Hay presencias que llegan como un golpe suave al alma, sin anunciarse y sin pretender nada, pero que mueven nuestro mundo. basta saber que existen. Son personas que no necesitan discursos ni gestos grandiosos; su sola compañía ordena el caos cuando lo requerimos, nos dan silencio si es que el ruido nos ensordece y dan paz, pero sobre todo alegría, nos iluminan, motivan y son refugio otorgando dosis de energía emocional que no recuerdan que no estamos solos.
Casi puedo asegurar que todos tenemos a alguien así. A veces es un amigo, un amor, un compañero de trabajo, un miembro de la familia o incluso alguien que apareció de pronto y, sin saber cómo, se volvió indispensable, aunque en ocasiones no vienen a resolvernos la vida, pero la vuelven más llevadera. Soportan nuestros dramas y días malos, y podría seguir dando muchas buenas cosas de ellos que los caracterizan, pero aun así me quedaría corta, porque en el bienestar que otorgan no hay palabras para describir lo especiales que son, y lo más curioso es que rara vez se reconocen a sí mismas, porque su brillo es natural, su apoyo es incondicional y su presencia es vitamina pura.
No importa si está lejos o cerca, si la ves diario o una vez al año. La gente así tiene efecto a distancia, diferido y acumulativo. Hay momentos en los que, con traerla a la mente, ya respiras distinto. Hay decisiones que tomaste gracias a algo que te dijo hace meses. Y hay heridas que se cerraron más rápido porque estuvo ahí, nos devuelven a nosotros mismos, fortalecen nuestra esencia, quizá su poder y magia radica en como hacen sentir a las personas, crean proyecciones y escenarios en los que te observan de manera distinta, por lo tanto, su actuar está enfocado en la vibra, una forma de mirar no perceptible a la vista del resto porque te recuerdan lo que vales y lo que mereces, pero sobre todo te devuelven la confianza que habías dejado abandonada en algún rincón, sin duda tu historia no sería la misma sin su esencia porque en primer lugar la salud emocional es beneficiada, el apoyo moral no falla y su compañía siempre será un placer.
Aprovecho para agradecer profundamente a quienes han estado para acompañarme, apoyarme y comprenderme incluso en mis días más difíciles. Gracias por quedarse cuando era más sencillo irse, por traer calma cuando yo no podía encontrarla y por no soltarme cuando dudé de mí. Cada una de esas presencias ha dejado huellas que permanecen y aprendizajes que siguen nutriendo mi camino.
Que nunca falte alguien de quien aprender, alguien a quien admirar y alguien con quien compartir la dicha inmensa de sabernos acompañados. En eso radica la verdadera riqueza de la vida: en quienes eligen caminar con nosotros.
Gente vitamina, les dicen.