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Rendimientos decrecientes

En las clases de Economía 101 enseñan una ley descubierta desde tiempos del pensador David Ricardo. Recuerdo que el maestro Miguel Buck lo explicaba claro: "toma un vaso de agua y reduce la sed, el siguiente vaso ayuda pero al tercero o cuarto ya no será lo mismo". 

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Rendimientos decrecientes

En las clases de Economía 101 enseñan una ley descubierta desde tiempos del pensador David Ricardo. Recuerdo que el maestro Miguel Buck lo explicaba claro: "toma un vaso de agua y reduce la sed, el siguiente vaso ayuda pero al tercero o cuarto ya no será lo mismo". 

Después de ver la concentración de acarreados en el Zócalo para escuchar el enésimo informe del presidente López Obrador queda la sensación de que todo lo escuchamos ya. Sin novedad alguna, el evento político no es igual al de hace tres años cuando tomó posesión. Perdida quedó la palabra de la esperanza y la novedad de un gobierno que cambiaría todo para bien. 

Decir que la criminalidad bajó 0.7%, que estamos saliendo de la crisis o que tenemos dominada la pandemia, es una repetición sin respaldo en la realidad. Por más que quieran evitarlo, la palabra manoseada una y otra vez se desgasta. Rinde menos cada día. 

Pasaron 36 meses del gobierno más turbulento desde 1994 y sólo faltan 33 meses y 29 días para el cambio de sexenio. La constante polarización llega a las playas de la 4T con una sucesión adelantada. El proyecto no tiene forma sino en la imaginación del líder y en un grupo de leales cercanos. La masa crítica de la oposición crece a pesar de la popularidad de López Obrador. 

A la pregunta: ¿está usted mejor o peor que hace tres años?, sólo una minoría podría contestar afirmativamente. Aumentó la violencia y la criminalidad, se redujo la clase media y hay un incremento de la pobreza. La inflación nos pega a todos. Lo peor: con la destrucción del Seguro Popular el sufrimiento por falta de atención y medicinas dejó a millones de familias sin protección. 

La verdad no hay mucho que celebrar para las grandes mayorías. Algunos puntos buenos son el haber desligado el salario mínimo de los índices de precios y aumentarlo en forma constante. La macroeconomía permanece estable y no sufrimos la crisis estilo Venezuela que tanto temíamos. Las remesas salvan la estabilidad del peso con un flujo de dólares que puede llegar a 48 mil millones. Los paisanos salvan la hora y las exportaciones por los tratados de libre comercio nos mantienen a flote. 

En el centralismo del poder y las decisiones de un solo hombre, encontramos un retraso de 30 años y una involución de la vida civil. Con la entrega de múltiples tareas, obras y empresas a los militares, hay un mensaje claro de desconfianza a las organizaciones civiles públicas y privadas. 

Por todo lo anterior parece increíble que el Presidente siga con una alta aprobación después de 3 años, como si estuviera en un altar o en una nube. Sus seguidores olvidan que nada es para siempre. La bajada viene porque los recursos no alcanzarán para todo lo que se prometió, para todo lo que es necesario e indispensable como una buena atención en los servicios públicos, comenzando por los de salud. En dos años la presión de las pensiones (todas) apretarán más al presupuesto federal. Sin inversión privada -el 80% del total-, tendremos un crecimiento débil, apenas del 2 o 3% entre 2022 y 2024. Al final del sexenio produciremos lo mismo que al principio, pero con 6 o 7 millones más de habitantes. 

Otro rendimiento decreciente será el culpar de todo al pasado, a los conservadores o al neoliberalismo, porque la mayoría de los ciudadanos comprenderá "que estábamos mejor cuando dicen que estábamos peor". 

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