sobrecogedor antes del cierre de esta página.
Sin duda, la BPYO ofreció un cuarto movimiento intenso, ágil y desbordante. Al igual que en el primer movimiento, la claridad del entramado orquestal fue una de las principales virtudes de esta ejecución. Una vez más, Zander enfatizó la constante lucha contra el destino reflejada en este pasaje, un drama marcado por los tres golpes de martillo, ejecutados con precisión. Con todo, la gran transparencia del sonido hizo evidentes algunas imprecisiones en la sección de cornos. Por otro lado, en ciertos pasajes, el volumen excesivo de los metales afectó el equilibrio general.
Al concluir los lúgubres compases, el público estalló en aplausos para la orquesta y su director, quien regresó varias veces al escenario hasta que tomó el micrófono para agradecer y expresar que para ellos ha sido un privilegio estar en León y en México, donde esperan aprender música mexicana durante su gira por distintas ciudades del país. Como muestra de ello, entregó la batuta a su director asistente, quien dirigió el Danzón No. 2 de Arturo Márquez. Para esta primera pieza fuera del programa, Alfonso Piacentini invitó a tocar las congas al joven músico Adriel Ponce Rodríguez, integrante del programa Vientos Musicales, quien asistía como público.
Al término de la enérgica interpretación, la audiencia rompió nuevamente en aplausos, lo que motivó a Zander a agradecer de nuevo y recordar que la razón de su visita es compartir la música, “el lenguaje universal del amor”. Reconoció que, a sus 86 años, no había vivido una experiencia similar a la que tuvo en el Teatro del Bicentenario. Luego, tomó la batuta y dirigió a la orquesta en la variación Nimrod, de la obra Enigma de Edward Elgar, como símbolo de fraternidad entre Estados Unidos y México. El público, emocionado, volvió a aplaudir de pie e hizo que el director regresara al escenario, solo para agradecer, conmovido, aquella desbordada muestra de cariño.
MGL
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