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El Dios oculto

La doctrina que se impone es enemiga del convencimiento. Un rostro que no simula su emoción es más persuasivo que un discurso.

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El Dios oculto

Umberto Eco dijo que Juan Pablo II era la Edad Media más la televisión. Durante más de 26 años, el pontífice polaco reiteró los mensajes de una Iglesia tradicional con los recursos mediáticos de los años ochenta y noventa. La actitud de Francisco fue muy distinta y permite reflexionar sobre las distintas formas en que se transmite la fe.

La doctrina que se impone es enemiga del convencimiento. Un rostro que no simula su emoción es más persuasivo que un discurso.

De manera significativa, Max Weber encontró en la religión el concepto de "carisma" y lo trasladó a la política. La atracción que suscita una persona puede ser tan irresistible como inexplicable.

Para predicar con el ejemplo, Francisco se concentró en gestos que dependían del contacto con el otro. Lavar los pies de un prisionero le resultaba más significativo que pronunciar un sermón.

Pero la pandemia suspendió los actos de presencia y el Vaticano se tuvo que comunicar a distancia. La televisión, ahora reforzada por el streaming, propagó la fe. Esto llevó a una nueva situación.

A Francisco le gustaba dialogar con personas que no eran creyentes e incorporó a profesionistas laicos a la Santa Sede. Paolo Ruffini, experto en medios que jamás pensó en ser sacerdote, se hizo cargo de TV2000, canal del Vaticano. En su libro El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas entrevista al comunicólogo. Durante la pandemia, Ruffini propuso televisar la misa del papa con traducción a varias lenguas. El impacto fue inmediato. Hasta entonces, TV2000 tenía el uno por ciento de la audiencia italiana. Gracias a la misa, llegó al 12 por ciento. Nadie entiende mejor el talento que un competidor; en la cadena Rai se disparó el botón de alarma y la televisión oficial se sumó a las transmisiones. Como Rai 1 tenía el 15 por ciento de la audiencia, Ruffini pensó que la mayoría de los espectadores seguiría al papa por esa vía y TV2000 volvería a un modesto uno por ciento. Pero el nueve por ciento siguió fiel al canal vaticano.

Este éxito llevó a una parábola sobre la comunicación. Cuando terminó la pandemia, Ruffini -a fin de cuentas hombre de rating- propuso seguir con las misas televisadas, pero el papa se negó. El directivo no podía creerlo, pues habían llegado a millones en los cinco continentes. Formado en la Compañía de Jesús, Francisco tenía especial interés en China, el país más populoso del mundo donde el jesuita Matteo Ricci había cruzado las puertas de la Ciudad Prohibida, pero el sueño de la cristiandad no se había consolidado ahí. Nunca un papa ha ido a China. Ruffini mostró al pontífice fotos de labradores chinos que veían su misa, pero ni eso produjo un cambio de opinión.

¿Qué motivó ese sacrificio del espacio mediático en una época en que el prestigio se mide en likes y followers? Francisco explicó su decisión de esta manera: "No debo ser el párroco del mundo: es bueno que la gente vuelva a su parroquia y se reencuentre con su sacerdote". Esta respuesta apelaba al sentido de pertenencia. Ninguna jerarquía supera a lo que podemos llamar "nuestro". El poeta Fernando Pessoa lo dijo así: "El Tajo es más bello que el río de mi pueblo / pero el Tajo no es más bello que el río de mi pueblo / porque no es el río de mi pueblo". Las palabras televisadas son menos fuertes que las que se dicen al oído.

Más allá de su sentido religioso, la anécdota permite reflexionar en la importancia de la noción de "cercanía" en tiempos deslocalizados.

Por otro lado, al replegarse de ese modo, Francisco fue fiel a un pasaje esencial de la liturgia: el misterio de la fe. En cualquier narrativa que valga la pena, no todo está dicho; algo esquivo debe ser interpretado. La omnipresencia televisiva es buena publicidad, pero la propaganda no produce iluminaciones. Dosificar el mensaje, e incluso ocultarlo, es un recurso de comunicación, sobre todo en un oficio que trabaja con lo indemostrable.

Dostoievski lo entendió a su manera cuando habló del "Dios oculto". Cristiano heterodoxo, el autor de Crimen y castigo se preguntaba: ¿Por qué, si Dios es todopoderoso, no se presenta de una vez ante nosotros? Su respuesta era la siguiente: ese alarde llevaría a creer por obligación y la fe se basa en lo contrario, la libre aceptación de un misterio.

La decisión de Francisco ofrece una curiosa lección mediática: nada se transmite mejor que lo invisible.

 

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