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"Mi pacto es con el futuro de México": EPN

El presidente Enrique Peña Nieto, afirma que no claudicará en el desarrollo legislativo del esfuerzo reformador que su Gobierno impulsa en el orden co

Escrito en León el

Primera de dos partes

Cuando Enrique Peña Nieto la pronunció casi al final de la conversación que mantuvimos hace unos días en el palacio presidencial de Los Pinos, en la Ciudad de México, la frase retumbó, corta y seca. Resumía de forma extraordinariamente precisa, o al menos así me lo pareció en aquel momento, el aura que casi siempre ha envuelto a la más alta institución del país, el trepidante ritmo de las reformas que el presidente ha puesto en marcha en los 18 meses que lleva de mandato y seguramente su propio carácter, por todo lo que me habían contado, por las veces anteriores en que nos habíamos encontrado y por el propio transcurso de la entrevista:
-El presidente de México no tiene amigos.
La respuesta se produjo cuando, tras haber repasado otros muchos asuntos sobre economía y relaciones internacionales, le planteé si haberse desempeñado previamente como gobernador del Estado de México, el más poblado de la República, uno de los más industrializados y con seguridad también uno de los más complicados de manejar políticamente, le supuso un buen bagaje para afrontar sus actuales responsabilidades.
Se acumula experiencia, formación, afirmó Peña Nieto, “pero no hay nada que se parezca ni siquiera de cerca a lo que es la responsabilidad de ser presidente de México; es única y compromete a uno con todo México y sólo con México; y ahí recuerdo haber compartido todavía en la transición, en algún mensaje que dirigí a un grupo de representantes de distintos sectores sociales: a ver, el presidente de México no tiene amigos. El presidente de México está dedicado a una tarea que es servir a México y como tal asumo esta responsabilidad. Esa es mi visión”.
Enrique Peña Nieto nació en 1966 en Atlacomulco, una población del Estado de México que da nombre también a un grupo de vaga afiliación dentro del Partido Revolucionario Institucional (PRI) desde los años cuarenta, en la época del presidente Manuel Ávila Camacho. Peña Nieto se convirtió en gobernador del Estado tras ganar las elecciones de 2005. Pocos años después, su nombre comenzaba ya a sonar con insistencia para la más alta magistratura del país.


Reformas. Resistencias

Conocí a Peña Nieto cuando todavía era gobernador, y para ser sincero entonces con él le quise confesar (“con el debido respeto por el Estado de México, gobernador”), que no quería hablar tanto de la entidad que entonces dirigía, sino más bien de sus ideas sobre México pues ya entonces, le dije, su estrella ascendente dentro del PRI y el buen desempeño de este último en las encuestas podían hacer pensar en él como futuro presidente.
Accedió de grado y tanto en ese encuentro como en algún otro posterior cuando ya era candidato se mostró claro y directo, aunque nada me hizo anticipar la sacudida que se produciría en su discurso de toma de posesión el 1 de diciembre de 2012 en Palacio Nacional, en el que anunciaría una larga lista de reformas y planes extraordinariamente concretos que rompían con una tradición de discursos igual de elevados pero convenientemente vaporosos, y que sorprendieron tanto a políticos como a empresarios, cuyos más conspicuos representantes asistieron al evento.
Muchos de ellos, según pude comprobar ese día al finalizar el acto, entendieron de inmediato que las reformas propuestas buscaban poner coto a los monopolios de tres de los empresarios más poderosos del país: Carlos Slim, siempre entre los más ricos del mundo según Forbes, cuya compañía América Móvil controla el 70% de las líneas de telefonía fija (Telmex) y el 75% de los móviles (Telcel) así como servicios de banda ancha; y Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego, dueños, respectivamente, de las cadenas Televisa y TV Azteca, cuya cuota de pantalla combinada llega al 96%. La alusión a la necesidad de transformar a fondo el sistema educativo se entendió como otro desafío a uno de los poderes fácticos más arraigados de México, el del sindicato de maestros, lo que suscitó un aplauso inaudito, atronador, inacabable, entre los invitados al acto.
Apenas dos meses después, en febrero de 2013, Elba Esther Gordillo, la líder de la central sindical más grande y potente de América Latina, la que agrupa a los maestros de México, fue arrestada acusada de desviar fondos del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación. Sucedió al día siguiente de que se promulgase la reforma educativa anunciada en el discurso en Palacio Nacional. A la espera de lo que resuelva finalmente la justicia (aunque pocos en México dudan de la corrupción de La Maestra, como se la conoce), su detención supuso un golpe de autoridad comparable al que otros presidentes mexicanos dieron al comienzo de sus mandatos.
Enrique Peña Nieto mostró así que no estaba dispuesto a aceptar viejos chantajes ni tolerar límites al poder legítimo del presidente de la República. Un viejo priista, lapidario en su confesión a Luis Prados, el anterior corresponsal de EL PAÍS en México, declaró: “Enrique tiene más de cabrón que de bonito”, en respuesta a los que consideraban al flamante presidente una figura manejada por otros entre bambalinas, al servicio de sus intereses.
Me gustaría comenzar la conversación, le digo al presidente, por ese momento, por el impacto que causó su discurso en la toma de posesión en el Palacio Nacional. Todas las personas con las que hablé ese día, unas más favorables al PRI, otras menos, coincidieron en mostrarse debidamente impresionados por la contundencia del mensaje, aunque la mayoría expresaron dudas sobre su eventual culminación con éxito. Por eso me interesaba su reflexión sobre esa idea tan extendida en la sociedad mexicana de que aquí había reformas que jamás se harían o asuntos que no se podían tocar.
-Lo entiendo muy bien. Se trata de una sensación que deriva de la experiencia vivida en los últimos años, con una transición política, con el cambio de partido en la Presidencia de la República: hay esfuerzos frustrados por sacar adelante cambios en distintos ámbitos, en el ámbito educativo, en el ámbito energético, y que no habían prosperado, la reforma fiscal… se habían hecho ajustes, pero verdaderamente magros o casi marginales. Insuficientes a la luz de los resultados del bajo crecimiento que habíamos experimentado en la última década, insuficiente para la generación de los empleos que el país demanda, insuficiente para aumentar el bienestar y el desarrollo social. Parecía que nuestra condición política no daba más de sí.
-Sucede en un grado o en otro en distintas partes del mundo, pero ¿cuán grande diría usted que es el poder de los poderosos en México comparado con otros países?
-No hay país que esté exento. Sucede en todas partes. Que ciertas reformas trastocaran o llegaran a tocar ciertos intereses establecidos hacía que acabaran pospuestas. Por eso lo que hemos buscado, y esto sí lo señalé claramente desde mi discurso de toma de posesión, es reivindicar el papel del Gobierno de la República, del Estado mexicano en su conjunto, como rector de las políticas que deban incidir en el desarrollo social y económico del país. Y de acuerdo a esa premisa hemos venido actuando.
Con esa voluntad, en los siguientes meses sucedieron cosas inauditas en el país. Se anunció inmediatamente el Pacto por México entre los tres grandes partidos para asegurar la aprobación legislativa de las reformas. Y luego, como en cascada, “la reforma educativa, la reforma de competencia económica, la reforma en telecomunicaciones, que prácticamente transitan al mismo tiempo, una reforma financiera, una reforma fiscal, una reforma energética que es prácticamente el colofón de todo este esfuerzo, junto con una reforma político-electoral”, enumera el presidente de un tirón.?A ello se suman decenas de miles de millones de dólares en obras públicas e infraestructuras. El objetivo consiste en liberar a México de los corsés que han lastrado su crecimiento, lograr tasas del 5% o del 6% al final de su mandato, mayores ingresos fiscales y reducir con ello la desigualdad y las bolsas de pobreza, mejorar la educación y los servicios sociales.
La entrevista se celebra en un pequeño salón de Los Pinos, presidido por un cuadro del pintor José María Velasco, que muestra un paisaje de la ciudad de México a principios del siglo XX, diminuta frente al volcán Popocatépetl al fondo, con el lago que hoy subyace al centro de la urbe aún sin desecar completamente, irreconocible el conjunto frente a la megalópolis de más de 20 millones de habitantes en la que estamos. Peña Nieto viste un traje azul oscuro, con corbata a rayas rojas y azules, con la atildada corrección por la que se distingue.


El nuevo boom energético

De todas las paradojas que afligen a México en asuntos económicos (corporaciones con liderazgo global junto a un tejido empresarial medio y pequeño de gran fragilidad; segmentos de población que viven y consumen como en cualquier país industrializado y avanzado junto a capas de miseria y exclusión social; enormes desigualdades en ingresos y rentas), la de Pemex es probablemente la más legendaria.
Y la más cruel, para el grupo de mexicanos consciente de las oportunidades perdidas para su país.
Durante 6, 12 o 24 años el país mantuvo una discusión plagada de prejuicios nacionalistas que impidió cualquier reforma en profundidad de la empresa estatal, su producción en declive a la vista de todos, que ha entrado en pérdidas y que hoy día se encuentra carente de los recursos y la tecnología necesaria para extraer petróleo de yacimientos cuya creciente dificultad en el acceso amenazan con su estrangulamiento.
La reforma constitucional aprobada el año pasado bajo impulso de Peña Nieto pone fin a esta situación, permitirá la entrada de capital extranjero y de ella se espera no sólo que atraiga el dinero suficiente para que Pemex pueda seguir desempeñándose como una gran petrolera con aspiraciones globales (nunca ha dejado de serlo, con más o con menos recursos), sino que desate un ciclo virtuoso de crecimiento que, junto con el resto de transformaciones permita a México crecer a ese 5% o el 6% al final del actual sexenio presidencial, la cifra mágica que permitirá paliar los peores rezagos del desarrollo social en el país. ¿Por qué entonces no se hizo antes? ¿Estuvo Pemex mal gestionada en los años, lustros anteriores? ¿O sencillamente su estatuto no permitía que se gestionara de otra manera?, le pregunto al presidente.
—Yo creo que el ajuste que se ha hecho en materia energética es algo que se había venido posponiendo, parecía un tema intocable, sin duda estaba o está en la cultura de nuestro pueblo como un tema casi inalterable. Pero era evidente que el marco legal en el que veníamos actuando no haría posible que México tuviera un mayor desarrollo energético. Evidentemente, la explotación de los yacimientos fáciles de acceder se estaba agotando; es evidente que hay un decrecimiento en la explotación petrolera de nuestro país.
Si el mundo se mueve a velocidad de vértigo, los mercados de la energía lo hacen a un ritmo mayor todavía, impulsados por las ingentes cantidades de dinero que engrasan el negocio y los avances tecnológicos (la revolución del gas shale o de esquisto en Estados Unidos ha modificado de golpe los precios y la geopolítica). México es el séptimo productor mundial, pero los rezagos industriales y las trabas de todo tipo en la producción y el refino le obligan a importar casi el 50% del combustible que consume y el 30% del gas que necesita. Peña Nieto es perfectamente consciente de todo ello.
—Es evidente que el mapa se está moviendo. Lo que Estados Unidos ha alcanzado en esta asignatura energética modifica todo el mapa. México no se podía rezagar. Lo que estaba ocurriendo de seguir en esta misma ruta es: se nos iban a caer los ingresos por petróleo, nuestra producción seguiría decayendo y no estaríamos generando el insumo energético que el desarrollo industrial demanda en el país. Estábamos entrando a fases deficitarias. Le digo, el tema de alertas críticas por el gasto de gas natural se apreció ya en los últimos años de la pasada Administración. Es decir, no había gas suficiente. Hoy estamos ya en otra lógica. Con la construcción, además, de una red de gasoductos que permita cubrir las necesidades.
La lógica es otra, efectivamente, pero la realidad aún no ha cambiado. Aunque la reforma constitucional se aprobó el año pasado, faltan por conocerse los detalles finales de las normativas que regularán la inversión extranjera. Es lo que en México se conoce como la legislación secundaria, cuya aprobación está prevista para este mes de junio por el Congreso y sobre la que conversaremos más adelante, cuando tratemos las reformas en las telecomunicaciones y la televisión.
Para cualquier observador resulta más que notable, de todas formas, que después de décadas de discusiones fuertemente ideologizadas se pueda dar una reforma de este calado, que acaba con 75 años de monopolio estatal, sin desatar un serio conflicto social. Peña Nieto se ha definido en numerosas ocasiones como un pragmático. Algunos acusarían una contradicción entre esa declaración y militar en el PRI. Él no la ve. No solo no la ve en su partido, tampoco en el resto de fuerzas que le han apoyado en el Pacto de México, y que sólo ha dejado fuera a algunos grupos marginales, que siguen oponiéndose con más tenacidad que resultados a todo tipo de reforma económica.
—Estoy formado en las filas del PRI, en el que he abrevado precisamente de principios y de valores. Pero el pragmatismo….yo creo que el mundo se ha vuelto hoy mucho más pragmático. Menos ideologizado. Y entendiendo lo que pasa en el mundo, aquí no podemos casarnos con una ideología a rajatabla y no ceder o no flexibilizar posiciones cuando el hacerlo nos permite tomar posiciones que apoyen el desarrollo del país. Así veo al mundo; así veo incluso a México. Si bien hay distintas expresiones políticas, todas con sus ideologías, podemos coincidir tanto en muchos asuntos que son de interés para el país, que solo faltaba sentarnos y ponernos de acuerdo. Eso fue la inspiración que tuve del Pacto por México.

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AManece León

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