Milicianos extranjeros y cárteles mexicanos, violencia inaudita
Ya no se trata únicamente de narcotráfico transfronterizo o tráfico de armas; ahora estamos ante la profesionalización de estructuras criminales que emplean tácticas militares de élite para imponer su ley en vastos territorios del país.
La reciente detención en Michoacán de un grupo de 10 exmilitares y al menos un militar activo de nacionalidad colombiana, luego de la muerte de ocho soldados mexicanos, ha encendido alarmas que ya no se pueden ignorar.
Reclutados por cárteles mexicanos para entrenar sicarios, coordinar operaciones armadas y fortalecer tácticas de guerra irregular, estos individuos no solo representan una amenaza directa para la seguridad nacional, sino que evidencian un fenómeno cada vez más preocupante: la internacionalización del crimen organizado.
Que, según eso, los milicianos colombianos llegaron al aeropuerto con papeles regulares y toda la cosa, porque fueron engañados con ofertas de trabajo jugosas. Pero finalmente se quedaron aquí y se aliaron al crimen, por lo que se convierten en delincuentes, con el agravante de ser extranjeros “non gratos” (indeseables).
Ya no se trata únicamente de narcotráfico transfronterizo o tráfico de armas; ahora estamos ante la profesionalización de estructuras criminales que emplean tácticas militares de élite para imponer su ley en vastos territorios del país.
El caso colombiano no es aislado. Desde hace años existen reportes sobre la presencia de exintegrantes de los kaibiles guatemaltecos (una de las fuerzas especiales más violentas de América Latina) operando en estados como Chiapas, Veracruz y Tamaulipas, donde han entrenado células delictivas en técnicas de emboscada, tortura y guerra psicológica.
Lo que alguna vez se pensó como un problema limitado al tráfico de drogas, se ha transformado en un desafío de seguridad nacional con dimensiones paramilitares.
La importación de conocimientos bélicos (desde la fabricación de artefactos explosivos improvisados hasta el uso de drones armados o coches bomba) eleva de manera exponencial los riesgos para la población civil, las fuerzas de seguridad y la gobernabilidad misma del Estado mexicano.
El uso de minas explosivas en caminos rurales, una práctica común en conflictos armados en Sudamérica y Medio Oriente, ha comenzado a replicarse en municipios mexicanos, cobrando vidas de soldados y civiles por igual.
Este salto cualitativo en la violencia no es casual, sino producto de una lógica de guerra aprendida y perfeccionada por quienes fueron entrenados para el combate, y que ahora, por dinero o ideología, prestan sus servicios al crimen organizado.
México se enfrenta así a un nuevo nivel de amenaza: no solo debe contener a organizaciones criminales nacionales, sino hacerlo frente a un enemigo que ha incorporado prácticas de guerra internacional, asesorado por veteranos con experiencia real en conflictos armados.
La frontera entre delincuencia y terrorismo se vuelve cada vez más difusa. La presencia de milicianos extranjeros es una muestra brutal de cómo los cárteles están dejando de ser grupos criminales tradicionales para operar como ejércitos privados al margen del Estado, con capacidad operativa y de fuego que supera a la de las corporaciones locales de seguridad.
Frente a esto, el Estado mexicano no puede continuar con respuestas tibias ni con estrategias reactivas. Es urgente aplicar y actualizar el marco legal para tipificar de manera clara y severa la intervención de extranjeros en conflictos internos, así como sancionar con dureza a quienes los reclutan o protegen.
También se requiere una coordinación eficaz entre inteligencia militar, migración y fiscalías especializadas, no solo para identificar y detener a estos mercenarios, sino para cortar los vínculos financieros y logísticos que les permiten operar.
El respeto a los derechos humanos debe ser siempre una guía, pero eso no implica tolerar que nuestro territorio se convierta en campo de entrenamiento para guerras criminales.
Aparte de los militares colombianos, también se ha registrado la relación de las FARC con los delincuentes mexicanos. Se trata de una mezcla de política y crimen. Ojo, riesgo de la creación de grupos guerrilleros. Pero como dijo la nana Goya, “Esa, es otra historia”…
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