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Paulino Lorea Hernández

Duelo de cantantes

Las reservaciones se agotaban desde una semana anterior, porque los comensales sabían que escucharían bella música y a diez buenos cantantes.

Escrito en Opinión el
Duelo de cantantes

Con motivo del evento que estaremos llevando a cabo en las instalaciones del restaurante Davino el día 26 de septiembre próximo, el cual fue anunciado gratamente en las páginas de este diario en días pasados, quiero compartir a ustedes amables lectores, parte del texto del relato original que dará vida a esta puesta en escena, mismo que fue publicado en el libro “Reflexiones Durante la Pandemia 2020” de mi autoría, bajo el título “Escuela para formación de cantantes” (página 73). A continuación, la transcripción:

El duelo de cantantes

En la Ciudad de México había muchas escuelas de canto a cargo de maestros como Rosario De la Fraga. Se conocían entre sí y haciendo comparación con proporción guardada, eran como los gimnasios o “establos de boxeadores”, donde se preparaban por doquier en varios rumbos. Por Polanco, por Clavería, en la Del Valle, en la Obrera, en la Viaducto Piedad, en la Cuauhtémoc. Y se comentaban los nombres de algunos cantantes que ya integraban los grupos músico-vocales como Los Paladines, Los Chinacos, Los Tenientes de Anáhuac y otros, atribuidos a diversas escuelas. Algunos hasta lograban alguna presentación en programas de radio y/o televisión como el “Club del Hogar” o “Sábados con Saldaña”.

Periódicamente la maestra De la Fraga recibía la invitación o reto de otras escuelas de canto, a un duelo de cantantes, pero ella muy selectiva y aceptaba solo el organizado por los restaurantes “El Gran Caruso” y el “Raffaello”. Así, aceptó participar en la competencia honorífica en “El Gran Caruso” de las calles Tíber y Balsas en la colonia Cuauhtémoc, un viernes por la noche, cinco contra cinco; elegimos las canciones los que ella seleccionó y se enviaron con un mes de anticipación. Respondieron a la semana que se aceptaban, a excepción de “Al di la”, porque se repetía con la otra escuela, y la maestra sugirió sustituirla por “Chitarra Romana”. Tuvimos veintidós días para ensayar y preparar las canciones. 

El día de la contienda era contra la escuela de la maestra Irma González, una conocida cantante en activo. Nos acomodaron en los extremos del restaurante, en una mesa para ocho personas cerca del escenario. Se nos patrocinaba la cena y los vinos, el cuarteto o quinteto musical que nos acompañaba y a la escuela ganadora se le entregaba un reconocimiento. Las reservaciones se agotaban desde una semana anterior, porque los comensales sabían que escucharían bella música y a diez buenos cantantes. Iniciábamos a las diez de la noche, puntuales; la maestra Rosario nos citaba a las nueve para que pudiéramos calentar la voz con tiempo. Éramos cuatro hombres y una mujer. Ellos eran tres hombres y dos mujeres.

Una voz inédita inolvidable

Con los nervios propios de una competencia, iniciaron ellos con una canción exitosa y conocida, “O sole mio” y se prendió el ambiente; nosotros continuamos con un señor que cantaba también con estruendo y fuelle, “Una furtiva lágrima”. Los aplausos comenzaron a salir espontáneos. La maestra traía y jugaba con el orden apuntado en una libretita. Siguió una dama jovencita de unos veinte años cantando “O mio babbino caro” con un buen final. Antes de que terminara, la maestra De la Fraga instruyó a nuestra compañera para que cantara “Barcarola”. Más aplausos.

Allí salió el peine sobre quién me ganó la canción “Al di la”, pues continuó con ella un varón de smoking bien plantado que cantó muy bien. La maestra me mandó al ruedo y canté “Chitarra Romana”; para mi sorpresa escuché una mandolina que utilizaron los del quinteto,que dio un sonido agradable y muy italiano a mi interpretación. Hubo muchos aplausos y “bravos”, no más. Allí se hacía una pausa de diez minutos para después continuar con las últimas cuatro canciones.

Ellos abrieron esa segunda parte con otra chica que interpretó “Musetta (Quando m’en vo)” muy coqueta y graciosa. Nuestra penúltima carta la lanzó la maestra De la Fraga y el más experimentado de todos (que creí iría al final para cerrar) cantó “Core ‘ngrato”; fue una reacción del público muy positiva al escuchar aquella voz más experimentada y educada en una canción muy difícil inmortalizada por el mismo Caruso. Pero ellos tenían guardada otra opción de voz poderosa, potente y portentosa para cerrar con la siempre exitosa “Nessun Dorma”, con un impresionante y emotivo final. El público se deshizo en aplausos durante un buen rato. Nos sentimos perdidos.

Sin embargo, la muy sabia y conocedora maestra De la Fraga, había guardado para el final a una voz fresca, bien educada, no muy potente y estruendosa, pero bien puesta y sobre todo muy especial para la Romanza Italiana; solo faltaba él, un joven de 26 o 27 años que trabajaba en la Oficialía de Partes de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, solo recuerdo su nombre de pila: César. 

Con su voz llena de belleza, dulzura y armonía, tierna, melodiosa, envolvente, pero intensa, voz que arrulla, encanta y que enamora. Se puso de pie, acercóse a la maestra; y ésta, como quien despide a un hijo que parte, le dio su bendición con timidez. Subió al escenario y se escucharon las primeras notas de “Parlami D’amore Mariù”. Se hizo un silencio total al escuchar su voz, solo algún sonido de utensilios de comedor. Al terminar, después de un suspiro, el público se puso de pie y aplaudió mucho, se le entregó. Agradeció con tres reverencias hacia sus puntos cardinales, bajó a nuestra mesa y se fundió en un abrazo con la maestra Rosario y todos los abrazamos también. La contienda había terminado. El conductor anunció que la escuela ganadora era la de la maestra Rosario De la Fraga y que subiéramos a recibir un reconocimiento.

También solicitó a nombre del dueño del recinto, que se repitiera la última interpretación. Así lo hizo César y nos dejó a todos con un buen sabor de boca. Hoy existen muchos tenores y barítonos mexicanos radicados en el extranjero, entre ellos dos de Guanajuato, de Sinaloa, de Jalisco, de Sonora y de Veracruz, por las facilidades de promoción y apoyos.

En aquel tiempo eso no existía y aquella magnífica voz o se malogró o desaprovechó y no supe más de César, aquel compañero; muchas veces atisbé los programas de Saldaña para ver si lo invitaban y lo volvía a ver y escuchar. Solo me quedó el recuerdo de aquella bella voz e inspiración.

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