Les quiero compartir una gran alegría, que, por supuesto, aprovecharé para abordar en ECO DE LA MAÑANA esta semana, y es que considero que deberíamos entusiasmarnos con mayor frecuencia, recibir sorpresas que nos cambien el ánimo y que sirvan de recordatorio personal para ubicarnos en el hoy sin olvidar nuestro pasado.
Recibí una llamada que me movió el alma. Era una voz familiar, aunque el tiempo la había transformado un poco. Era mi amiga de la infancia, con quien compartí juegos interminables, risas y tardes que parecían eternas, soy sincera, por mucho tiempo la busqué en las redes sociales porque nunca la olvidé, me confortaban los recuerdos, porque amábamos andar en bici y patinar, y compartíamos una infancia bastante linda.
El caso es que no hablábamos desde hace décadas y, sin embargo, al escucharla, sentí que algo en mí despertaba: una parte antigua, pero no olvidada, un volver a ser totalmente yo, apareció mi esencia más inocente y feliz. Y aunque los reencuentros de todo tipo ahora son una práctica constante, esos llenos de capítulos inconclusos, de cierres emocionales que a veces buscan su final con cierta nostalgia o esas segundas partes que muchos dicen que nunca son buenas. Este volver a ver a mi amiga es otra cosa, algo más sencillo y, al mismo tiempo, más poderoso.
Específicamente de la magia de reencontrarse con alguien que, aunque estuvo ausente por años, permaneció en mente y corazón. Amistades que, a pesar de la falta de presencia y contacto, no se rompen, sino que simplemente se ponen en pausa. Porque la vida, con sus idas y venidas, a veces nos lleva por caminos distintos, pero que algún rincón del alma sigue habitando aquí, esas personas con las que compartimos momentos esenciales, complicidades, alegrías y muchas carcajadas, porque justo, lo que más recuerdo de esa etapa, es que todo era felicidad.
Y es que hay amistades que no se explican solo por la convivencia o los recuerdos. Hay vínculos que nacen en una época tan pura y formativa, que marcan para siempre. La infancia tiene esa cualidad, lo que vivimos en ella se nos queda adherido a la piel, esa parte de nosotros que creíamos lejana, pero que en realidad nos ha acompañado siempre, formando parte de la persona que somos hoy.
Lo más maravilloso no fue solo ver a Lilian, sino percibir una parte de mí que solo ella conocía. Porque en esos juegos, en esas pláticas de niñas, se tejió algo más que una amistad, se entrelazaron dos esencias y se lo dije, que maravilloso percibir a la misma niña que recordaba con tanto cariño, que mi expectativa de cómo sería ahora no se equivocó, porque lo increíble de esto es que nunca tuvimos contacto, no teníamos idea de cómo nos veíamos ahora, a pesar de la tecnología, y de lo fácil que hoy es ubicar a alguien; sin embargo, ese lazo invisible pero firme, nos ha seguido discretamente aportándonos compañía. aunque sin presencia física, ni digital, se convirtió en un hilo rojo que nada tiene que ver con el amor, pero sí con la admiración, cariño, complicidad.
Ella me contactó a través de amistades, el hecho de que se interesara por localizarme fue profundamente conmovedor, porque por mi parte, en los últimos días yo también la tenía en la mente, traté de encontrarla en Instagram y Facebook, sin éxito, porque no usa redes. Lo atribuyo a que estamos conectadas de alguna u otra forma. Su vida la ha hecho en Francia, es doctora en física, es una mujer brillante, culta, generosa, de esas mentes que deslumbran y abrazan. Y, sin embargo, pensó en mí. Se tomó el tiempo de buscarme y lo logró.
Cuando escuché su voz, sentí que la niña que fui corría a abrazarla. Todo fue tan fácil, tan natural. El tiempo, simplemente se encogido, como si los años no hubieran sido más que una pausa. Nos reímos, nos emocionamos, recordamos. Y en ese instante de conversación, algo dentro de mí volvió a encontrar su lugar.
Sin duda, esta conexión profunda, de esas que no se explican, solo se sienten, la agradezco enormemente porque me ha permitido asombrarme, y confirmar que hay amistades tan verdaderas, tan entrañables, que bastan unos minutos y la voluntad de encontrarse, para que florezcan de nuevo., nunca se pierde, simplemente espera el momento justo para volver a latir.
Para ti Lilian, mi amiga del alma,
porque aún desde el otro lado del mundo
nunca dejaste de estar cerca.