Impotencia
OSTEOPOROSIS–HUMOR
La había visto muchas veces antes, siempre desde la distancia, como un espectador pasivo. Pero fue apenas hace unos días cuando algo en ella me cautivó. Ella, una mujer cuya presencia había ignorado, mostró gestos y actitudes que nunca había percibido. Ahora, a mis años, recién estrenando mi tercera edad y con el bagaje de experiencias que la vida me ha dado, surgió la idea de buscar una oportunidad para decirle de cerca tantas cosas…
Siempre fui tímido, lo sé, pero supuse que, si lograba estar cerca de ella, por fin haría lo que tanto había soñado. Esa esperanza me motivaba cada día. El destino, a veces caprichoso, coloca oportunidades inesperadas ante nosotros, y bajo esa creencia esperaría ese momento.
Mi amigo que es también periodista, consciente de mi anhelo, me dijo, "ya tendrás la oportunidad que siempre has deseado. Podrás estar tan cerca como te atrevas a estar. Todo lo demás dependerá de ti".
Hay un dicho que reza: "Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes", yo más inclinado por la fe que por ingenuo lo hice.
En alguna ocasión cuando fui joven otro amigo mucho mayor me contó que había estado con una dama y sufrió impotencia: ¡Es lo peor que puede suceder! No puedo describir ni superar ese trauma me comentó muy sonrojado, ¡la vergüenza te perseguirá por mucho!
¿Pues qué creen? Ese mal momento ocurrió, no quiero entrar en detalles sobre cómo fracasé. Me duele admitirlo, y también me avergüenza. ¡Maldita impotencia! Por primera vez en mi vida sentí una sensación extraña, la impotencia devastadora, como si mi cuerpo me traicionara justo en el momento decisivo. Bajé la mirada y me retiré sin decir nada, sin explicaciones. Un sueño roto. ¿De qué sirvió que el destino me ofreciera esa oportunidad si al final fue mi impotencia la que arruinó todo?
No pude decirle que nosotros, los ciudadanos, tenemos miedo. No pude expresarle mi deseo de que le vaya bien en su gobierno, porque en su éxito también está el nuestro.
No fue miedo al poder presidencial lo que me detuvo, no. Fue esa rabia sorda, esa impotencia de saber que vivimos en tiempos violentos.
No esperé a que terminara el evento, me retiré en silencio, con la cabeza baja. Cargando en mis hombros la gran impotencia de no tener el atrevimiento a manifestarme.