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ECO DE LA MAÑANA

La Corresponsabilidad afectiva en búsqueda de la reciprocidad

ECO DE LA MAÑANA

Escrito en Hidalgo / Opinión el
La Corresponsabilidad afectiva en búsqueda de la reciprocidad

En la vida, asumimos roles acompañados de compromisos inherentes a una relación amorosa o de amistad, al aceptar un empleo o al ingresar a una institución educativa o de otra índole es deber cumplir con las reglas para que todo funcione de acuerdo a la perspectiva deseada, ya que nuestra manera de manejarnos tiene un impacto o efecto en los demás.

 Cabe señalar, que, en la mayoría de los casos, nadie nos obliga a enamorarnos, a trabajar o seleccionar un colegio, se supone que es por decisión propia y por gusto, una responsabilidad que va más allá de simplemente ‘estar’.

 Se trata de ser conscientes de nuestro papel y de cómo nuestras acciones y emociones afectan a los demás, es decir, la corresponsabilidad afectiva, cuyo aspecto fundamental se basa en la educación emocional, y que, por cierto, son pocas las personas que la practican y la aplican en sus relaciones afectivas, laborales, escolares o sexuales.

 Como consecuencia del no darse cuenta que, a partir del momento en el cual se toma la decisión de vincularse a alguien, se asume un compromiso emocional que implica el reconocimiento y la gestión compartida de sentimientos y de cómo nuestras acciones impactan a los demás y viceversa, en búsqueda de equilibrar y recibir “lo mismo”, en la medida que esto significa.

Lo anterior evita que alguien dé de más, sienta más, se involucre más; mientras que el otro simplemente ‘está’, lo que significa que ambas partes se hagan cargo y vivan en reciprocidad, comunicación y respeto emocional.

 Aprender a gestionar estos conceptos y a recibir lo mismo del otro es clave para construir relaciones sanas, al evitar las ideas erróneas sobre el sacrificio en las relaciones que nos ha llevado a creer que amar es aguantar, que estar en un trabajo es soportar y que cualquier vínculo requiere renunciar a nuestro bienestar, sin dejar de lado la responsabilidad que nos corresponde y no delegar a otro, lastres afectivos.

Este asunto está profundamente ligado a la manera en que nos enseñaron a expresar nuestros sentimientos en la infancia.

El estilo de comunicación que nos mostraron definió cómo manifestamos nuestras necesidades emocionales y qué tan dependientes nos hicieron solicitar atención, lo que a su vez impacta en nuestra salud mental e influye en la forma en que nos vinculamos en la adultez. 

Si crecimos en un ambiente donde debíamos estar en constante alerta, tratando de controlar las emociones de los demás para sentirnos reconocidos y evitar angustia, ansiedad o miedo, es probable que hoy nuestras relaciones reflejen esas carencias.

En lugar de construir vínculos equitativos, es fácil caer en prácticas donde la manipulación sustituye el diálogo y la empatía. Sin corresponsabilidad afectiva, nos condenamos a relaciones injustas y agotadoras, cuando en realidad el bienestar propio y el mutuo deberían ser el eje de cualquier lazo sano.

Para vivir en reciprocidad genuina y lograr relaciones más sanas es indispensable comprender y reconocer nuestras emociones, pero también no ser indiferentes a las del otro, romper con patrones aprendidos que estorben y no aporten, no asumir la carga emocional ajena como una obligación y lograr un espacio donde ambas partes puedan expresarse sin miedo para prosperar.

Escrito en Hidalgo / Opinión el