El asesinato de Carlos Manzo detonó la marcha del 15 de noviembre, atribuida a la llamada “Generación Z”, convocada para protestar contra la violencia. Paradójicamente, ya en el desarrollo de la movilización, el contingente de los hombres de a caballo, símbolo del Movimiento del Sombrero de Manzo, fue el primero en retirarse ante un ambiente que se iba tornando hostil: agresiones contra comercios del Centro Histórico, contra personas, gritos e insultos misóginos contra la Presidenta. Los grupos originales integrados por jóvenes, de entre 12 y 27 años, quedaron opacados por consignas ajenas y por una violencia que terminó marcando la jornada…

Aunque la etiqueta “Generación Z” dominó la narrativa mediática, la realidad fue más compleja: una protesta ambivalente, donde los jóvenes eran una minoría, con demandas legítimas, pero contradicciones profundas; lo anterior, fue enmarcado con violencia organizada y el oportunismo de actores políticos dispuestos a capitalizar el descontento de los jóvenes. 

Desde el Ángel de la Independencia, partieron contingentes de jóvenes, pero mayormente adultos, influencers politizados y perfiles radicalizados. En días previos, distintas figuras políticas habían simpatizado con la convocatoria y alentado en los medios la narrativa de una “rebelión juvenil”. Políticos aprovecharon el clima de tensión para amplificar el descontento, mientras empresarios con aspiraciones, como Ricardo Salinas Pliego y Claudio X, impulsaron desde sus plataformas y bots, la idea de una juventud “en rebelión”. 

La presencia juvenil fue mucho menor que la de adultos. El pliego petitorio exigía más seguridad y presencia policial, pero simultáneamente pedía reducir el tamaño del Estado y rechazaba impuestos y endeudamiento. Demandaba salud universal, gratuita y “sin filas”, mientras exigía detener megaproyectos que, paradójicamente, generan buena parte del empleo inmediato. Exigía empresas ecológicamente viables. Pedía rentas más bajas para menores de 35 años, pero acompañadas de mayores restricciones a desarrolladores, medidas que encarecen la vivienda.

A esa falta de cohesión se sumaron episodios inquietantes. Jóvenes encapuchados actuando con extrema violencia: destruyendo mobiliario urbano, atacando comercios y lanzando molotovs contra aparadores. Algunos sospechan que estos agresivos encapuchados son fuego amigo entre la administración anterior, Martí Batres, Jesús Ramírez… contra Clara Brugada y su jefe de Policía, Pablo Vázquez, por el control de tribus de CDMX, y mostrarlos como gobierno represor. Circularon instrucciones precisas para entrar a Palacio Nacional por la Puerta Mariana e instrucciones para derribar vallas.

El punto de quiebre llegó en el Zócalo: un grupo organizado derribó barricadas con cuerdas mientras otros lanzaban piedras y cohetones contra la policía. Hubo cien agentes heridos y veinte detenidos. Se detectaron porros y circularon imágenes de jóvenes presumiendo consignas neonazis: fue la convergencia entre frustración juvenil, manipulación política y presencia deliberada de grupos de choque.

La narrativa opositora no tardó en presentar los hechos como “la imagen de una dictadura reprimiendo a los jóvenes”; lo anterior, desde luego, amplificada por Salinas Pliego y sus medios, para trasformar su adeudo fiscal en narrativa política y luego mostrarse como mártir de la democracia rumbo a la Presidencia de México.

Pero reducir la marcha a manipulación o violencia sería simplista. El episodio también reveló algo más profundo: un segmento real de jóvenes mexicanos marcado por ansiedad, precariedad, violencia cotidiana, desconfianza institucional y un futuro que sienten indescifrable. Jóvenes que rechazan cualquier partido, pero que sienten miedo e incertidumbre.

Ahí radica la paradoja: una marcha que fue, al mismo tiempo, expresión auténtica de malestar juvenil y, a la vez, terreno fértil para la manipulación ideológica de los jóvenes. Su pliego, contradictorio y sin prioridades claras, reveló esa mezcla disonante. La “Generación Z” sabe que la planeación no es pensar en las decisiones futuras, sino en el futuro de las decisiones presentes.

Por lo pronto, lo que retrata del país: una generación inconforme, que se siente insegura, y actores ansiosos de utilizarla. A esto, habría que agregarle que la indignación puede ser energía transformadora o combustible para incendiar el país. México no vio un levantamiento generacional, sino la radiografía de un país fracturado: entre la protesta genuina y el oportunismo, entre el futuro y su manipulación. En su segunda convocatoria de “Generación Z” para marchar el día 20, solo asistieron 170 manifestantes: El Universal

La política debe de ser un acuerdo permanente para vivir en armonía juntos, 

para reducir brechas, tender puentes y subsanar diferencias.

alejandropohls@prodigy.net.mx

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