Hace no tantos años, nadie sabía cómo resolver el problema narco. Parecía llegado para quedarse, como el problema de la corrupción. Por ese pesimismo, cuando apareció un candidato carismático que ofrecía resolver todo con soluciones inéditas y pintorescas (“abrazos, no balazos”, “la corrupción se barre como las escaleras, de arriba hacia abajo”), millones de votantes le dieron la presidencia.
El fracaso y la decepción de las soluciones pintorescas renovaron el pesimismo. Y, sin embargo, calladamente, fueron surgiendo avances imprevistos.
Los drones vigilantes del territorio narco fueron un avance no sabido hasta 2025, cuando se supo (por un reportaje del New York Times, “cia steps up secret drone flights over Mexico”, 18 de febrero de 2025). Al día siguiente, la presidenta Claudia Sheinbaum confirmó la noticia.
Pero, mucho antes, los narcos lo supieron y empezaron a desanimarse (otro avance imprevisto).
Los drones sirvieron para localizar y arrestar al “Chapo” Guzmán en 2014 y 2016. El 17 de octubre de 2019, localizaron a su hijo Ovidio, en un suburbio de Culiacán. El ejército lo sorprendió y arrestó. Pero lo más sorprendente del arresto fue que el presidente López Obrador ordenó liberarlo, a un costo político que pasará a la historia. El “Culiacanazo” fue imprevisto y lamentable. No dejó lugar a dudas de qué significaba la política de “abrazos, no balazos”. Pero que se pusiera en evidencia fue un avance.
Unos días antes, Sheinbaum, entonces Jefa de la Ciudad de México, nombró a Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Ciudadana, con resultados notables en los cuatro años siguientes.
Esos cuatro años fueron un mal augurio para el negocio de los narcos. Joaquín, hijo mayor del Chapo, buscó al gobierno de los Estados Unidos para entregarse como testigo protegido, bajo ciertas condiciones. Le dijeron que pedía demasiado. Pero, un tiempo después, le hicieron una contraoferta, que aceptó: Que secuestrara a su mentor y amigo, el “Mayo” Zambada, y lo entregara a los Estados Unidos. Lo hizo el 25 de julio de 2024. Ambos cruzaron la frontera, y ahora viven como testigos protegidos.
Fue un avance imprevisto, pero ilegal. Por eso, hasta hoy, no se sabe a quién pertenecía el avión que los llevó. El piloto huyó en cuanto aterrizó. Por eso, nadie se atribuyó la hazaña. Ni la dea ni la cia ni otras autoridades. El gobierno mexicano se enteró cuando el hecho se había consumado. Exigió explicaciones a Washington, que no le dieron. No iban a decirle que le estaban cobrando lo de Ovidio.
Es de suponerse que los cuatro años de avances hicieron pensar a Harfuch que sería premiado con la jefatura de la Ciudad, en el sexenio siguiente. Pero el 4 de julio de 2024, la virtual presidenta anunció que Harfuch sería su secretario de Seguridad. Fue una buena y valiente decisión, frente al expresidente López Obrador, que no ve con buenos ojos a Harfuch, del cual nunca ha recibido pleitesía; y cuya eficacia contra el crimen puede ser un peligro para sus proyectos en 2030.
El 20 de enero de 2025, Trump llegó a presidente de los Estados Unidos, por segunda vez. Su obsesión contra México y sus dislates impredecibles han sido un problema; que, sin embargo, tiene algunas consecuencias positivas. Cada derrota de los narcos sube los bonos de Trump, no sólo los de Sheinbaum y Harfuch.
Los mayores problemas políticos de México hoy son el maximato de López Obrador y la insurrección de la violencia. Ambos están conectados por la desastrosa política de “abrazos, no balazos”. Ambos rebasan el ámbito ciudadano. Son de incumbencia presidencial. Y abren la oportunidad de que la presidenta se emancipe de su mentor en los próximos años.
López Obrador tuvo un control absoluto de su partido, que ha ido perdiendo. Como expresidente, no puede dar a sus seguidores tanto como antes. Su familia y su “hermano” Adán Augusto le resultaron una decepción. No confía en Harfuch. No tiene más que a Claudia, y la va a tener cada vez menos. Sus recursos para imponer al candidato presidencial de Morena en 2029 son cada vez menores. Los que pueden crecer son los de ella. También conviene recordar que, desde hace muchos años, todos los cercanos a López Obrador lo han ido dejando, amistosamente o no. El lector puede hacer la lista.