León cae rendido ante la OSUG con sinfonías de Mozart y Mahler
La Orquesta Sinfónica de la UG cerró su primera temporada del año con un programa electrizante que estremeció el Teatro del Bicentenario.
León, Guanajuato.- Siete cornistas de pie, aplausos que no cesaban y un público conmovido marcaron el cierre de la primera temporada del año de la OSUG en el Teatro del Bicentenario.
La Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato estremeció León con obras de Mozart y Mahler en una noche inolvidable.
Tras su exitosa presentación en el Teatro Juárez de Guanajuato, la OSUG llegó a León el viernes 20 de junio para interpretar el programa 15, titulado "Dos Titanes". Fue un final de lujo, con la brillantez clásica de Mozart y el dramatismo posromántico de Mahler, dos joyas del repertorio sinfónico.
La brillantez clásica ilumina el escenario
Bajo la batuta de su director artístico, Juan Carlos Lomónaco, la orquesta universitaria abrió la noche con la Sinfonía núm. 35 de Wolfgang Amadeus Mozart, escrita en 1782 durante sus primeros años como compositor en Viena. Originalmente concebida como una serenata para celebrar la concesión de un título nobiliario a su amigo Sigmund Haffner el Joven, Mozart transformó esta obra en una sinfonía de cuatro movimientos, hoy conocida como Haffner.

La OSUG ofreció una interpretación cálida y luminosa, fiel al estilo clásico mozartiano, que cautivó al público. Lomónaco logró un equilibrio magistral, destacando la claridad de las texturas, la precisión de los planos sonoros y el ímpetu que caracteriza esta sinfonía en re mayor. A pesar de un leve problema de emisión en el corno durante el desarrollo, el Allegro con spirito resonó con dinamismo. Las trompetas, aunque algo menos brillantes, aportaron color al ensamble orquestal.
Desde el punto de vista técnico, el segundo y el tercer movimiento sobresalieron por su precisión rítmica y la delicadeza de sus matices. En el Andante, Lomónaco moldeó las dinámicas con sutileza, dando vida y carácter a ambos temas. Gracias a su detallada dirección, el oboe y el fagot se proyectaron con claridad en el puente de la primera sección, un pasaje que brilló igualmente en la repetición de la exposición.
El Minueto fue ejecutado con elegancia y un impulso rítmico sostenido. Lomónaco acentuó los contrastes entre la primera danza, de aire marcial, y el trío, más suave y contemplativo. La alegría contagiosa de Mozart regresó en el Finale, donde destacaron las flautas en sus intervenciones del segundo tema, así como la expresividad de cada golpe de timbal.
Un viaje por el alma de Gustav Mahler
En la segunda parte del concierto, la OSUG interpretó la Sinfonía núm. 1 en re mayor de Gustav Mahler. Estrenada el 20 de noviembre de 1889 en la Ópera Real de Hungría, en Budapest, bajo la dirección del propio compositor, fue concebida originalmente como un poema sinfónico en cinco movimientos. Con el tiempo, Mahler revisó la obra, eliminó la sección Blumine y la dejó en los cuatro movimientos que se interpretan hoy.
Aunque retiró los títulos programáticos para fomentar una experiencia más abierta en el oyente, la sinfonía sigue siendo conocida como Titán, nombre tomado de una novela de Jean Paul Richter. Mahler se identificó con la lucha interior del protagonista, y por eso esta obra suele interpretarse como una travesía espiritual en la que, tras el dolor, la angustia y la ironía, el héroe alcanza la redención.
Una travesía dirigida con intensidad
Lomónaco condujo al público por esta travesía emocional. De los cuatro movimientos, el primero fue el menos cohesionado, afectado por ligeras imprecisiones en los cornos al inicio del desarrollo y en el clarinete que imitaba el canto del cuco. La exposición del tema principal también careció de mayor calidez y proyección, aunque el discurso ganó frescura y emotividad hacia el final.
La expresividad se incrementó notablemente en el segundo movimiento, el Scherzo, que comenzó con fuerza en los violonchelos. El ritmo de la danza campesina fue firme y contrastó con la ironía sutil del vals del trío. Uno de los momentos más memorables llegó con el inicio del tercer movimiento, con el célebre canon fúnebre basado en Frère Jacques (Martinillo, en español). El contrabajo lo presentó con una dosis justa de humor, seguido por un fagot preciso. Luego, las danzas judías cobraron vida con carácter animado e irónico.
Un público entregado
El cuarto movimiento fue electrizante. Los trombones se impusieron con potencia en los pasajes dramáticos, mientras las cuerdas desplegaron brillo y energía al presentar el tema lírico con gran sensibilidad. Siempre resulta impactante ver y escuchar a los siete cornistas ponerse de pie para interpretar el tema triunfal de la sinfonía, como ocurrió en esta ocasión. También los clarinetistas alzaron sus instrumentos para proyectar mejor el sonido.
La interpretación concluyó con tal contundencia que el público estalló en aplausos y vítores, haciendo que el director regresara al escenario en tres ocasiones. Sin duda, el poder de los dos titanes musicales se había desatado en el Teatro del Bicentenario.
LALC