El rey de todo el mundo
A Donald Trump lo vemos intoxicado de poder, dando órdenes, amenazando a amigos y enemigos, dictando decretos. Con su foto oficial de mirada amenazante, como si fuera el afiche de una película de estreno, pareciera decirnos que él es el rey de todo el mundo.
A Donald Trump lo vemos intoxicado de poder, dando órdenes, amenazando a amigos y enemigos, dictando decretos. Con su foto oficial de mirada amenazante, como si fuera el afiche de una película de estreno, pareciera decirnos que él es el rey de todo el mundo.
El problema que impide a Trump convertirse en un autócrata mundial, es la historia de su país. Durante dos siglos y medio, su diseño republicano y democrático ha sido ejemplo de éxito, a tal grado que hoy es la nación más rica y próspera. Nunca nuestro vecino estuvo mejor que hoy, digan lo que digan sus críticos. Hay desigualdad y pobreza, discriminación y en algunas ciudades violencia. Pero el conjunto de otras virtudes convierte a EE.UU en el país más atractivo para emigrar: tiene las mayores oportunidades en el mundo para quienes quieren prosperar.
Su historia marcó la nuestra para bien y mal. La independencia de México se inspiró en la emancipación de las colonias inglesas y en su constitución. Alguna semejanza viene de nuestros nombres. Somos Estados Unidos, pero Mexicanos. Lo malo fue el robo de la mitad de nuestro territorio.
En un arco histórico formidable, quienes no dejarán que Trump se convierta en autócrata son los “padres fundadores”, verdaderos revolucionarios en las ideas. El mejor ejemplo es George Washington, primer presidente y héroe de la independencia de las 13 colonias.
Durante la guerra contra la Corona Inglesa, en 1782, un grupo de militares encabezados por el coronel Lewis Nicola, sugirieron a Washington convertirse en Rey. Había varias razones: el líder no tenía hijos porque era estéril, (adoptó a dos de los hijos de Martha Custis, su esposa) así que no tendría herederos y la “Corona Americana” se extinguiría a su muerte. Además sus admiradores pensaban que era necesario unir bajo “una corona” a las facciones independentistas.
Washington, un patriota íntegro, despreció la propuesta y le causó gran malestar. Lo demostró al término de su segundo mandato cuando no quiso cambiar leyes para perdurar. John Adams fue electo y Washington se fue a su casa y plantación de Mount Vernon, en Virginia, a pasar sus últimos días.
Quien detendrá a Trump de sus locuras serán los propios Estados Unidos. Incluso sus electores entrarán en razón cuando vean que el diseño de país que imagina es contrario a lo que siempre ha sido: una nación abierta al mundo, rica y próspera gracias a los inmigrantes, el comercio mundial y al “melting pot” de ciudadanos de todo el mundo (crisol de mezcla racial).
La herencia y la luz de otro héroe también lo detendrá en su xenofobia: Abraham Lincoln. El sabio abogado, luchador de la libertad, extiende su legado en la cultura inclusiva. El abogado de Illinois sabía que la esclavitud era una miseria humana, pero además sabía que un país de hombres libres traería mayor riqueza y prosperidad. Así fue y así es.
Trump subvierte las leyes cuando quiso dar un golpe de estado el 6 de enero del 2021. A pesar de ello la mayoría lo eligió de nuevo con el rollo de MAGA (hacer grande a EE.UU de nuevo). En dos años podría perder su control sobre el Congreso, el Senado y la Suprema Corte. Todo porque su proyecto está basado en mentiras, odio y narcisismo. La democracia norteamericana dista mucho de ser perfecta pero tiene la flexibilidad suficiente para cambiar pronto de opinión. Una líder religiosa lo puso en su lugar, y le pidió que “tuviera misericordia de la gente espantada ahora en el país”. Veremos.
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