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El psicólogo Daniel Cortez Rayas explica los vicios al escuchar un problema y al apoyar a una persona que lo necesita

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Daniel Cortez Rayas. /Foto: Cortesía..

Escuchar tendría que ser un acto natural. A diferencia de los ojos y la boca que se pueden cerrar, el oído no puede clausurarse. Y, sin embargo, como dicen «hay gente que te oye y te mira, hay gente que te escucha y te ve». Lo que quiere decir que no es lo mismo oír que escuchar.

Se me ocurren, al menos, dos maneras en que viciamos el acto de escuchar. En primera instancia: la prisa por resolver, juzgar o emitir una opinión. Cuando, en lugar de darle un espacio al otro, queremos compartirle nuestro punto de vista, lo que hacemos no es escuchar sino enaltecer nuestras propias capacidades.

Escuchar tiene que ver con asumir que existen otros puntos de vista tan válidos como el nuestro y que, así hayamos resuelto situaciones similares o conozcamos la opinión de un experto o una mayoría, para el caso nada tiene más utilidad que nuestra atención.

El segundo vicio consiste en la tendencia a exponer nuestros propios problemas. Quizá con la intención de brindar un contexto en el que todas las personas la pasamos mal, pero, en lugar de alojar el malestar de quien nos habla, lo que hacemos es convertir el diálogo en una competencia de sufrimiento. Cada interlocutor tiene la necesidad de contar y ser escuchado, pero, en estricto, nadie se escucha. 

Daniel Cortez Rayas. Foto: Cortesía.

De fondo, lo que podemos decir es que no sabemos escuchar porque somos demasiado narcisos... demasiado «yo». «Yo sé lo que necesitas». «Yo he resuelto situaciones similares». «Yo he sufrido más que tú». Ahí donde hay demasiado «yo» será muy difícil que exista lugar y escucha para los “otros”. Y aquí el tema trasciende lo cotidiano —las conversaciones entre conocidos y alcanza escenarios como el de la salud pública.

Durante mucho tiempo se ha creído que en la salud sólo importa la opinión de la medicina. Pero si la salud es el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad, se requiere la participación de al menos dos tipos de profesionistas más.

Y la escucha, entonces, cobra todo su valor porque la construcción de la salud pública fácilmente puede convertirse en una torre de Babel o, en lo que actualmente es: un espacio donde prima un único punto de vista y donde las intervenciones son verticales, escasamente participativas y basadas en el conocimiento de los expertos.

¡Escuchar es un acto de salud pública! Porque empodera a las comunidades para asumir que las soluciones a los problemas de la comunidad, 

se encuentra siempre en la comunidad. Nunca en la sabiduría de los expertos. Quizá, si un día nos escuchamos más logremos entender que nuestra salud individual depende, de maneras que muchas veces ignoramos, de nuestra salud comunitaria. Y entre veamos que, de manera insospechada, escuchar nos puede ayudar a sanar nuestro cuerpo y nuestra alma común. 

 

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