COVID-19: El honor es solo para quien lo merece
Ese dejo de tristeza, rodeada de impotencia e incluso coraje, al ver cómo aquellos que se ostentaron como los líderes de los destinos de nuestro sistema de salud en la pandemia y que fallaron de manera estrepitosa, puedan ir al extranjero a representar a nuestra nación como consejeros y expertos
Volvieron a mi cabeza aquellos días en que mis auxiliares y técnicos laboratoristas mantuvieron el orden y la atención continua para la toma de muestras de pacientes con COVID-19. Ese tiempo en donde los químicos continuaron, de manera ininterrumpida, el procesamiento de estudios para los pacientes de nuestro hospital. Y, de manera especial, vienen a mi mente las imágenes de esos jóvenes, hombres y mujeres duros, arrojados y valientes, residentes todos de Patología Clínica, que pusieron carne y alma para mantener un sistema funcional, cuidando de nuestra casa, la UMAE 1 Bajío, con la atención directa, día y noche, durante todos los años de la pandemia. Participaron además en la organización y control de procesos de vacunación, monitoreo epidemiológico, capacitación y adiestramiento de otros médicos, control y trazabilidad de especímenes, emisión de resultados, atención de áreas críticas, procesamiento de miles de estudios y aún bajo estas circunstancias, sacaron adelante y de manera brillante su programa de estudios.
Volvió a mi mente el Hospital General de Zona 53, en el Estado de México, en donde tuve el honor de ser voluntario en la denominada “Operación Chapultepec" para apoyar en la atención de pacientes con COVID-19, al ocurrir el colapso de atención por sobrecarga asistencial en esa región. Trabajé codo a codo con esos compañeros de Medicina Interna, Pediatría, Medicina General, directivos y administradores, en ese turno vespertino donde, día a día, de manera ininterrumpida, entraban pacientes, la mayoría de ellos graves y salían otros, gran parte de ellos a un destino fuera de este mundo.
Recuerdo la exigencia, a veces traducida en violencia verbal y física, de aquellos familiares que reclamaban un espacio para sus enfermos, porque ya llevaban peregrinando por días, buscando una cama hospitalaria, un ventilador u oxígeno. Recuerdo que, en la desesperación, algunos dejaban al enfermo en la puerta del hospital, en un afán de presionar para su recogida y atención. Recuerdo esas salidas en camión de cientos de voluntarios a los diferentes centros de atención, muchos de ellos improvisados, con el deseo único de ayudar a salvar vidas o mitigar el dolor. Y me viene el recuerdo de verlos a todos, en la cena, con sus caras marcadas por el equipo de protección personal, contando cada uno sus historias, éxitos y tragedias clínicas.
Vuelven las imágenes de mis compañeros de Nova, en Monterrey, quienes, como buenos norteños, no se rajaban para proporcionar atención y seguridad a los empleados de nuestra acerera y además, ser un faro de seguridad asistencial para la población general, con el procesamiento de cientos de pruebas por día.
Recuerdo esos días y volteo a ver la realidad actual: los profesionales de laboratorio continuaron en el olvido, sin ningún tipo de reconocimiento ni mejora en sus condiciones laborales e ingreso. Los residentes, varios de ellos incluso merecedores en su momento de la presea Miguel Hidalgo, salieron al mundo del desempleo o al día de hoy, no tienen seguridad laboral con una base institucional. Los profesionales clínicos del ámbito privado siguen siendo fácilmente prescindibles y con un salario aún menor que el público. Y los médicos, especialistas o generales, continúan enfrentándose a una sobrecarga asistencial, con cada vez menos recursos.
¿Por qué recordé todo esto y de dónde provino el estímulo para reflexionar sobre el presente? Por ese dejo de tristeza, rodeada de impotencia e incluso coraje, al ver cómo aquellos que se ostentaron como los líderes de los destinos de nuestro sistema de salud en la pandemia y que fallaron de manera estrepitosa, con consecuencias brutales para el pasado, presente y futuro de México, ahora, incluso, puedan ir al extranjero a representar a nuestra nación como consejeros y expertos, como si fuera esto un premio a “un trabajo bien hecho”. No menos que lamentable.
La historia, seguro, les reclamará a estos sujetos. Sirva esta columna como un intento de justicia, de recordar y reconocer a quienes en realidad lo merecen, pues es, tal vez, lo mínimo por hacer.
Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre.
RAA
Opinión en tu buzón
Deja tu correo y recibe gratis las columnas editoriales de AM, de lunes a domingo
