Acumulaciones
Tengo cosas guardadas en mi despensa y atiborrados los cajones del tocador. De la misma manera, hay ropa que me he resistido a sacar de los roperos, y que, al abrirlos, me saludan con indiferencia muda.
Tengo cosas guardadas en mi despensa y atiborrados los cajones del tocador. De la misma manera, hay ropa que me he resistido a sacar de los roperos, y que, al abrirlos, me saludan con indiferencia muda.
Y no contradigo a ninguno cuando dicen que me gusta acumular, porque es cierto, yo atesoro libros, revistas, estambres, colores, tijeras, solo para ejemplificar.
A veces me he preguntado sobre esta particularidad que no es solo mía, creo es parte de la condición humana y que a todos nos gusta acopiar. A mi favor, digo que, con mis gustos, no atropello ni daño a nadie, sé de muchos que, sin consideración alguna, acumulan mentiras, ofensas y malas acciones, que también, son una forma ruin de compilar.
Para serte franca, me siento complacida, reconozco mis debilidades y agradezco que mi manía por atesorar objetos, cesó tiempo atrás. He aceptado que mi tiempo es limitado y necesitaría muchos años para leer, tejer o bordar, todo lo comprado, así que he decidido emprender mis proyectos con lo que poseo ya.
El otro día en una plática casual, escuché hablar sobre colecciones aburridas, y me juré que jamás acumularía refractarios o recipientes para la comida, no, definitivamente nunca, nunca.
Un tiempo lejano ya, intenté coleccionar sueños, más resultó imposible, no resistieron la prisión de los estantes, ni la presión de los cajones, ellos brotaban como flores silvestres que conocían la finitud de la noche, y al partir, me dejaron un rastro fresco sobre mi alma adormecida, como el que deja al retirarse la espuma del mar a manera de despedida.
También llegué a pensar que coleccionar recuerdos sería de utilidad, los repasé y conté cientos de veces, hasta que adquirieron la consistencia de los cantos rodados. Lisos y dóciles, los observé impulsados por un océano invisible, oscilando entre los tiempos, en un vaivén incesante de mareas inciertas.
Mi abuelo, conocía la inutilidad de los apegos, dejó sus trajes impecables colgados en las perchas y sus zapatos boleados. También me dejó la mirada de sus ojos que me siguen mirando, expresándome el amor que me tenía. Y ahí, en ese lugar al que sé llegar, mas desconozco la ruta, ahí acumulo lo más valioso e invaluable, mi cielo particular que llevo dentro.
A ciencia cierta, ignoro el porqué de las acumulaciones, lo que se escondía detrás de esa alegría fugaz de poseer las cosas. Tal vez era una forma absurda de completarme ante el imposible, de mirar el cielo y no haber podido arrancarle las estrellas.
Opinión en tu buzón
Deja tu correo y recibe gratis las columnas editoriales de AM, de lunes a domingo
