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Es la justicia

Las tres principales fuerzas políticas del país son responsables de este desastre histórico: lo menos que podrían hacer es convertir el tema -central para el país- en la parte más relevante de su agenda.

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Es la justicia

Para disminuir la violencia necesitamos un sistema de justicia independiente y eficaz, pero AMLO no se ha preocupado por el tema.


Tres gobiernos de partidos con ideologías enfrentadas. Tres dirigentes que no podrían ser más opuestos: el airado maniqueo que, en sus ansias de legitimidad y de pureza, desató la tragedia; el muñeco venal e intrascendente que adelgazó el lenguaje sin modificar la estrategia; y, en fin, el profeta de masas que prometió devolver al Ejército a sus cuarteles y una nueva forma de encarar el conflicto y ha militarizado el país a extremos inéditos sin contener en ninguna medida la violencia. Tres fracasos rotundos. Y dieciséis años de plomo con un saldo acumulado de entre 250 y 350 mil muertos, más de 100 mil desaparecidos y una cifra imposible de determinar de desplazados: millones de familias afectadas y ninguna esperanza de que la situación vaya a cambiar.

Envalentonado y urgido por identificar un enemigo más peligroso que López Obrador, Calderón se sacó de la manga los operativos conjuntos que darían paso -en sus palabras- a la guerra del narco: sin entender en absoluto el país que empezaba a dirigir y las intrincadas redes que el tráfico de drogas había creado en la sociedad, el panista quebró de tajo el delicado equilibrio que nos mantenía más o menos en paz -en el sexenio de Fox, hay que recordarlo, la violencia estaba en mínimos- y propició, irresponsable y arteramente, el cataclismo. Frívolo e indiferente, el priista decidió no hablar de la guerra, continuándola sin más. Por su parte, el morenista ha querido atajar algunas de sus causas -con un énfasis en la pobreza-, pero le ha conferido un poder omnímodo a los militares sin ninguna directriz clara de cómo enfrentar una nación que continúa desangrándose.

El asesinato de los dos jesuitas en Chihuahua no es sino un eslabón más en la infinita cadena de atrocidades que acumulamos desde 2006: un recordatorio que tanto nosotros como nuestros políticos olvidaremos sin más una vez que otro caso -entre miles- atrape nuestra atención. En contra de las esperanzas que había concitado, AMLO ha desperdiciado tres valiosos años sin encontrar la manera de revertir la situación y, en muchos sentidos, la ha empeorado. No deja de resultar descorazonador que el líder mexicano que mejor conoce el país -lo recorrió sin descanso- sea incapaz de comprender que sus directrices están haciéndole más daño a esa parte de la población que tanto juró defender: los desfavorecidos.

Sin duda, combatir la desigualdad contribuirá a largo plazo a disminuir la violencia, pero esta sola medida -para colmo, no bien implementada- será insuficiente, incluso de tener éxito: en un sistema donde el crimen organizado se halla tan imbricado en la sociedad y contamina todos sus estratos políticos y de seguridad, el paso indispensable consiste en contar con un sistema de justicia independiente y eficaz, justo lo contrario de lo que tenemos. Por desgracia, luego de haber prometido iniciativas de justicia transicional, López Obrador no se ha preocupado en absoluto por el tema, que ha dejado en manos de colaboradores ineptos o corruptos: no entiende que, sin una reforma radical, todos sus esfuerzos están condenados a un nuevo y drástico fracaso.

En México, la justicia simplemente no existe: se resuelve un porcentaje ínfimo de los delitos que se cometen, anulando cualquier posibilidad de verdad, memoria, reparación del daño y no repetición. La impunidad reina por doquier -solo quienes detentan poder económico o político se salen con la suya-, al tiempo que miles de inocentes se hacinan en nuestras cárceles. Vivimos frente a una pavorosa catástrofe de derechos humanos que, por ceguera voluntaria o mezquindad, nos negamos a reconocer. Y, conforme pasa el tiempo, se vuelve más difícil distinguir una salida. Ni AMLO ni la menguada oposición quieren ver el problema, atascados en sus viles reyertas cotidianas.

Las tres principales fuerzas políticas del país son responsables de este desastre histórico: lo menos que podrían hacer es convertir el tema -central para el país- en la parte más relevante de su agenda. Sin esa ambiciosa reforma a nuestro lamentable sistema de justicia, México está destinado a continuar siendo un vasto y siniestro cementerio. ¡Es la justicia, estúpidos!

 

@jvolpi

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