El AdelantadoÂ
Hernán Lara Zavala parecÃa haber salido de un cuadro de Zurbarán; sin embargo, su semblante no era el de un mÃstico dispuesto al sacrificio, sino el de alguien que conoce la melancolÃa pero la contradice con carcajadas de tono grave.
Hernán Lara Zavala parecÃa haber salido de un cuadro de Zurbarán; sin embargo, su semblante no era el de un mÃstico dispuesto al sacrificio, sino el de alguien que conoce la melancolÃa pero la contradice con carcajadas de tono grave.
Hubiera sido lógico encontrarlo en el siglo XVI. La desorientada realidad hizo que nos conociéramos muchos años después, en la presentación de un libro cuyo tÃtulo expresaba nuestra incipiente condición: Itinerario inicial, antologÃa de nueva narrativa compilada por Roberto Bravo. El año era 1985 y el sitio, la galerÃa del INBA en la calle de Dinamarca, que se vendrÃa abajo con el temblor de septiembre.
Hernán habÃa nacido en 1946, bajo el signo de Piscis, diez años antes que yo, pero empezó su carrera literaria después de estudiar IngenierÃa y hacer estudios de posgrado en la universidad de East Anglia, donde fue compañero de Ian McEwan. Las generaciones dependen menos del calendario que de la manera de usarlo, de modo que Hernán se convirtió en riguroso contemporáneo de los escritores nacidos en los años cincuenta que comenzamos a publicar en los ochenta.
En aquel primer encuentro, demostró ser el más educado y el mejor vestido de todos nosotros. Pensé que disponÃa de virtudes que se adquieren con la edad. Me equivocaba: nunca pudimos alcanzarlo. Desde entonces, y hasta el dÃa de su muerte, ocurrida el pasado 15 de marzo, Hernán ejerció una cordialidad única, fuera de época, acaso relacionada con el imposible Siglo de Oro que representaba su semblante.
Tuve la suerte de tratarlo y quererlo durante cuarenta años, lo cual me permite afirmar sin sombra de duda que su sentido de la amistad fue legendario. Era tan adicto al buen trato que reprendÃa con furia a quien se atreviera a vulnerarlo.
Durante un congreso en la Mérida de Venezuela, participamos en un homenaje a Alejandro Rossi, hombre de muchas patrias (nacido en Florencia y afincado en México, tenÃa pasaporte venezolano). En la cena posterior al acto, un poeta que practicaba la métrica del alcohol se burló del autor de Manual del distraÃdo. Fue un momento incómodo que Hernán volvió dramático. Escuchó al provocador con un gesto reflexivo (el Ãndice y el pulgar en el bigote), hasta que sus mejillas se hincharon un poco, en anuncio del vendaval que iba a soltar. Se puso de pie y lanzó un regaño repleto de enjundia y carente de insultos. No fue una invectiva sino una álgida defensa. Esa exaltada oralidad sólo podÃa venir de quien habÃa hecho de la cordialidad una moral. El poeta bajó la mirada, pidió disculpas, habló pestes de sà mismo.
Un gran amigo de Hernán, el novelista colombiano R. H. Moreno Durán, le encontró un apodo ideal para titular algún retrato del Museo del Prado: El Adelantado. Se referÃa a su aspecto fÃsico, pero también a su talante, que defendÃa la virtud y el honor con criterios casi mÃticos.
En su primer libro, De Zitilchén, narró las historias de una pequeña localidad al modo de Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson. Posteriormente, en El mismo cielo, utilizó un recurso complementario: cada relato trata de una ciudad distinta. Hijo de padre campechano y madre yucateca, ubicó varias novelas en esa región. Charras recupera la historia del lÃder estudiantil EfraÃn Calderón Lara, asesinado en Yucatán, y PenÃnsula, penÃnsula la Guerra de Castas en Yucatán y la figura del abogado, polÃtico y escritor Justo Sierra O'Reilly.
Durante casi diez años, Hernán fue director de Literatura en la UNAM, donde impulsó la colección Rayuela Internacional, que dio a conocer en México a autores latinoamericanos posteriores al Boom como Ricardo Piglia, Antonio Skármeta, José Balza y César Aira. Su pasión por la literatura inglesa lo llevó a impartir invaluables cursos sobre James Joyce, Malcolm Lowry y D. H. Lawrence. Durante un año académico, perfeccionó esos conocimientos en la Universidad de Cambridge y llevó su erudición a las variedades del whisky (por el color de la bebida, sabÃa qué marca estabas bebiendo).
La vida pródiga de Hernán Lara Zavala transcurrió en compañÃa de AÃda, su excepcional compañera. En las escarpadas colinas de San Nicolás Totolapan construyeron un bastión de la hospitalidad. Desde ahà veÃan los destellos de la ciudad. Recuerdo esa vista y recuerdo al amigo con los versos eternos de José Alfredo: "Cuántas luces dejaste encendidas/ Yo no sé cómo voy a apagarlas".
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