Pasó otro año y todo sigue igual cuando hablamos de donación de sangre: discursos tibios, celebraciones pequeñas, expectativas bajas.
Mientras que afuera hay millones de personas (donadores potenciales), adentro de los hospitales las necesidades de sangre nunca terminan por satisfacerse. Esto es el reflejo de un vacío de políticas públicas disfrazándose de buenas noticias. En México no se puede admitir que el sistema no está fallando porque no exista el “altruismo” o buena voluntad en las personas, sino por una ausencia completa de estrategia y, mientras sigamos aplaudiendo por migajas, cada diciembre estaremos despertando con el mismo problema, pero eso sí, envuelto en un moño de optimismo.
En este último tramo del año se convirtió en noticia que uno de los bancos centrales de sangre del Instituto Mexicano del Seguro Social, ubicado en la ciudad de México, colectó alrededor de 1200 unidades de sangre mediante “donación altruista”, distribuidas en 24 jornadas a lo largo del año. Las notas fueron celebratorias, los títulos hablaban de un “alza en donaciones” y las declaraciones oficiales incluso apuntaban a que estamos presenciando un “cambio generacional”. Sin embargo, los números desnudos cuentan otra historia: distribuidas a lo largo de un año, ese número se transforma en apenas un puñado de donaciones diarias en promedio, en una de las zonas urbanas más grandes del continente americano.
Cuando se coloca esa cifra en un contexto no manipulado (Ciudad de México, millones de habitantes, cientos de empresas, decenas de universidades, otro tanto más de hospitales, personal de salud, trabajadores, estudiantes, población derechohabiente) la narrativa se derrumba. No estamos ante una hazaña, al contrario, estamos ante la evidencia de un modelo que no funciona y peor aún, se autocelebra. Convertir en logro lo que apenas roza la superficie del problema no es inocente, es una forma sofisticada de perpetuarlo.
La donación “altruista” (que debería ser renombrada como donación voluntaria y no remunerada de sangre, en concordancia con la terminología internacional) no debería ser un evento excepcional que se activa con lonas, hashtags y jornadas esporádicas. Debería ser el eje estructural del sistema de sangre. Pero eso exige algo que no se resuelve con comunicados de prensa, al contrario, se requieren políticas públicas sensatas, sostenidas y evaluables y exige pasar de la “buena voluntad” al diseño institucional, de la “épica” del donador ocasional al programa permanente de donantes repetidos y de la reacción estacional a la planificación anual.
Cuando la autoridad sanitaria no asume esa responsabilidad, el calendario se vuelve un sustituto de la política. Y así, cada año, reaparece la misma cantaleta con los mismos carteles, los mismos llamados urgentes, el mismo tono emotivo. Como si la necesidad de sangre fuera un fenómeno climático y no una consecuencia previsible de un sistema mal diseñado o como si la escasez fuera una sorpresa y no el resultado lógico de haber delegado el abasto a la buena voluntad de última hora.
El problema de fondo no es que se invite a donar en jornadas, campañas o meses específicos. El problema es que se dependa de esas actividades. Que el sistema se sostenga en picos de emotividad y no en flujos constantes o que se celebre el aumento porcentual sin preguntarse si ese aumento cambió algo sustantivo y que se confunda movimiento con transformación.
Mientras tanto, la narrativa se repite: se habla de cultura, de conciencia, de altruismo, como si el fallo estuviera en la sociedad y no en el Estado. Como si millones de personas fueran el obstáculo y no la oportunidad. Como si el problema fuera convencer y no organizar.
Así, estimado lector, año tras año, la sangre se convierte en metáfora: siempre urgente, siempre escasa, siempre al borde. Y la política pública, siempre ausente, no porque no sea posible, sino porque resulta más cómodo celebrar pequeñas cifras que asumir la magnitud del reto. Es más fácil cortar listones o hacer alharaca que construir sistemas, pues es más rentable el aplauso inmediato que la incomodidad de una reforma de fondo.
Por eso estas noticias no deben ser anecdóticas, al contrario, deben ser considerados como síntomas de un sistema disfuncional. Mientras sigamos llamando “éxito” a lo marginal, cada diciembre volverá a encontrarnos igual: pidiendo, rogando, apelando a la buena voluntad y evitando, una vez más, la única discusión que importa, que es transformar de fondo el sistema de sangre mexicano, basado en donación voluntaria y no remunerada. Es tiempo.