En México sufrimos del síndrome del wishful thinking, el pensamiento ilusorio, esa costumbre tan nuestra de confundir deseo con realidad. Acariciamos sueños como si la fe bastara para volverlos realidad. En medio de ese extravío construimos castillos en el aire sin reparar en que sus cimientos reposan en el endeble suelo del optimismo. Se desvanecerán como humo al menor soplo de la necia realidad.
Escucho una y otra vez el optimismo de gente inteligente que cree, con vehemencia, que recuperaremos, como por arte de magia, la senda del crecimiento, sin recordar que este gobierno –repito, éste, el de Sheinbaum, no el de AMLO– decidió demoler nuestra ya mermada certeza jurídica, piedra angular de toda inversión.
Soñamos con crecimiento en un país que no genera, ni remotamente, la energía necesaria para insertarse en una nueva oportunidad de nearshoring, tomando ventaja de que –en medio de la creciente oleada de proteccionismo– pagamos tarifas más bajas que países con los que competimos y de que, tarde o temprano, EU se dará cuenta de que somos indispensables para cadenas de suministro de cuya competitividad nuestra región depende. Este gobierno, nuevamente éste, no el previo, insiste en rancias fórmulas en las que un Estado –a todas luces ineficaz y quebrado– tiene que retener 54 % de la generación eléctrica, volviéndose un cuello de botella que cancela nuestro futuro. Si nos comparamos con EU, allá sólo la generación esperada en 2030 para alimentar centros de datos (para inteligencia artificial) será superior a la generación total de México. La brecha será irreversible.
Cuando empieza la revolución tecnológica más disruptiva en la historia de la humanidad, dejaremos a nuestros jóvenes a la deriva al solo invertir 3.3 puntos del PIB en educación, desdeñando la ley que nos obliga a invertir ocho. Condenamos a generaciones enteras a mediocridad y analfabetismo funcional, cuando la economía del conocimiento se arraiga y surgen tecnologías que amenazan con reemplazar a quienes no tengan con qué insertarse en un nuevo mercado laboral que exigirá habilidades concretas, o al menos una amplia formación que permita darle contexto a un mundo en prometedor reajuste.
Hemos dejado que nuestra infraestructura se desmorone. Pagamos por un aeropuerto que nunca se construyó. Evitamos asociaciones público-privadas y vemos con sospecha la participación de empresas, nacionales o extranjeras, en el desarrollo de lo indispensable. El dogma somete al imperioso pragmatismo.
Nuestra economía se estancó. Urge productividad para romper camisas de fuerza que nos imponen políticas públicas delirantes. ¿Cómo producir más con lo mismo? Para romper la terrible inercia que nos hunde, convoquemos a universidades y empresas en un gran esfuerzo nacional para implementar un programa que inserte inteligencia artificial a todos los niveles.
México debe emular a países que lanzaron planes nacionales para adoptar IA en sectores productivos, salud, servicios públicos y ciudades inteligentes. China lanzó su Plan de Desarrollo de IA de Nueva Generación en 2017, los Emiratos Árabes su Estrategia de Inteligencia Artificial ese mismo año, Australia el AI Roadmap, promoviendo tener 160 mil especialistas para 2030; Brasil invertirá 4 mil millones de dólares entre 2024 y 2028 enfocándose en IA para salud pública, agricultura, educación y regulación; Corea del Sur busca desarrollar un centro nacional de IA con 10 mil GPUs (unidades de procesamiento gráfico) para desarrollar servicios público-privados; Francia invertirá 109 mil millones de euros para expandir capacidades en IA. Nueva Zelanda publicó su Primera Estrategia Nacional de IA en julio, Indonesia su Roadmap Nacional de IA, Austria la Misión Austria de IA buscando “bien común”, innovación y aumento en competitividad, y Canadá su Plan Pancanadiense de Estrategia para IA, buscando invertir en investigación y desarrollo de talento.
El reloj avanza sin clemencia. Envejecemos sin crecer y la distancia entre quienes construyen el futuro y quienes solo lo contemplan se ensancha hasta volverse abismo. El mundo no nos va a esperar.