El descontrol
En vez de preocuparse por construir un Estado de derecho que garantizase la estabilidad, López Obrador se aprovechó de su disfuncionalidad -igual que sus predecesores- para imponer su voluntad y asegurar la continuidad de su proyecto personal.
Un primer mes de caos. Un mes plagado de contradicciones, acusaciones cruzadas, revueltas silenciosas, callados desafíos y ajustes de último momento. Un mes lleno de hilos sueltos. Ningún gobierno entrante está exento de cometer errores, pero menos uno que ha heredado y vuelto suya una de las acciones más caprichosas y absurdas imaginables para comenzar su andadura: la incómoda reforma judicial dictada por una simple ocurrencia -y los postreros deseos de venganza- de López Obrador. Observando el desbarajuste en el que ha sumido al país, parecería que esta era justo su intención: no solo liquidar los últimos reductos institucionales que Morena aún no tenía bajo su control, sino obligar a Claudia Sheinbaum a sumergirse por largo tiempo en un miasma que le impida hacerse pronto con el inmenso poder que tiene a su disposición.
En vez de preocuparse por construir un Estado de derecho que garantizase la estabilidad, López Obrador se aprovechó de su disfuncionalidad -igual que sus predecesores- para imponer su voluntad y asegurar la continuidad de su proyecto personal. Por ello, en el último segundo se empeñó en la aprobación de una iniciativa que en ninguna medida estaba diseñada para mejorar la impartición de justicia o combatir la impunidad, sino para desarticular al Poder Judicial. La tómbola empleada en el Senado para la insaculación de los tribunales que se someterán en 2025 a elección popular es el mejor símbolo de sus intenciones: no preocuparse porque al fin las leyes se cumplan, sino exhibir su profundo desprecio hacia todos los juzgadores.
Como ocurría en las épocas del PRI hegemónico, cuando la oposición no existe o se torna irrelevante -justo como pasa ahora: destruida tanto por la perversidad de AMLO como por su propia corrupción e incapacidad-, todas las disputas políticas borbotean en el interior mismo del sistema. De un sistema que apenas está fijando las reglas del juego para los siguientes años y que, para colmo, se halla asediado por una violencia criminal sin precedentes. El resultado ha sido una tormenta perfecta: una Presidenta que apenas está tomando el control de la maquinaria y que, ante las intrigas en el seno de sus propias fuerzas, se ha visto obligada a exacerbar su dureza y la fidelidad sin fisuras hacia su mentor; un Poder Legislativo arrodillado ante sus líderes, quienes aprovechan para instalar sus propias agendas y probar su margen de maniobra frente a Sheinbaum; una militancia ciega y dogmática que no se priva de celebrar hasta las peores pifias de su bando; y, en fin, numerosos grupos criminales dispuestos a pescar en el río revuelto.
Que se presentaran proyectos legislativos destinados a minar al máximo las reglas democráticas -en un caso, permitiendo el veto del Ejecutivo en la elección de jueces; en el otro, eliminando la convencionalidad en torno a los derechos humanos plasmada en la Constitución-, o aquel en el que intenta eliminarse la capacidad de la Corte para revisar reformas constitucionales, admitiéndola implícitamente, los cuales luego han sido corregidos in extremis por instrucciones directas de la propia Presidenta, es apenas la punta del iceberg de la fragilidad de su liderazgo en estos momentos inaugurales. No parece haber aún un poder central indiscutible, como en tiempos de López Obrador, que nadie se atrevía a cuestionar: cada actor intenta, más bien, estirar la liga al máximo para tantear su libertad de acción.
Tras estos días, Sheinbaum también debería darse cuenta de que las mañaneras, tan bien aprovechadas por su antecesor, a ella no le funcionan en la misma medida. Por más que comulgue enteramente con sus valores, AMLO era un performer a quien le complacía gobernar en directo a partir del ataque; ella es, en cambio, una científica y una técnica: en su caso, las mañaneras más bien parecen erosionar su fuerza. Como fuere, se trata apenas de un mes desde el inicio de su mandato: si en verdad se guía por los datos, como sugieren sus cercanos, Sheinbaum ya ha empezado a acumular pruebas suficientes para saber que, si en verdad quiere tomar el control absoluto de su movimiento -y del país-, antes necesitará imponer un estilo que sea al fin solo suyo.
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