Corriste no sólo una distancia, lo hiciste no sólo por deporte y lo lograste no sólo por tus piernas.

Ayer corriste en un maratón, le diste vida a las calles de León, con tu sudor las refrescaste y con tu esfuerzo las llenaste de energía.

Tal vez no pudiste dormir bien y sin embargo, te levantaste como resorte cuando se llegó el momento. Te pusiste tu vestimenta con especial emoción y te colocaste los tenis con el cuidado que merece lo apreciado, claro, serían tus mejores amigos con los cuales devorarías metros y metros del trayecto.

Esperaste impaciente el disparo de salida, ese que te ordenaría mover tus piernas e ir hacia adelante por largos minutos. Escuchaste ese bonito estruendo y saliste con el rostro decidido, el corazón latiendo fuerte y con la firme decisión de terminar la justa.

Recibiste corriendo los primeros rayos del sol, esos que en ese momento aún son bondadosos y que horas después siempre se convierten en un peso más por soportar.

Saboreaste cada metro que conforme los dejaste atrás, te comieron un poquito de tu fuerza pero a la vez alimentaron tu convicción. Esos metros que te hicieron valorar los entrenamientos y sacrificios que hiciste por varios meses levantándote a tempranas horas o corriendo al final del día, pero siempre soportando lo adolorido de los músculos. 

Disfrutaste de las calles que ahora recorriste con otra mirada y en las que agradeciste a cada una de esas manos que te ofrecieron agua y algo mucho más refrescante, un aplauso.

Fueron muchos minutos y por ello tuviste el tiempo suficiente no únicamente para mentalizarte en la carrera, también para pensar en ti y en los tuyos, para sentirte diferente, más voluntarioso y capaz. 

Te entusiasmaste al ver cada marca del kilometraje que te indicó que estabas cerca de cumplir.  Te emocionaste en cuanto viste la meta y tu mente se avivó, tu corazón se alegró y tus piernas recobraron la fuerza. 

Entonces aceleraste, sí, aceleraste porque eso es algo que no puedes evitar a pesar del cansancio. Cruzaste la meta y te diste cuenta que el maratón no es una simple y llana prueba física en la que solo a base de piernas puedes superarla. 

Por eso levantaste tus brazos, sonreíste y sacaste el pecho orgulloso de ti. Por eso hoy sabes que para correr un maratón necesitas irremediablemente una voluntad extraordinaria.

Hayan sido en dos, tres o cuatro horas, haya sido la primera, la segunda o la tercera vez, hayas sido de los primeros o de los últimos, todo eso es lo de menos. Ayer corriste un maratón y eso es una hazaña de la que hablarás cuantas veces lo puedas hacer.

Felicidades por todo el esfuerzo que derrochaste, titán de 42 kilómetros, estas palabras son para ti. 

(En memoria del Dr. Francisco Díaz Cisneros: abuelo, padre, hermano y amigo deportivo de todos los que hemos corrido el Maratón de nuestra ciudad).

Twitter: @geraslugo

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