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Entonan sinfonía de bronce

en lo alto, Dámaso, Jaime, Bernardo, Iván, Noé y dos Antonios, hicieron acopio de maña y fuerza para mover los badajos y ondear los pesados bronces de

Escrito en Estados el

Quizá sean los 100 escalones más angostos y empinados de la ciudad. Tanto, que no es posible subirlos “de jalón”. Pero tras una o dos pausas, está uno en el campanario de la Catedral Metropolitana.

Así, en lo alto, Dámaso, Jaime, Bernardo, Iván, Noé y dos Antonios, hicieron acopio de maña y fuerza para mover los badajos y ondear los pesados bronces de las siete campanas de la Catedral, puntualísimos, a la una de la tarde de ayer jueves.

Las leyes de la física no permitían que el tañido se escuchara hasta Roma, donde Benedicto XVI se despedía voluntariamente del pontificado, pero espiritualmente se unieron a un coro unánime con que los templos católicos ofrendaban una final tributo sonoro a quien dejaba de ser su pastor.

Dámaso Ornelas es uno de los campaneros más “noveles”. Apenas tiene un año haciendo replicar las campanas, tarea que compagina con la venta de estampas y medallas religiosas. Hace casi un año las hizo sonar para darle la bienvenida a la ciudad a Benedicto XVI.

“Aquel día fue de mucha alegría. Hoy también porque uno puede participar y él está vivo, pero también mucha tristeza. Tocar las campanas es una cosa especial, de esfuerzo, pero también satisfacción porque después siente uno muchas bendiciones”, dice antes de subir a la torre oriente de la Catedral.

Idéntico entusiasmo, aunque más cortas palabras exhibe Jaime Vieyra, que aunque es joven, es realmente el veterano, con una década haciendo sonar las campanas, entre otras tareas en la Catedral.

“Son cosas muy especiales y se siente bonito. También estuve cuando falleció Juan Pablo II y cuando vino el Obispo. Son cosas que uno no sabe cuándo lo volverá a vivir, aunque sabemos que las campanas volverán a repicar cuando venga el nuevo Papa”, señala.

Siete hombres, siete campanas y siete minutos de repique. Una triada sonora y voluntariosa que decenas de personas, apostadas en la Plaza Catedral, despidieron con un espontáneo aplauso en recuerdo de aquel prelado que hace 11 meses, pudo escuchar las mismas campanas personalmente. Luis Meza

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