Nula confianza inspiran las falladonas que en sus estimaciones de crecimiento económico nos ofrece la Secretaría de Hacienda. Para este año, siempre con números más políticos que económicos, aseguró que nuestro crecimiento del Producto Interno Bruto sería del 2.3 %. ¡Y nada!
En los hechos apenas creceremos 0.2 %, o sea: cero punto dos por ciento. ¡Esto es dos décimas de un uno por ciento! Los futurólogos -que economistas no han de ser- en Hacienda le fallaron a sus números alegres por muchísimo. Los deja súper mal parados que le fallen, pero lo que realmente preocupa son las consecuencias de tan bajísimo crecimiento.
En una economía mermada como la que tenemos resultan criminales los subsidios que se llevarán las obras faraónicas del sexenio: la Refinería de Dos Bocas, el Tren Maya, la “nueva” Mexicana del Ejército y el AIFA, entre otros proyectos que jamás serán rentables, sobre todo si a estos pozos sin fondo les agregan nuevos trenes de pasajeros que, construidos a gran costo, servirán para tres cosas: nada, nada y nada.
Expertos ya señalaron que, dado el bajo crecimiento de la economía, sufrirá la recaudación. Es más, estiman esta caída en la captación hacendaria por la vía fiscal en unos 120 mil millones de pesos, cuantiosa suma que hará que “no completen”.
Tomemos en cuenta el compromiso manifiesto del oficialismo por realizarle cuantiosas transferencias a Pemex, que se hunde, y a la CFE, que opera deficitariamente. Agreguen las dádivas electoreras, la entrega de dinero directo a los de la tercera edad y a los programas paralelos, como, ¡oh, qué inspirados!, “Jóvenes Construyendo Patria”. La realidad es que el dinero que reciben los “servidores de la Nación” casi mayoritariamente se lo gastan en alcohol o en sus buenos “porros”, para que con cargo a los ciudadanos pagaimpuestos se la pasen “bien relajados”.
Mientras nuestra economía siga débil (ah, y a propósito, también redujeron las previsiones de crecimiento para el 2026), no hay forma de que pueda continuar vomitando subsidios a diestra y siniestra. Están bien entrampados, ya que no hay soluciones aceptables para aliviar las presiones sobre el presupuesto mientras la economía siga contrayéndose.
Pudieran, por ejemplo, contraer más deuda, aventar por la borda los límites del déficit fiscal y atenerse a las consecuencias, como mayor inflación, debilitamiento de la moneda y aplicar un freno seco al crecimiento económico.
Podrían también impulsar con su aplanadora marca “Teaplasto” una “reforma fiscal”, con la cual pretenderán sacarle al ciudadano el dinero que les falta; esta opción conllevaría una contracción económica aún mayor. Secarían las bolsas de la sociedad, detendrían el consumo, acabarían con el ahorro y empinarían aún más la economía y sus perspectivas.
Hay otras opciones, que nosotros llamaríamos milagrosas; por ejemplo, que los integrantes del Supremo Politburó que nos desgobierna se percataran de que el subsidio es un veneno de lento efecto que ataca mortalmente el cuerpo de la economía.
Podrían reconocer que lo que menos necesita hoy México son nuevas obras carísimas y no redituables, como más trenes de pasajeros que no sólo secarán las arcas públicas en su etapa de construcción, sino que, una vez realizadas, requerirán de más subsidios para operar. Acabará teniendo el Gobierno tantas obras -y negocios, como Mexicana- exigiendo subsidios que simplemente resultará imposible otorgarlos.
Los gobiernos no producen riqueza, la destruyen: sólo el sector privado, el emprendimiento, puede generar riqueza, pero ello con una buena administración gubernamental que genere las condiciones para invertir, para arriesgar en nuevos negocios, para crear nuevos empleos bien remunerados que impulsen el consumo y hagan crecer -de nuevo- la economía.
No pretendemos ser aguafiestas, pero algo nos dice que esta gente que se apega a ideas socialistas fracasadas en el mundo entero nomás no entiende, ni de aguacates ni de nada.