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El cobrador

Una de las principales dificultades de escribir sobre los días que vivimos, consiste en la vertiginosa velocidad en que se desarrollan las acciones.

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El cobrador

Una de las principales dificultades de escribir sobre los días que vivimos, consiste en la vertiginosa velocidad en que se desarrollan las acciones. Al leer a los analistas de diversos países puede afirmarse que la incertidumbre total se ha apoderado de la escena económica mundial ante la guerra al comercio internacional desatada desde los Estados Unidos. Escribo esta columna como preámbulo a los días santos y tras las andanadas sufridas por los mercados de capitales y financieros la semana pasada por los aranceles a terceros países y a China. Tras la flexibilización de éstos en algunos sectores y porcentajes, las aguas han vuelto a una calma aparente. Sin embargo, hoy martes han vuelto las amenazas a diferentes sectores (tomate mexicano, semiconductores, industria farmacéutica global) y con diferentes motivos, relocalización o incumplimiento de tratados. 

La violencia y desvergüenza de Trump y su gobierno me recordaron al personaje del cuento El cobrador. Escrito por Rubem Fonseca durante la dictadura militar brasileña, describe en primera persona la mente de un sociópata muy violento impulsado por el resentimiento social y la creencia de que los ricos de Rio de Janeiro están en deuda con él. ¡Todos me las tienen que pagar! Me deben… Armado hasta los dientes y sacando ventaja de su aspecto inofensivo realiza acciones atroces contra transeúntes adinerados. Tras presentarlo con seudónimo al premio Status de Literatura Brasileña en 1978, en su momento el mejor pagado en Brasil y toda América Latina, Fonseca obtuvo el primer lugar. Sin embargo, la censura impidió su publicación, como lo había hecho también con su anterior libro de cuentos, Feliz año nuevo, publicado en 1975.

El cobrador de Fonseca es un hombre pobre, resentido por la opulencia que percibe a su alrededor y de la cual se siente irremediablemente excluido. La publicidad, la ostentación, el lujo, lo impelen a cobrar con sangre esa deuda que le pesa. 

El discurso de Trump se desenvuelve en una tónica similar: el planeta le debe su bienestar económico a los Estados Unidos y no está pagando por ello en efectivo. Al contrario, su país, aunque aloje a las fortunas más exorbitantes, se empobrece mientras los demás beben champaña y se burlan del gringo. Los aranceles son su arma vindicatoria. Por fortuna, pues no olvidemos que duerme con los códigos a la mano del mayor arsenal nuclear del planeta. 

Sin embargo, aunque nos sea imposible imaginar qué tipo de mundo desea forjar para sus nietos, éste no estará exento de una impronta supremacista que lo lleva a despreciar a sus aliados más incondicionales, México y países de Asia, como Corea, Japón y Taiwán. Ellos le deben prosperidad y, como vimos también esta semana, hasta agua para los campos de Texas. Por otro lado, Europa le debe protección ante el demonio Ruso, y por ello también arrastra un saldo en rojo.  

Sólo su mayor competidor, China, ha salido a plantar la cara y hasta hoy (recuerden que escribo esto un martes) lo ha hecho trastabillar, pues en poco tiempo rebajó las tarifas para las empresas de tecnología que mantienen sus plantas en ese país. 

¿Hay en realidad un plan detrás de todo esto o procede por intuición (como a veces deja entrever) e inexcusable simplicidad como el aprendiz de brujo de Goethe? 

Porque aunque haya descrito al cobrador de Fonseca como un monstruo, es un ser ambivalente (que recuerda mucho a los sicarios mexicanos o colombianos): se desenvuelve con frialdad y extrema violencia ante sus víctimas, mientras atiende con esmero a la pobre doña Clotilde, su casera; así como se enamora sin remedio de Ana Palindrómica, quien le ayudará a afinar sus planes de destrucción. 

Me parece que Trump, con toda su hibris, también se le parece. López Obrador, Putin y en menor medida Sheinbaum han percibido ese lado blando y se intuye que han sabido utilizarlo. Al final de su relato, Fonseca nos deja el final abierto, el gran golpe de fin de año. Nosotros seguimos expectantes sin saber cuánto más sufriremos los vaivenes del cobrador del norte.

 

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