El mundo en el Siglo XX discutía un destino dual: el de la derecha capitalista y el comunista marxista. Al menos fue la lucha de ideas en su segunda mitad. La Guerra Fría era entre esos dos bloques con modelos políticos y económicos distintos que duró hasta la muerte de Mao y la caída del muro de Berlín. 

La batalla la ganó el empuje de dos o tres líderes occidentales. Ronald Reagan, el Papa Juan Pablo II y Margaret Thatcher. Occidente prevaleció sobre los proyectos marxistas leninistas de la URSS, China, Vietnam y los países detrás de la Cortina de Hierro. Salvo en dos pequeños países trasnochados como Cuba y Corea del Norte, la economía de mercado fortaleció la paz y el crecimiento global. 

Hay construcciones y tonos políticos distintos en los mercados de cada país pero todos favorecen la formación de capital, es decir, el ahorro en la propiedad privada y pública. Lo que surge después, desde el arribo al poder de Vladimir Putin, Ji Xinping y Donald Trump al poder es el ataque a la democracia. O, mejor dicho, el mundo parece dividirse entre los países de vocación democrática y los autoritarios donde una figura quiere someter toda la vida pública a su voluntad. 

Apenas vi el debate entre Trump y Joe Biden, cambié de canal. Preferí que la prensa norteamericana y la nacional fueran quienes me contaran lo que habían visto sus reporteros y críticos. Trump produce agruras tan sólo verlo. Biden no tiene la elocuencia de Barak Obama para combatirlo. 

Trump comete un montón de infamias políticas y sociales al demeritar las instituciones democráticas de su país. Como no tolera la posibilidad de perder, arremete contra la votación y dice que en la elección habrá fraude, una cantaleta bien conocida. Sabemos que su forma de gobernar ha sido la mentira, el insulto y la exaltación del nacionalismo. La base de sus seguidores son personas que creen las conspiraciones que inventa. Trump boicotea la democracia desde dentro. 

Los autócratas son fáciles de reconocer: les disgustan las instituciones, aborrecen a la prensa independiente, quieren gobernar por decreto y dividen a sus países entre fieles ciegos y todos los demás. Los populistas, que son un subconjunto de los autócratas, tienden a vender mundos irreales donde hay supremacía racial, supremacía autóctona o, peor aún, supremacía del pasado histórico. En su paleta de colores sólo existe el blanco y el negro, el pobre y el rico, el puro y el corrupto, el pueblo sabio y la minoría rapaz. 

Nos asombra su capacidad para mentir, engañar y mostrar realidades inexistentes sin que sus seguidores o funcionarios puedan decir ni pío. Luego tienen características de personalidad común. Son malagradecidos con quienes se retiran de sus gabinetes, incluso dejan en el camino o en la cárcel a quienes hicieron el trabajo sucio por ellos. Hablan sin parar y machacan ideas simplonas una y otra vez. 

La historia del siglo presente abre de nuevo una dualidad dialéctica: democracia o autocracia. Si en la lucha de Occidente en el pasado fue por la libertad individual, la libertad de mercado y la intervención estatal como promotora del bienestar social, hoy tendremos que luchar por la democracia y sus instituciones. ¿En dónde ubica a México en este 2020?

(Continuará)

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