Padres en la tragedia: Tres historias de buscadores de desaparecidos en Guanajuato
AM te presenta historias donde la tragedia trastoca a familias guanajuatenses y el sentido de su vida se transforma en una incansable lucha por encontrar a sus seres queridos.
Guanajuato.- Fernando es un joven albañil de León que una noche salió, en playera, short y chanclas, a comprar pan a la tienda y no regresó a su casa, trastornando la vida de toda su familia, porque la desaparición de un hijo, de una hija, “es un martirio, una muerte lenta”.
Los hombres, padres de familia que han sufrido esta tragedia sienten la obligación de hacerse los fuertes, de no quebrarse ante la madre de sus hijos y ser el pilar de una familia que se ha roto.
Desde el momento en que se pierde la pista de su ser querido pierden la paz, el sueño, el hambre, el trabajo y hasta la unión familiar. Son criminalizados, juzgados incluso por miembros de su familia extendida y en ocasiones, detenidos bajo sospecha de haber participado en la desaparición de su propia sangre.
Sin embargo, el amor los mantiene en pie, con la esperanza de algún día regresar a casa a Fernando, a Ricardo, al niño Juan David.
Para soportar la tristeza y la angustia varios deciden unirse a colectivos de búsqueda de personas. Como hay pocos hombres, se convierten en miembros valiosos porque usan su fuerza física para “entrarle” a los trabajos más rudos junto con las mujeres buscadoras, prestan su herramienta y su capacidad para organizar los recursos, además de su papel de cuidadores, de protectores, con todo y que también tienen miedo, como ellas.
Su temor está justificado: el lunes 9 de junio, José Francisco Arias Mendoza, conocido como “Don Panchito”, un buscador e integrante del colectivo Hasta Encontrarte fue privado de la libertad y su hijo asesinado por un comando armado en un ataque perpetrado dentro de su domicilio en Irapuato. Su caso, considerado un caso de desaparición forzada, se suma a las desapariciones de Lorenza Cano Flores y la pareja formada por Óscar Iván Jiménez Torres y Luz Alejandra Lara Cárdenas, todos, buscadores en Guanajuato.
En tanto que el martes 17 de junio, el colectivo Hasta Encontrarte informó sobre la muerte de uno de sus integrantes, quien había quedado en silla de ruedas tras el homicidio de uno de sus hijos en 2019 y después, en 2021, sufrió la desaparición del segundo. El buscador, a pesar de su discapacidad, luchó por encontrar a su hijo, identificado Arturo Rafael Pirita Jiménez, sin embargo, le tocó partir sin haber logrado su objetivo.
Los padres de personas desaparecidas suelen tener un perfil más bajo, porque muchas veces se convierten en proveedores de la familia que dejó la víctima de desaparición, no pueden dejar de trabajar por el bien de sus nietos.
Durante estas entrevistas, hubo quien lamentó que haya personas que solo utilizan a los colectivos para recibir ayuda del gobierno, no hay solidaridad ni intención de buscar al desaparecido pero aceptan guardar silencio y no causarle problemas al gobierno. “Ellas quieren su feria, pero cuando se les pide cooperación para comprar palas, picos, nadie apoya”.
Ellos piden que la Gobernadora Libia García se acerque con ellos, pues han recibido más apoyo de los colectivos que de los diferentes organismos del gobierno estatal.
Sospechoso
El pasado 15 de mayo, Agustín Martínez volvió a revivir el terror de hace tres años. Volvió a caer en crisis al recordar cómo recibió dos golpes en la misma noche: se enteró que su hijo Juan David, entonces de 11 años, estaba desaparecido y momentos después, fue esposado y llevado a declarar, bajo sospecha de estar involucrado.
Ambos padres estaban separados y tenían nuevas parejas. Juan David vivía entonces con su mamá y su padrastro, un expolicía de Irapuato.
La pista de Juan David se perdió la noche del viernes 13 pero a él le avisaron hasta la mañana del domingo.
Cuenta que sobre la desaparición de su hijo hubo tres versiones, la primera, que Juan David tomó dinero y se salió a buscar a su papá; la segunda, que su padrastro lo llevó con Agustín y se lo entregó; y la tercera, que el padrastro sacó el cuerpo de Agustín en una bolsa y lo dejó en algún lugar.
Las sospechas sobre Agustín rápidamente se desecharon, al aclararse que no tuvo nada que ver y porque su actitud era de un padre preocupado.
Yo les dije ‘A mí entre más tiempo me estén quitando aquí (en la Fiscalía), no lo puedo ir a buscar, necesito hacer una búsqueda rápida, si él se salió de la casa, tuvo que haber llegado a algún lado estratégico, como el centro (de Irapuato), a un supermercado, pero ya no me entretengan, porque si la mamá dice que no lo encuentra, tenemos que buscarlo ya”.
La movilización fue inmediata por parte de vecinos y amigos en búsqueda del niño y las investigaciones desembocaron en la detención del padrastro, quien en noviembre de 2023 fue sentenciado a 51 años de cárcel por desaparición forzada y por violencia familiar, pero aún no se sabe el paradero del niño.
Su papá ha seguido buscándolo, siendo arropado por el colectivo Una Luz En Mi Camino.
Hoy día, Agustín aún lucha contra la depresión y el desánimo, aunque cuenta con apoyo psicológico por parte de la Procuraduría de los Derechos Humanos del Estado de Guanajuato. “Yo soy de las personas que me guardo todo, no me gusta platicar lo que siento con otras personas (incluso del colectivo)”.
Sin embargo, apoya la búsqueda en campo pues él mismo ha organizado algunas, con la esperanza de ubicar, en el peor de los casos, los restos de Juan David.
Nos toca meternos a los lagos, a los ríos. Si hay que escarbar, nos toca escarbar (...) Ese trabajo no deberíamos hacerlo nosotros, debería hacerlo la Fiscalía (General del Estado). Ellos dicen, ‘aquí no hay nada’ y se van; regresamos nosotros como colectivo y sí encontramos (más restos)”. Lo difícil es eso, dice, encontrar los cuerpos.
A pesar de todo, busca que se aclare si hubo participación de la madre del niño en el caso, también pide protección para su otro hijo en común, Dylan Giovanni, quien sigue bajo custodia de ella. Asegura que a pesar de todo seguirá buscando a su hijo Juan David.
Gente de buena lid

El papá de Richard no sabía lo que era poner un pie en el Ministerio Público.
Hombre de trabajo, tablajero por muchos años en León, educó a sus hijos e hijas en la cultura del esfuerzo y del respeto. Hasta el 20 de mayo de 2020, en plena pandemia, día que conoció la angustia por la desaparición de un familiar.
Su nieto, hijo de Richard, le avisó esa mañana que el joven de 34 años, de oficio taquero, había desaparecido en mitad de la noche y había dejado su celular personal. Le contó que el perrito de ambos lo había despertado a lengüetazos a las 3 de la mañana, queriendo jugar, pero que de su padre no había rastros, ni siquiera en la mañana, cuando ya era hora de irse a trabajar. “Nosotros que no habíamos tenido problemas con la justicia no sabemos ni de qué se trata. Es más, para hacer la denuncia, no sabíamos. Todo eso para nosotros fue muy difícil porque chocas con pared, llegamos con Fiscalía y nos revictimizaron bien feo: ‘se los llevan porque andan vendiendo droga, ¿usted no sabe qué hacía, qué vendía?’ Les contesté ‘No, si yo supiera (que hace eso), ¿usted cree que vendría a decirles esto?’, dijo quien es conocido como “El Abuelo”, en el colectivo Unidos por los Desaparecidos de León.
“Una persona que no debe nada, no va a ir a buscar a la justicia de parte de una persona que anda mal”, sin embargo, ahora ya como parte del colectivo, comulga con el lema del grupo: “A los desaparecidos no se les juzga, se les busca”.
No hubo apoyo del único vecino que vivía cerca: en su momento le dijo a la Fiscalía que él no había visto nada y que la cámara de su vivienda no servía. No hay más pistas.
Afectó que la expareja de Richard se llevó el teléfono el mismo día que desapareció y solo hasta que lo devolvió, casi dos meses después, se revisaron las sábanas de llamadas.
Cuando desapareció su hijo, él dejó su trabajo y se volcó en la búsqueda.
El Abuelo cuenta que como alcohólico en recuperación, un proceso iniciado a principios de los años 2000, le dio la fortaleza para enfrentar las siguientes pruebas de la vida, incluyendo la desaparición de Richard. Que el apoyo brindado por sus compañeras del colectivo también le ha reconfortado. Que ahí aplica el axioma de Alcohólicos Anónimos “médico y paciente a la vez”, es decir, que las heridas de una persona buscadora se pueden tratar de curar con la ayuda mutua de sus pares, otros buscadores.
Que él sigue en pie de lucha, buscando a Richard, aunque en su familia hay resignación forzada. Que por cuestiones de salud, problemas de vista, no ha podido dar seguimiento a la carpeta de investigación del caso de su hijo, la cual en breve entrará en la etapa de “larga data”, lo que implica otro tipo de investigaciones.
Que participa en las búsquedas en campo para ver si se encuentran algunos restos, cuando eso pasa, “es paradójico, es alegría porque alguien va a regresar a su casa, pero lloramos todos juntos”.
No pierde la fe en encontrar a Richard y poder darle sepultura.
Hasta debajo de la hierba

El papá de Fernando aún sigue esperando saber el paradero de su hijo. No se llevó su celular ni llevaba ropa apropiada o más dinero encima, pues solo salió a comprar pan y no regresó. Era el 15 de octubre de 2021.
Fernando es albañil, vivía en el cuarto de la entrada de la casa familiar. Recientemente se había separado de su esposa y estaba tratando de reconstruir su vida. Cuando a la mañana siguiente no respondió a los saludos de sus padres, cuando tocaron la puerta de su cuarto, a ellos no les extrañó, porque salían muy temprano, pero tras un par de días de ya no verlo y que no contestara su celular, acudieron con los vecinos, a la tiendita y a la Fiscalía.
Su papá fue a anexos y a otros lugares a buscarlo, sin resultado. Unos conocidos lo habían amenazado de muerte, pero no parece haber seguimiento de esa pista en el expediente.
La familia sufrió discriminación por parte de otros familiares y conocidos, y perdieron parte de su patrimonio porque traspasaron una casa para poder pagar los servicios de un investigador privado, que tampoco tuvo éxito.
Como todas las familias de desaparecidos, sufrieron extorsiones. Su esposa, en su desesperación, accedió a depositar dinero en varias ocasiones, a pesar de lo que él y su familia le advertían que no era cierto. Ella solo quería recuperar a su hijo.
Con una desaparición “se pierde hasta el apetito, el sabor de la comida, hasta la sexualidad, se pierde todo y las enfermedades llegan. Mi señora ya está malilla, los dos trabajábamos en el transporte de carga (...) Cuando se perdió mi hijo, le pedimos chance al dueño de la empresa de salir si había alguna pista. Había veces salíamos a las 7 de la noche y nos íbamos a buscar, juntos”.
Les empezaron a reportar que lo habían visto golpeado, como “ido”, sin reconocer a gente que sí lo identificaba.
Siguiendo diferentes reportes acudieron a varias partes en Silao, en Guanajuato capital, Romita y en el mismo León. Cuenta sobre una búsqueda en un predio con la hierba tan crecida que había “hoyos” a ras de suelo, donde incluso cabían colchones, usados por adictos y por personas sin hogar. Nada, no lo han encontrado.
La hija de Fernando y su hermanito, a quien crió como su hijo también, los visitan seguido y los acompañan a las marchas, convivios y otros eventos de familias con personas desaparecidas.
Él dice que trata de apoyar a su esposa, que esté tranquila cuando salen en búsqueda de campo con el colectivo y al revisar las galerías de personas fallecidas y reportada por el Servicio Médico Forense.
Tenemos la esperanza de que esté vivo (... no obstante) la mala experiencia es que él no está, le digo a mi esposa ‘Mira, pero está su hija’, quien tiene toda la cara (de Fernando), ‘Tú apapáchala, mímala. Tenemos que seguir’”.
AAK