El acento de Kamala
Es probable que no hubiésemos escuchado mucho este nombre de origen indio hasta hace unos meses, cuando las dudas sobre la continuidad de Biden hicieron que, de repente, esa vicepresidenta a quien antes su propio partido había descartado se convirtiera en la mejor aspirante a la Casa Blanca.
Diciendo mal deliberadamente el nombre de su rival, Trump pretende hacerla parecer una intrusa que aspira a un puesto que no merece."
El nombre de Kamala Harris se pronuncia Kámala, o sea, en español rimaría en asonante con palabras como cámara, lámpara, sábana o Málaga. Es probable que no hubiésemos escuchado mucho este nombre de origen indio hasta hace unos meses, cuando las dudas sobre la continuidad de Biden hicieron que, de repente, esa vicepresidenta a quien antes su propio partido había descartado se convirtiera en la mejor aspirante a la Casa Blanca. Los medios nos han ido repitiendo desde entonces el nombre Kamala pronunciado correctamente, en esdrújulo, y, aunque en español se escribe sin tilde por ser nombre extranjero, parece haberse generalizado ya su esquema acentual genuino.
Los estadounidenses, por su parte, han naturalizado este esdrújulo... todos menos Donald Trump. Porque cuando Trump quiere mencionar a Kamala Harris en público usando su nombre de pila, y no cualquiera de esos circunloquios hirientes que a veces emplea, pronuncia el nombre de su rival como “Kúmala” (esdrújula con la vocal cambiada) o como “Kamála”, palabra llana que a veces deturpa en “Ké-mala”, quizá para que al votante hispano no se le escape el calambur que la convierte en qué mala. La baratura de la burla es penosa pero no deja de hacerla: Trump lleva meses esforzándose con puntillismo de maniático en no decir nunca Kámala. Y eso, como casi todo en el lenguaje que se emplea en la tribuna pública, no es despiste ni error. No es inocente. Diciendo mal deliberadamente su nombre, Trump pretende hacer parecer a Kamala Harris rara, distinta, extraña al territorio en que pretende gobernar: una intrusa que aspira a un puesto por el que no merece siquiera combatir. En el debate presidencial de esta semana, adoptó la vía de no decir el nombre de ella en ningún momento.
Como todos los líderes populistas se parecen, es fácil encontrar un eco hispánico en esa táctica de vejación lingüística que practica Trump. Nicolás Maduro, con su verborragia tediosa, se empeña en llamar “señor-trun” precisamente a Trump, como si ese esfuerzo en la pronunciación española dejara más patente aún la trasnochada retórica antiyanqui que exhibe el de Venezuela.
Kamala es un nombre femenino raro en Estados Unidos, no tiene la extensión de Jessica, Mary o Sally, pero no es nada extraño acentualmente: el nombre Pamela, por ejemplo, que nosotros en español pronunciamos como llano, en inglés suena también como Pámela, esdrújulo, igual que el de Kamala. Por otro lado, los nombres de pila ya no se limitan al catálogo más o menos consuetudinario de antropónimos de una lengua y de un lugar. En Estados Unidos, como en España, los nombres de pila son cada vez más originales; Trump tiene un ejemplo en casa: una de sus nietas se llama Arabella, un nombre escaso en Estados Unidos hasta hace una década. Basta una instrucción clara de cómo pronunciar estos infrecuentes nombres para no errar más. A buen seguro, Trump encontró en su gabinete esa instrucción al instante siguiente de haberlo pronunciado mal, pero no quiso seguirla.
Además, para cierto sector estadounidense de edad similar a la de Trump, el nombre Kamala pronunciado como llano, Kamála, evoca a un personaje que tuvo cierto recorrido en el mundo del entretenimiento televisivo de final del siglo. James Arthur Harris fue un luchador profesional estadounidense, negro, de origen sureño y, digamos, poco dotado técnicamente, que tuvo como nombre artístico King Kamala. Era presentado en los cuadriláteros descalzo, vestido con taparrabos y con una penosa pintura tribal en la cabeza para venderlo comercialmente como una especie de caníbal africano enojado por la pérdida de su trono. De él se reían con simpleza quienes disfrutaban con semejante bochorno racista y algunos de esos espectadores son hoy electores llamados a votar en las próximas elecciones presidenciales estadounidenses. Quién sabe si Trump, artero calculador de evocaciones lingüísticas, no tiene en la cabeza a este personaje de serie B para infundir conexiones subliminales en su electorado.
Esto es meramente una anécdota que retrata a un líder como Trump, pero que no dice nada de ella, de Kamala Harris, una rival cuya historia lingüística le ha dado más rédito que le ha quitado. Porque Kamala Harris ha hecho virtud de su propia biografía como hablante. Hija de jamaicano y de india, ambos emigrados, Kamala declaró recordar cómo a su madre la trataban como si fuera tonta al hablar inglés con acento del sur de la India. Recreó, pues, un rasgo generacional constante en la propia historia de Estados Unidos: el hecho de que en las familias migrantes los hijos hablan la lengua oficial con mayor fluidez que los padres. Ser hijo de migrado es ser, en muchos casos, un traductor, un mediador cultural y un intérprete en situaciones cotidianas. Y eso obliga, cómo no, a reflexionar alguna vez sobre el estándar y la uniformidad.
Gestionar una lengua distinta de origen, un nombre o un apellido poco común o difícil de deletrear no es en principio un gran drama, pero sí educa cotidianamente en la diferencia. El abuelo alemán de Donald Trump, llamado Friedrich Drumpf, a buen seguro hubo de tener a menudo que deletrear su apellido y explicar con su acento alemán y su mal inglés cómo se pronunciaba su nombre. Pero, claro, no tenía enfrente al nieto para hacer bromitas a su costa.
Opinión en tu buzón
Deja tu correo y recibe gratis las columnas editoriales de AM, de lunes a domingo