Los pobres quieren divertirse
Una autoridad que piensa que una de las prioridades de los ciudadanos es pasar dos horas de diversión gratuita patrocinada por el gobierno, simplemente no conoce al pueblo que gobierna. Pensar que eso hará olvidar las carencias y necesidades que tiene “el pueblo” es autoengañarse.
Ha vuelto al debate la polémica de destinar recursos públicos para la contratación de artistas que hagan presentaciones gratuitas para diversos sectores de la población, con la justificación de que “el pueblo tiene derecho a divertirse”.
Una autoridad que piensa que una de las prioridades de los ciudadanos es pasar dos horas de diversión gratuita patrocinada por el gobierno, simplemente no conoce al pueblo que gobierna. Pensar que eso hará olvidar las carencias y necesidades que tiene “el pueblo” es autoengañarse.
Destinar cientos de millones de pesos para organizar conciertos contiene una alta dosis de ego y de populismo, pero no tiene ni una gota de posibilidades de que eso disminuya la pobreza, que es a donde deben de destinarse los presupuestos públicos.
Un mandatario con visión de Estado sabe ejercer los recursos públicos de manera que generen una retribución exponencial a la población para que mejoren su nivel y calidad de vida, y quien lo haga simplemente para mantener las simpatías del pueblo, solo forma parte del vasto elenco de autoridades federales y estatales que gobiernan solo con tal de conservar el poder.
El discurso gubernamental que condena a los pobres a solo poder disfrutar de espectáculos cuando el gobierno sea quien se los ofrece, representa una mentalidad clasista y discriminatoria, pues elimina cualquier posibilidad de superación y ánimo en las clases bajas, pero además esto no garantiza que los recursos públicos solo sean aprovechados por personas de escasos recursos; basta ver lo que pasó en el Patronato de la Feria, en donde los consejeros (fifís) se autoasignaron boletos para conciertos que fueron pagados con dinero del gobierno, lo cual no solo provocó una reforma unánime al reglamento del organismo, sino que el propio gobernador lo confirmó el pasado mes de julio, al anunciar la eliminación de cortesías para funcionarios públicos en los espectáculos del Festival Cervantino.
Un gobernante cuando es electo se convierte de facto en un líder, pero cuando se utiliza el poder y el dinero público solo para nutrirse de seguidores, se convierte en un líder sintético que tarde o temprano se desmorona.
Si queremos gastar millones de pesos en la diversión del pueblo, mejor habría que preguntarle al pueblo cuáles son sus prioridades y en qué les gustaría que se gastara el dinero del gobierno; por supuesto que encontraríamos respuestas mucho más ecuánimes, como el tener acceso al agua, a la pavimentación, a la seguridad, a la protección de sus derechos, al financiamiento productivo, etc., todo eso por encima de tener acceso a una diversión efímera.
Ciertamente la fiebre de darle al pueblo pan y circo es un mal de varios países latinoamericanos y el nuestro no es la excepción; este mal se propaga por todos lados, empezando por el Presidente de la República, pasando por los gobiernos estatales y muchas presidencias municipales, lo que solo exhibe el deprimente nivel de nuestro mosaico de gobernantes, haciendo evidente el mayor defecto de la democracia, que no siempre llega el mejor, sino el más popular.
Todo se hace más grave cuando la sociedad simplemente no se interesa por esos temas o esconde la cabeza, dejando en libertad al gobernante para que haga lo que quiera con nuestro dinero, al final de cuentas para ellos gastarse el recurso ajeno es lo más fácil. Hagamos una reflexión y analicemos, ¿cuántos de los que hoy nos gobiernan se saben ganar un peso en la calle? o, ¿cuántos de ellos han vivido el llegar a una quincena con la presión de tener que juntar para pagar la nómina? les aseguro que encontraremos que la mayoría de ellos han hecho de la política su modus vivendi, ese mundo en donde se hacen empresarios vía metamorfosis.
José Arturo Sánchez Castellanos
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