La señora Chopy nació en 1932 en la ciudad de León en el seno de una familia muy devota. Su madre estuvo dedicada al hogar y a parir hijos. Su padre participó en la guerra cristera y posteriormente fue agente vendedor de zapatos.

Fue una familia numerosa con doce hijos, en la que se esperaba que hubiera un sacerdote, un médico y un abogado. En realidad, solo hubo una monja consagrada y varios impresores, joyeros, optometristas, un pianista clásico que por las penurias financieras de la familia quedó inconcluso, y un ingeniero graduado en la UNAM.

Durante su infancia la niña Chopy mostró excepcional habilidad para el atletismo, pero dado que eso implicaba usar pantalones cortos y andar con entrenadores varones, no se le permitió continuar en el mundo deportivo y se le obligó, aparte de la educación básica, a instruirse en las labores del hogar que aprendió con esmero gracias al severo rigor de su madre y a la elegante educación doméstica herencia de su abuela francesa.

Al cumplir dieciocho años fue enviada a un convento a la ciudad de México pues sus padres deseaban hacer de ella también una monja, sin embargo, de ese tenebroso lugar fue alegremente rescatada por quien en solo tres semanas la conquistó, le robó el corazón y se convertiría en su esposo. Su marido fue un abogado de fama liberal graduado de la Universidad de Guanajuato. Al conocer a la familia de su futura esposa, su suegra lo despidió rogando que regresara a su hogar en compañía de todos los santos y vírgenes, a lo cual él respondió diciéndole que no cabría tanta gente en su auto y que mejor se iría solo.

Su marido duplicaba la edad de la joven Chopy y no es difícil entender la pasión que ella despertó en él. Una pintura al óleo al estilo de Rembrandt y Tintoretto espléndidamente realizada por el maestro Chacón de la ciudad de Irapuato, muestra a la señorita Chopy de diez y siete años de edad simplemente esplendorosa, con un tirante de su escotado vestido colgando del hombro.

Este último detalle seguramente estuvo inspirado en el famoso cuadro “La Señora X” pintado por John Singer (1856-1925) que se encuentra en el Museo Metropolitano de Nueva York, el cual fue presentado en el Salón de París de 1884 causando escándalo en esa época por la “indecente sensualidad” de su vestido con su revelador escote que -como el cuadro de la señorita Chopy- tenía un tirante suelto que ponía al descubierto el hombro derecho.

La señora Chopy, como congruente representante femenino del siglo pasado, siempre afirmó que las mujeres recibían dos educaciones, la de su hogar y la de su marido. Esto ella lo confirmó acompañando siempre a su marido a todos los congresos de historia, geografía, arte y derecho a los que asistía o donde él presentaba alguna ponencia.  A diferencia de las esposas de los demás congresistas ella siempre se registraba como participante del evento y no como acompañante.

Estas participaciones y el contacto con gente culta tuvieron en ella una notable influencia. Como consecuencia, deseando tener una mejor educación y aprovechando su enorme facilidad verbal, se registró como alumna de periodismo, escuela a la que con enorme entusiasmo asistía.

Su trabajo periodístico final consistió en la elaboración de un artículo sobre el problema de la fuga de cerebros en México, afortunadamente para ella una semana después de haber hecho su presentación, el Suplemento Cultural del periódico Excélsior publicó un artículo con idéntica temática e información. A modo de felicitación sus maestros le decían que si ella no hubiera presentado su trabajo antes de esa publicación ellos hubieran pensado que lo habría copiado de dicho Suplemento Cultural.

La señora Chopy tuvo siete hijos incluido uno fallecido en su más temprana infancia, y vivió con su esposo y su familia en la ciudad de Salamanca en donde le tocó ver el surgimiento de la refinería y el crecimiento de la ciudad con la llegada de numerosos habitantes provenientes de ciudades del Golfo en donde había industria petrolera. Con esas señoras -esposas de los ingenieros que trabajaban en la refinería- y con su singular buen humor posteriormente en su vida la señora Chopy recordaba las ridículas y divertidas discusiones sobre si la luna de Coatzacoalcos o Minatitlán es más grande y bonita que la de Salamanca.  En realidad, como ella reconocía todas -ella incluida- venían de pueblos provincianos idénticos en todo, hasta en eso de sentirse diferentes.

Su elegancia, buen humor, talento, pasión y gusto por la gastronomía, así como su siempre amena conversación, impactaron a todos los que la conocieron. Para sus hijos fue además un ejemplo de alegría de vivir y una fuente inagotable e infinita de amor y ternura. La señora Chopy, mi madre, falleció el pasado domingo 27 de octubre en la ciudad de León. Descanse en paz. 

Con nostalgia, pero sin ningún remordimiento, vienen a mi mente esas bellas palabras de Borges: “Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado ser más buenos”.

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