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Alejandro Pohls Hernández

Choque de egos

El hombre más rico del mundo y el presidente del país más poderoso del orbe han dado un espectáculo deplorable.

Escrito en Opinión el
Choque de egos

La relación entre dos ególatras es un mundo de competencia, celos y protagonismo constante. Cada uno intenta brillar más que el otro, son incapaces de tolerar una sombra, la relación suele convertirse en una lucha de vanidades destinadas a chocar.

Desde un principio, la relación entre Donald Trump y Elon Musk parecía un guión de oropel: Adulaciones fugaces y sonrisas fingidas. Pero si algo deja claro el reciente desencuentro entre ambos, es que resulta imposible que dos egos tan ampulosos y tan necesitados de reflectores actúen en el mismo escenario, el mismo teatro, y el mismo micrófono a la vez. ¡Imposible compartir aplausos y reflectores!

En algún momento, Musk fue útil para Trump. El magnate de Tesla y SpaceX representa el sueño americano en versión siglo XXI: Disrupción, riesgo, éxito y riqueza. Para un presidente obsesionado con la “grandeza”, Elon era una medalla colgante, una validación viva del capitalismo triunfante.

A su vez, Musk encontró en Trump un aliado circunstancial para sus intereses y, durante el primer año del gobierno republicano, se sentó en su Consejo Asesor de Negocios. Pero bastó con que Trump retirara el subsidio a los carros eléctricos y pusiera el acento en el petróleo, para que la relación se eclipsara. Elon alegó que el planeta estaba por encima de cualquier ideología. Desde entonces, la relación navegó en peligrosas aguas turbulentas.

Actualmente, tras un intercambio de acusaciones, desprecios y sarcasmos públicos, la ruptura es definitiva. El hombre más rico del mundo y el presidente del país más poderoso del orbe han dado un espectáculo deplorable. Trump lo llamó “farsante”, “no tan brillante” y recordó que “cuando estaba quebrado, venía a rogarme subsidios”; además, lo acusó de “drogarse constantemente”. Por su lado, Musk, con estilo irónico, llamó el megaproyecto financiero de Trump como una “abominación repugnante”; también, lo acusó de estar en la lista del banquero pedófilo neoyorquino Epstein. “Las heridas de lengua nunca sanan, las de bala a veces curan”: Rafael Corrales Ayala.

Convencidos de su grandilocuente superioridad, se convirtieron en criaturas del espectáculo y el show fue una extensión de su personalidad narcisista. Son más hormonales que neuronales: Ni Trump tolera no ser el centro de la narrativa, ni Musk soporta que alguien le dicte el guión. 

Musk intenta ser el paladín de la libertad de expresión desde su trinchera en X (antes Twitter), mientras se presenta como antídoto contra la “cultura woke”. Pero Trump, con su base MAGA (Make América Great Again) intacta, no admite competencia. Solo hay espacio para un mesías del espectáculo, y él pretende serlo.

Cuando Musk se mostró esquivo respecto a la candidatura de Trump para 2024 y sugirió que era hora de nuevos liderazgos, el expresidente reaccionó como sabe: Con insultos, desdén y ataque personal. Ninguno está dispuesto a ceder un ápice de protagonismo. Caminar juntos requeriría una dosis de humildad que ambos tienen en déficit crónico.

Este desencuentro desvela obsesiones profundas: Los políticos quieren ser empresarios. Y los empresarios anhelan ser políticos. Así, ambos codician el universo del otro: El político sueña con la libertad que le da el poder económico al empresario millonario; y este con  las reverencias  y el poder  político del gobernante. Basta recordar al exgobernador Diego Sinhue renunciar a la política y reaparecer, con puro y texana, como millonario residente de Texas. Este declaró que se dedicaría como empresario a dirigir sus negocios.  

Pero volviendo al tema central del desaguisado, aparece Vladimir Putin con olfato de sabueso para las disonancias del espectáculo occidental. El líder ruso ha ofrecido asilo a Musk, sabiendo que un disidente de occidente, dueño de secretas tecnologías de punta, red de satélites Starlink y cohetes espaciales, puede aportar un tesoro invaluable de información y propaganda inestimable. Putin quiere sacar raja del conflicto.

En el fondo, el poder rara vez se comparte y no responde a la razón o al bien común. Lo moviliza la fuerza del deseo. No un deseo de justicia o progreso, sino de afirmación, de imposición, de permanencia. A su lado, el ego actúa con ansía de reconocimiento, reverencia y dominio. Así, el poder deja de ser un medio y se convierte en un fin adictivo. Por desgracia, el poder no se ejerce para transformar, sino para satisfacer el deseo incontenible que demanda el ego. 

 

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