ALEJANDRO DUMAS Y LA BÚSQUEDA DE SU PADRE EN SUS LIBROS
EL TLACUILO
Tomó el apellido de “Dumas” de su abuela paterna: una esclava de raza negra de Haití que se había amancebado con un noble llamado Alexandre Antoine y de cuya unión nació el futuro padre de Alejandro, Thomas Alexandre, futuro héroe de la Revolución Francesa y el primer militar mulato que logró el grado de general en Europa. Hasta que una desavenencia con Napoleón (se dice que se negó a sofocar una rebelión de esclavos en Haití) le condenó al ostracismo. Luego, fue capturado y pasó dos años en prisión en un triste estado. Murió poco después de lograr la libertad, en 1806, dejando numerosas deudas a su familia, cuando su hijo Alejandro apenas tenía cuatro años.
Pocos, pues, habrían vaticinado un buen futuro para aquel niño, que, sin embargo, logró salir adelante gracias a su gran talento para contar historias. Empezó publicando tímidamente, pero pronto su fama fue creciendo por toda Francia, primero, por sus obras de teatro, y luego por sus novelas y cuentos. Y esto, para gran disgusto de algunas personas (entre ellos, Honoré de Balzac o Paul Verlaine), que le trataron de vilipendiar con algo de lo que él estuvo siempre orgulloso: ser el hijo de un mulato.
Y es que Alejandro nunca ocultó de dónde venía. Todo lo contrario: cuando a los 45 años escribió sus memorias, dedicó las primeras 200 páginas a su padre. De hecho, tanta fue su influencia que acabó inspirándole la trama de muchas de sus novelas. Y siempre, desde la perspectiva con que le había contemplado desde niño: bueno, heroico, valiente y sometido al oprobio por las injusticias.
Lo podemos ver, por ejemplo, en su obra Georges, en donde el protagonista es un mulato que busca venganza por las afrentas que ha sufrido por el color de su piel y que acaba convirtiéndose en el cabecilla de una rebelión de esclavos. Al igual que en Los Tres mosqueteros, donde su padre aparece veladamente en la figura de D’Artagnan, y, por supuesto, en “El Conde de Montecristo”, en donde la desgracia de su protagonista, Edmundo Dantés, y su entrada en prisión, son muy similares a las que vivió Thomas Alexandre.
Claro que las novelas de Dumas beben también de su propia biografía. De ese deseo de trascender y salir de la pobreza, y de que el bien, pese a todo, triunfara. Por eso en sus textos los malvados siempre encuentran un castigo, aunque llegue, a veces, por venganzas personales y no desde los imperfectos órganos de justicia.
Esta es, de hecho, la base de unas obras que logran hechizar al lector; haciéndole viajar; con unas historias llenas de intrigas y aventuras y unos personajes inolvidables. Y, sobre todo, con una narrativa y unos diálogos vivaces, directos e imaginativos. Aunque, a veces, Alejandro hiciera trampas para construir todo ello. Y es que, cuando la fama le llegó, y vio la insistencia con que los periódicos y editoriales le pedían textos, decidió hacer algo que hoy día es habitual: contratar a escritores para que hicieran el trabajo por él. Solo de este modo pudo firmar el millar de libros que afirmaba haber escrito.
Por otra parte, también esto explica que Alejandro pudiera tener la vida intensa que tuvo. En París se conocían bien sus fiestas y sus varias amantes e hijos ilegítimos. Además, le gustaban los lujos y solía comprar todo tipo de objetos. Hasta le interesó la política (de hecho, llegó a comprar armas para que Giuseppe Garibaldi avanzara en su revolución). Y todo ello le llevó a dilapidar su impresionante fortuna. Tanto, que, en los últimos años, tras quedar arruinado, tuvo que vivir en la casa de su hijo Alejandro.
Y es que también esa exageración y ese deseo de cruzar los límites sin miedo al riesgo, forman parte de sus novelas. A fin de cuentas, así son los héroes de Dumas: hombres que representan lo ideal y lo mejor; y que, con sus acciones en busca de un bien mayor, dan un sentido armónico y perfecto a la vida.
Porque, aunque Dumas sabía que muchas veces la vida no era justa, quería que, al menos, su literatura sí lo fuese. Que se convirtiera en refugio contra las maldades en el que el sufrimiento tuviera un sentido y el justo al final venciera. Y en donde su padre podía demostrar que el honor arrebatado podía recuperarse. Además de todo aquello que, por culpa de los infortunios, no había podido vivir junto a su hijo.