Comonfort, Guanajuato.- Un dolor que se siente en toda la comunidad. Así describieron los habitantes de Pocitos de Corrales y San Antonio de Corrales el sentimiento que hoy los sumerge en un profundo luto. La tragedia ha tocado cada hogar, tiñendo de tristeza el alma de dos pueblos hermanos.
El sufrimiento colectivo se reflejó en los rostros de más de 600 personas que se congregaron en ambas comunidades. Con semblantes marcados por la tristeza y la resignación, observaron la caravana que traía de regreso los cuerpos de sus seres queridos.
Amigos de la infancia y familiares con el corazón destrozado rompieron en llanto al enfrentar la cruda realidad: sus seres amados no volverían. Aun así, se mantuvieron firmes, con globos blancos y pirotecnia para acompañar cada féretro hasta los domicilios donde serían velados. Era la última velada, el adiós íntimo y doloroso previo a la misa de cuerpo presente y al entierro programado para este sábado.




El señor Damián Corrales, tío de dos de las víctimas, sintetizó el sentir de su gente. Aunque no todos eran familiares directos, el dolor cala por igual en una comunidad en la que todos crecieron juntos.
Pues los demás no serán mis parientes, pero también los quiero. Para mí todos eran mis sobrinos al final. Todos nos conocemos aquí y a todos nos duele. Nos cala en lo más profundo una situación así”.
Damián, con cohetes y una cajetilla de cerillos en mano, veló a su sobrino y al hijo de éste, el pequeño Gael, de 14 años. Un “angelito”, como lo llamó, cuyos sueños quedaron truncados y cuyo fallecimiento profundizó el dolor colectivo.
Ante la magnitud del sufrimiento, el alcalde de Comonfort, Gilberto Zárate Nieves, acudió a los funerales para expresar solidaridad. Conversó con las familias, brindó apoyo moral y económico, así como asesoría legal para proceder contra quien resulte responsable.

Su presencia, discreta y respetuosa, buscó ser un respaldo institucional en medio del duelo. Visitó primero la casa de Juan Arellano y, en privado con su viuda, reiteró el compromiso del Gobierno Municipal de acompañar a las familias en esta pérdida tan lamentable.
Un nudo en la garganta
Con un nudo en la garganta y lágrimas contenidas, amigos, familiares y compañeros se reunieron en las comunidades Pocitos de Corrales y San Antonio de Corrales para dar el último adiós a las diez víctimas del accidente ocurrido la mañana del jueves en la autopista Salamanca–León.
La tragedia que cobró la vida de diez personas ha enlutado a estas localidades ubicadas en los límites de Juventino Rosas y Comonfort.
Al mediodía, una caravana de diez carrozas fúnebres partió desde la cabecera municipal de Juventino Rosas, trasladando los cuerpos hacia las comunidades donde serían velados.
Un sueño roto: Padre e hijo
Entre las víctimas estaban el señor José Lera y su hijo Gael, de 14 años. Ambos habían salido, como muchos otros, en busca de un ingreso para su familia.
Los cuerpos llegaron al domicilio donde ya esperaban su esposa, madre, hermanos, tíos, sobrinos y cuñados para iniciar la velación.
María Leticia, cuñada de José, lo recordó como un “hombre trabajador y amoroso” con su familia y sus cuatro hijos. Gael, quien cursaba el tercer grado de secundaria, solía acompañar a su padre cuando no tenía clases.
Su tía, María, compartió que el sueño del adolescente era comprar un celular y un caballo, meta por la que trabajaba junto a su papá.
Una familia con tres pérdidas




El dolor se multiplicó en esta familia: Efrén, hermano de José, también falleció en el mismo accidente. Al igual que ellos, se dirigía a trabajar a los campos de cebolla en Romita cuando ocurrió el percance.
Efrén fue velado en su domicilio, una pequeña tienda adaptada para la despedida. Vecinos y amigos llevaron comida, café y agua fresca para acompañar a la familia durante el funeral.
Los deudos recordaron a las víctimas como “personas trabajadoras y de buen corazón”, que luchaban diariamente para sostener a los suyos, aun cuando eso implicaba viajar todos los días a otros municipios.
Las comunidades permanecen unidas en el duelo, despidiendo a quienes perdieron la vida mientras buscaban el sustento para sus hogares.
Despiden a Juan
“A descansar, al panteón. Ahorita es que se puede trabajar, hay que trabajar; no siempre hay”, era la frase con la que Juan Arellano Martínez, de 43 años, solía resumir su modo de vida.
Hoy, esas palabras resuenan con dolor y orgullo entre sus seres queridos, tras el accidente registrado el jueves en la autopista Salamanca–León, donde perdió la vida junto a otros nueve jornaleros.
Juan, originario de Comonfort, era descrito por su familia como un hombre trabajador y profundamente comprometido con los suyos. Padre de dos hijas —una adolescente de 16 años y una niña de 8—, encontraba en ellas y en su esposa, María del Carmen, la fuerza para salir adelante cada día.
Con la voz entrecortada, María del Carmen recordó los últimos momentos que compartieron antes de la tragedia. A las 3:30 de la madrugada del jueves ambos se levantaron; él se alistaba para viajar a Romita, donde trabajaba en un sembradío de cebollas.
Como cada jornada, ella le preparó el desayuno. Él lo comió deprisa, pues sus compañeros lo esperaban para partir a trabajar.
Lo último que me dijo fue: ‘Ya me voy, al rato regreso’, pero desafortunadamente ya no fue así”, lamentó.
Juan salió de casa con la promesa de volver, pero su regreso se truncó por el fatal accidente. No fue sino hasta la mañana del viernes cuando volvió a su hogar, pero dentro de un féretro, acompañado por familiares y amigos que lo recibieron entre llanto y silencio.
Su historia es la de un hombre que, hasta su último día, honró su lema de vida: trabajar sin descanso para que a su familia no le faltara nada.




AAK