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‘¡Con los niños, no!’

Los datos recientes del INEGI sobre la percepción de inseguridad en el País, lo reflejan. Tanto en estados, como en ciudades, los mexicanos nos sentimos inseguros

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‘¡Con los niños, no!’

Ya probamos los dos extremos de políticas públicas fallidas en el País. Desde la del presidente Calderón, quien declaró una guerra al crimen sin enfocarse en las causas sociales que lo provocan. Y después, con el presidente AMLO, en el sexenio récord de muertes violentas, probamos la política de los “abrazos, no balazos”, en esa complicidad del gobierno con la delincuencia. Ambos proyectos fracasaron. Y quienes pagamos, los perdedores, fuimos la sociedad mexicana en su conjunto.

Los datos recientes del INEGI sobre la percepción de inseguridad en el País, lo reflejan. Tanto en estados, como en ciudades, los mexicanos nos sentimos inseguros. Es difícil concebir ya una vida tranquila, sin tener que expresar el “cuídate”, “con cuidado”, que reflejan ya en nuestra cultura, el miedo hacia la violencia. Ya sea por robos, por extorsiones, por asaltos, por “estar en el momento equivocado”, pero se incrementa la probabilidad de morir al ser objeto de la violencia.

En la historia de la humanidad, los niños y ancianos, han sido venerados por las culturas, por ser los primeros, el futuro y los segundos, por todo lo que nos dieron en vida. Maltratarlos, ofenderlos, siempre fue mal visto y castigado. Podría decirse que todas las culturas han consagrado a estas dos figuras por ser, además, tan vulnerables, que poco o nada, pueden hacer para defenderse. La historia ha condenado a quienes, en forma cobarde, abusan de los chiquillos, ya sea en guerras o en actos terroristas o de actos criminales. Pero lamentablemente, ahora, es más frecuente en el mundo, saber de atrocidades cometidas en contra de los chiquillos que solo son sonrisas y la manera inocente de ser la bondad del mundo.

Los hechos de esta semana en Culiacán reflejan no solo los malos resultados de gobiernos, como el de Sinaloa, sino que nos llevan una enorme reflexión sobre cómo una sociedad que antes toleraba la inseguridad en general, en todos los espacios y todas las horas, salió a las calles, harta de tanta muerte. El reclamo, la indignación, estuvieron enfocados no solo en la exigencia de renuncia del Gobernador, sino en expresar que se rebasaron los límites de la barbarie, al asesinar sin misericordia a chiquitos que no tienen la culpa de algo.

Para quienes conocimos en el pasado (ahora es muy arriesgado visitar) o tenemos familiares en Sinaloa, sabemos lo que ha sucedido por décadas. La gente allí aprendió a vivir en esa cultura tan peculiar que veía normal lo que en otros lados no lo era. Pero los últimos años, se agudizó la crisis, cuando llegó a todos los espacios de la vida pública, hasta que la sociedad tuvo que salir a las calles, desbordando las tradicionales muestras de protesta. Se trata de una ciudadanía que comenzó a cansarse de la cotidianidad, para recordar la historia de una sociedad en donde podíamos caminar, convivir, movernos, por las calles y territorios, sin miedos.

Este maravilloso País tiene todavía mucha gente maravillosa, que ansía una convivencia como la de antes, en que las colonias eran centros de encuentro, donde la familia era el origen de la construcción de valores y el trabajo, la mejor manera de ganarse con honradez el pan. Tendrán que darse generaciones nuevas en donde las familias, las escuelas, las instituciones, formemos a los menores y a los jóvenes en los valores básicos de respeto a la vida, para que México se pueda volver a poner de pie. Muchos países han trabajado en reglas y límites, para que las nuevas generaciones, desde la casa, sepan del respeto que es la base del amor.

No será fácil, es un trabajo de décadas, para que las leyes firmadas por todos, sean respetadas y tengamos consecuencias hasta por tirar un chicle en la calle, como en Singapur, hoy, el País más próspero. Tenemos ejemplos de Países que trabajaron con éxito en reconstruir el tejido social, como fundamento de la prosperidad. Trabajar en construir una sociedad más justa, donde haya menos desigualdades y florezcan las oportunidades para todos, es el único camino para que se restablezca la paz y se detenga la barbarie, como la que se vive, cuando adultos armados masacran a niños indefensos e inocentes. 

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