León, Guanajuato.- La noche cayó helada sobre la Explanada del Poliforum, pero el clima no frenó a los más de diez mil jóvenes —y no tan jóvenes— que desde horas antes inundaron el recinto para ver a su profeta del dolor: Junior H.
El hijo pródigo de Guanajuato que regresó a casa después de arrasar con dos sold outs en el Palenque de la Feria meses atrás. México en Lágrimas – Sad Boyz Tour prometía intensidad, pero terminó convirtiéndose en un ritual colectivo de corazones rotos.

Desde las nueve de la noche ya no cabía un alma más. Adolescentes en glitter, chicos en outfits clonados de corrido tumbado luxury —gafas negras, cadenas brillosas, estampados que pretendían ser Dolce & Gabbana o Louis Vuitton— y grupos enteros de amigos con botellas en la mano transformaron el lugar en una fiesta trap-sierreña.
Pero el inicio se retrasaba… y crecía el temor: ¿sería otra noche donde el cantante saldría pasada la medianoche, como en otros estados?

Junior H: un recibimiento místico
Minutos antes de las once, cuando el frío parecía perforar los huesos, las luces se apagaron. Un speech en voz en off comenzó a retumbar como ceremonia previa a la redención. Fue entonces que miles de celulares subieron al aire, buscando atrapar el instante:
“No estamos solos… cada uno trae consigo una historia, una batalla… esta noche esas historias se unen en un mismo latido… porque la música no solo se canta, se siente, se sufre, se grita…”

El mensaje seguía mientras más de un fan se limpiaba discretamente una lágrima. Era la bienvenida oficial a esta misa emocional:
“Bienvenidos a México en Lágrimas: Sad Boyz Tour”.
“¡Guanajuato, León… Guanajuato, loco!”
El rugido fue inmediato cuando apareció Junior H con su ya clásico combo: gafas oscuras, prendas Louis Vuitton y una botella de tequila que no soltó en buena parte del show. Abrió con “Entre Nosotros”, aunque algunos problemas en el sonido hicieron que el arranque fuera titubeante. No importó.

El público gritó cada verso como si ahí se les fuera la vida.
Después vino “Rockstar”, un golpe de energía que terminó de encender a todos.
“¿Cómo están los Sad Boys esta noche?”, soltó el cantante.
El eco fue ensordecedor: León estaba listo para llorar, cantar y sanar.
Un repertorio para sangrar bonito
“Miéntele”, “El Rescate”, “Volver al Futuro”, “Lady Gaga”, “Fin de Semana” y el inevitable “El Azul” fueron de los momentos más coreados. En cada canción, Junior H agradecía volver a la tierra que lo vio crecer.
“Gracias, León, por darme tanto… es un placer estar en casa”.
Y sí, la energía parecía la de un hijo que vuelve triunfante, con cicatrices nuevas, pero más fuerte.
La economía del dolor
Mientras el concierto seguía, en las zonas de consumo se movían bebidas de 250 pesos —desde los clásicos azulitos hasta tragos más cargados—, todas en vasos conmemorativos, un detalle que no se veía desde hacía años en eventos locales y que los fans presumían como trofeo.
Afuera del recinto, otro universo paralelo. Padres esperando a sus hijos, jóvenes sin boleto viviendo el concierto desde la banqueta, y vendedores ofreciendo de todo: playeras “piratas”, sudaderas, gorras… y la mercancía más simpática de la noche: los “San Junior”, estampas del cantante como si fuera santo patrono del despecho moderno.





La merch oficial rondaba entre 500 y 2 mil pesos, lujo que no todos podían pagar.
Tres horas para el desahogo
A lo largo de casi tres horas, Junior H se adueñó del frío, del escenario y del ánimo de una multitud que, canción tras canción, gritó sus propias heridas. El Sad Boyz Tour en León no fue solo un concierto: fue una catarsis masiva.
Cuando las luces se encendieron al final, la sensación era clara: el guanajuatense dejó una huella sólida, íntima y poderosa.
La ciudad lloró, cantó y sanó al ritmo del artista de la letra muda, el mismo que ha convertido el desamor en una religión para toda una generación.